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Su petición me tomó por sorpresa. Aunque no lo aparentó, sonó desesperado. Alastor me parecía un hombre solitario, pero eso no era excusa para que me tratara como quisiera.
Ese beso no debió suceder, y haberme sentido extasiada y ardiente durante un instante, tampoco. ¿Estaba destinada a que los hombres me utilizaran para satisfacer sus deseos? Me culpé a mí misma por provocarlo.
Con Alastor, actuaba de la manera en que me hubiera gustado hacerlo con Mateo, mi exnovio. En el pasado, fui una idiota que solo asintió con la cabeza y guardaba silencio, ahogándome en el dolor durante las noches. Incluso ahora, me gustaría poder llorar al evocar ese sentimiento, porque las lágrimas me darían un sentido de liberación, pero no lo hice. No más.
—Dame una buena razón para no denunciarte.
Estaba decidida a marcharme, aunque no lo suficiente. Mi mayor temor era perder mi trabajo. A estas alturas, tampoco debería seguir dándole prioridad.
Alastor levantó la mano hacia mí, y retrocedí. Sin más espacio detrás de mí, golpeé mi talón contra la encimera y solté un improperio. Él me miró preocupado, lo que no tenía ningún sentido.
—No te haré nada que no quieras. —Sostenía mi sujetador con firmeza, como si fuera un arma, y eso tampoco me daba confianza.
—Díselo a quien acabas de besar sin su consentimiento. Además, ¿cómo sé que no intentarás sacar provecho de mí? —dije con irritación. El enojo había crecido igual que la espuma.
—¿Crees que sería capaz? —inquirió con acritud, aunque también percibí una emoción que no estaba en consonancia.
—Bueno... Lo poco que conozco de ti, me ha dejado con un mal sabor de boca.
Se frunció, disgustado, quizá, de relacionarlo con ese último beso. Pero no me iba a preocupar por sus sentimientos, si a él tampoco le importaban los míos.
—Tienes mi palabra. De no cumplirla, te concederé la libertad para nunca regresar a mi suite.
Eso sonó bastante tentador.
—Si me quedo hoy, permitirás que haga mi trabajo sin intervenir.
—¿Estás negociando conmigo?
—¿Lo tomas o lo dejas?
—Es un trato. —Me ofreció su mano, y después de reflexionarlo por un momento, apreté tan solo las yemas de sus dedos con decisión. Luego, crucé los brazos mientras la comisura derecha de sus labios se elevaba con satisfacción.
—Y para dejar las cosas claras, no es que esté accediendo a tener sexo contigo —le dije y fingí no haberlo visto levantar una ceja.
Un momento después, anunció que saldría para enviar mi ropa mojada a la lavandería del hotel. Su oferta fue inesperada, pero la acepté porque necesitaba tiempo para pensar, y su presencia, aunque estuviera en el extremo opuesto de la suite, me hacía sentir inquieta.
Me atormentaba la idea de cómo le explicaría a mamá mi estadía en el hotel durante una noche. Ella no era una persona problemática, pero se me ocurrió una idea.
Me puse mis zapatos aún húmedos, me aproximé a la puerta y me aseguré de que el pasillo estuviera vacío. Salí corriendo, llegué al ascensor y presioné el botón con la letra L de Lobby.
La mujer que atendía en el vestíbulo me examinó mientras me acercaba. Su gafete mostraba el nombre «Susana». Por suerte, el hotel parecía estar vacío, pero aún era humillante, sobre todo porque Alastor también se llevó mi sujetador.
A mala hora recordé que la tela impecable era ligeramente transparente en mi pecho. Al cruzar los brazos en esa zona, me pregunté cuánto lo habría dejado ver mi impulsividad y quise morir de pena.
Su camisa también ocultaba la piel un poco más arriba de mis muslos, pero al levantar los brazos, las mangas colgaban de mis manos como si fuera un maldito gnomo.
Sintiéndome igual que un personaje sacado de una caricatura, le pedí a Susana que no hiciera preguntas.
—Necesito que me ayudes con algo. Cuando mamá venga, ¿podrías decirle que me quedaré a dormir en la casa de una compañera de trabajo?
Me sentía mal por hacerla venir en vano y por pedirle un favor tan fuera de lugar a una completa extraña.
Susana levantó una ceja, con una mirada de juicio. Era como una abuelita que te observa. Sabía que mi excusa era tonta, pero confiaba en que mamá estaría contenta de que me estuviera adaptando a este nuevo mundo. Pero al mismo tiempo, me sentí muy tonta.
—¿Piensas que te va a creer? Ni siquiera me has contado cuál es el nombre de tu "compañera". —Hizo comillas con sus dedos.
—Danna Sofía. —Di media vuelta, cuando una voz me tomó por sorpresa a mis espaldas—. Dile que ese es el nombre de su nueva amiga.
La mujer estiró su mano hacia mí, y dudé en tomarla, pero si no lo hice al fina, no fue porque se trataba de la empleada de limpieza a la que Alastor hizo llorar en mi primer día de trabajo, sino porque mi pecho quedaría expuesto si alejaba los brazos de ese lugar.
—Por fin tengo la fortuna de conocer a la famosa Samantha. —No parecía una mala persona en absoluto, pero me inquietaba por alguna razón.
Intenté sonreír cuando la vergüenza me estaba torturando. ¿Era un mal momento para conocerla?
—¿Te estás quedando con él? —me preguntó. Y Susana, la mujer del recibidor, tampoco parecía sorprendida—. ¿Sabes por qué lo llaman el Diablo? Tiene el don de hacerte sentir muy bien, demasiado, diría yo. Es muy apuesto, sabe bien qué decir y también es excelente en la cama. Pero acostarte con él es como vender tu alma al infierno, porque una vez que lo haces, nada vuelve a ser igual.
—¿Te acostaste con él? —Me atreví a preguntar.
—Y a la mañana siguiente me echó sin más, después de obligarme a cambiar las sábanas —dijo con amargura y noté que aún le dolía—. Eso es lo que hace con todo aquel que llama a su puerta cuando está ocupado o simplemente tropieza con él por error: infunde miedo y control. No sé por qué es tan intimidante, pero eso le da su toque.
—No son muchos los que tienen más de un año trabajando en este lugar —intervino Susana—. Por lo general, nunca está de buen humor y se deshace de lo que le molesta.
Las verdades empezaban a salir a la luz. Como sospechaba, Alastor tenía control sobre este lugar. No se había deshecho de mí a pesar de lo que provoqué con la aspiradora o de lo que hice en su baño, pero lo haría. Tarde o temprano, una vez que obtuviera lo que quería de mí, me echaría.
—Al igual que tú, tampoco llevo mucho tiempo trabajando en este sitio —dijo Danna, desviando la mirada hacia la camisa de Alastor—. ¿Pero puedo darte un consejo, si no te importa y tampoco es tarde todavía?
—Claro. —Mi garganta se sentía hinchada, dificultándome tragar la saliva.
—Huye y no dejes que te seduzca.
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Servicio de hotel
RomanceSAMANTHA Decide emigrar de Latinoamérica a los Estados Unidos con la visa a punto de caducar y la necesidad de recurrir a documentos falsos para sobrevivir. Su destino la conduce a un sótano en condiciones desastrosas, ofreciéndole una bienvenida q...