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La voz de Danna hizo que despertara más temprano de lo habitual, sintiéndome como si no hubiera dormido en realidad. Fue igual que una pesadilla. También estaba agotada y sudada debido al insoportable calor concentrado en la casa rodante.
Gracias a que ahora tenía un teléfono e internet, busqué algún Gualmar que estuviera de mi camino hacia el trabajo. Así fue como mamá llamó a una de las tiendas de por aquí.
Después de pasar unos minutos sin encontrar resultados, quise darme una bofetada cuando me di cuenta de mi error. Estuve buscando el nombre equivocado todo ese tiempo, lo que solo agregaba más frustración a mi día.
—Walmart —leí en voz alta.
Amaba a mi mamá, pero ella no hablaba inglés. Por otro lado, tuve la fortuna de contar con buenos profesores tanto en la escuela como durante mi tiempo que estuve en la universidad, lo que me permitió dominar el idioma con bastante fluidez.
De cualquier forma, era hora de comprar alimentos para mí.
Entré a la casa de César con cuidado, donde todos aún dormían. Fui a la ducha y tuve que bañarme con las zapatillas puestas. El suelo estaba resbaloso, y no quería ni imaginar cuánto tiempo había pasado sin limpiarse. Incluso evité usar el inodoro, recordando la última vez que mi piel se pegó a la taza como una pegatina. En ese momento, quise creer que se debió a la humedad del ambiente.
Más tarde, mamá y yo desayunamos en una cafetería que estaba abierta las 24 horas y que, según lo que encontré en internet, también tenía un menú libre de gluten. Vi a mamá a punto de llorar. Hacía alrededor de doce años que no desayunábamos juntas fuera de casa y como dos personas normales. En mi país de origen, había pocos productos sin gluten y aún menos restaurantes que los ofrecieran, y los que existían estaban lejos o eran muy caros. La emoción de compartir un desayuno en un lugar así fue abrumadora para ambas.
Cuando entramos en Walmart, fui yo quien estuvo a punto de llorar de felicidad. Había tantas cosas que siempre quise volver a comer, y ahora tenía la oportunidad. Existía una amplia variedad de productos, y algunos eran mucho más baratos en comparación con Ecuador.
Me sentía como una niña pequeña mientras, junto a mamá, recorríamos los pasillos señalando los productos, sin importar que algunas personas nos miraran extrañadas al pasar. Era un momento de alegría compartido con mi madre después de tanto tiempo, y no me importaba lo que otros pensaran.
Contuve un grito de emoción al encontrar galletas Oreo sin gluten. Aunque no podía llevarme todo lo que me gustaría porque aún no habíamos resuelto el problema de la nevera, tomé algo de pasta, carnes enlatadas, puré de patatas, verduras y Dr. Pepper. Mamá me dijo que esa bebida me encantaría, y cuando busqué en internet, vi que también era libre de gluten.
En el camino al trabajo, probé mi primera Oreo en mucho tiempo junto con la gaseosa que mamá tenía razón al decir que se convertiría en mi favorita. Me derrumbé en el asiento, saboreando cada bocado y sorbo como un pequeño regalo de la vida. Era un diminuto placer que me hizo olvidar por un momento todos los desafíos que enfrentaba en este nuevo país.
Me sentí con más energía. Entre lo malo, admití que siempre había algo bueno, pero cambié de opinión cuando abrí la puerta del auto y me encontré de vuelta en el infierno que tenía por nombre uno de los estados de este país.
Un nudo se apretó en mi estómago mientras admiraba la moderna edificación de estilo Art Deco que se alzaba majestuosa ante mí. Sus muros naranjas y beige se fundían en armonía con la exuberante vegetación que rodeaba el lugar, creando un paisaje idílico. Las relucientes cristaleras y los elegantes arcos que flanqueaban la puerta principal añadían un toque de sofisticación a la escena. Todo esto se desplegaba frente a la playa de arena dorada, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y bajo un impecable cielo azul. Parecía tan plácido y sereno, tan opuesto a la persona que lo había consolidado.
Mamá me advirtió que no comiera todo el paquete de galletas, y tal vez debí hacerle caso, porque de repente sentí un revoltijo en el estómago.
Me despedí de ella y arrastré los pies hacia la oficina de mi jefe. Planeaba pedirle de favor que me cambiara de lugar en el hotel; no quería volver a su suite.
Al entrar, encontré a Claudio sentado frente a una computadora con dos pantallas, organizando la lista de habitaciones limpias y las que aún tenían que ser aseadas. Toqué la puerta con suavidad, pero no me escuchó debido a la música a todo volumen.
Lo intenté de nuevo con más determinación, y por fin apagó la radio. Luego, giró en su silla, me miró y dijo:
—No deberías estar aquí.
Mi corazón dio un vuelco.
¿Me despidieron?
¿Alastor, ese maldito desgraciado, había tenido éxito?
—Es tu día libre —añadió al ver mi rostro desfigurado por el horror—. Le dije a Ana que te informara.
Por supuesto, no podía ser otra persona.
—Pero ya que estás aquí, trabaja hoy. Tenemos un grupo bastante grande que está por llegar y nos faltan habitaciones limpias.
No podía ser verdad.
—¿Cuándo será mi próximo día libre? —pregunté, pero eso fue lo peor que pude hacer.
—Cuando yo lo diga. —Se acomodó en su silla de mala gana—. Recuerdo haber mencionado que parezco una grabadora al repetir que la temporada sube y baja. Su mano parecía un ascensor al interpretar lo que su boca acababa de decir.
Suspiré, asimilando mi suerte.
—Pero esta vez no me lo dijo; que era mi día libre, me refiero.
—¿Estás tratando de discutir conmigo?
—No —pronuncié entre dientes.
—Así pensé. Ahora, vete. —Hizo un gesto para que saliera de su oficina—. Además, no permitimos su uso durante horas de trabajo. —Señaló mi nuevo teléfono.
—Por supuesto. —Me retiré.
—Una cosa más. —Me frenó en la puerta—. La suite novecientos noventa y nueve... Él solicitó tu cambio al turno de la noche.
Con solo escuchar eso, se me erizó cada vello del cuerpo.
—¿Por qué? —cuestioné.
—Ya deberías saberlo. Son sus preferencias. —Me miró de arriba abajo, haciéndome sentir asqueada. Todos aquí conocían a Alastor y su forma tan especial de actuar, excepto yo. Tampoco habría estado mal que alguien me advirtiera.
«Huye y no dejes que te seduzca».
Abrí la boca, pero él elevó las cejas a la defensiva, y con eso, me dio una bofetada mental.
Estaba segura de que, si suspiraba, me echaría a la calle. No era fácil conseguir un trabajo en un país como este, con buena paga y con papeles falsos. No me quedaba más remedio que tragarme la bilis, aceptar la hoja en la que indicaban las habitaciones que tendría que limpiar y salir con la cola entre las patas. Solo mantenía la esperanza de que las cosas pudieran mejorar más adelante.
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Servicio de hotel
RomanceSAMANTHA Decide emigrar de Latinoamérica a los Estados Unidos con la visa a punto de caducar y la necesidad de recurrir a documentos falsos para sobrevivir. Su destino la conduce a un sótano en condiciones desastrosas, ofreciéndole una bienvenida q...