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Al día siguiente, me desperté a las cuatro de la mañana para alistarme. Preferí pasar del desayuno porque la cocina seguía siendo un auténtico basurero, y tampoco tenía ganas de solicitar comida libre de gluten al dueño de la casa.
Mamá me llevó al hotel y por suerte llegué media hora antes, tiempo suficiente para llenar el carrito junto con Ana. Esta vez no llevaríamos el bin, y pude intuir la razón.
El jefe me entregó una hoja en la que había un cuadro con las habitaciones que deberíamos limpiar el día de hoy, pero esta vez nuestra lista se reducía a un solo número: el 999.
—La suite del Diablo —susurró Ana a mis espaldas. Por la forma en que me pidió que la siguiera, supe que estaba molesta. Tampoco es que hubiera arrojado la aspiradora de manera intencional el día anterior.
A medida que avanzábamos por los pasillos del hotel, mis piernas se volvían más pesadas con cada paso, incluso me sudaban las manos. ¿Qué ocurría conmigo? Ni siquiera podía empujar el carrito correctamente, así que se balanceaba de un lado a otro. Debía sujetarlo con firmeza si no quería que se repitiera un episodio similar al de ayer.
En la boca de mi estómago, un vacío me produjo náuseas al detenernos frente a la puerta del infierno y tragué con fuerza.
Traté de convencerme de que era solo otro hombre al que le gustaba alardear, pero fue imposible.
—Adelante. Esta vez serás tú quien dé la cara. —Ana me entregó la llave maestra que el personal de limpieza utilizaba para abrir todas las habitaciones. Era una tarjeta roja con el logotipo del hotel, sin más información, pero en sintonía con la estética minimalista que caracterizaba al lugar.
Ella también estaba nerviosa. Era evidente que ese hombre provocaba una extraña reacción en todas las personas, algo que iba más allá de lo normal.
Tras aclararme que no debía actuar como una niña pequeña, deslicé la tarjeta sobre el lector, empujé la puerta ligeramente y, segundos después, me anuncié:
—Hello, housekeeping.
—Debes anunciarte antes de abrirla —me reprendió Ana, y cuando la miré, advertí que sus manos temblaban un poco—. Continúa.
Esperé para recibir alguna respuesta, pero aunque los segundos pasaban, no escuché nada.
—Housekeeping? —repetí y el silencio me contestó.
Empujé la puerta hasta asomar la mirada, y lo que vi desencajó mi mandíbula por completo.
Las habitaciones que visitamos el día de ayer no tenían punto de comparación a esta suite.
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Servicio de hotel
RomanceSAMANTHA Decide emigrar de Latinoamérica a los Estados Unidos con la visa a punto de caducar y la necesidad de recurrir a documentos falsos para sobrevivir. Su destino la conduce a un sótano en condiciones desastrosas, ofreciéndole una bienvenida q...