Capítulo 67

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Mientras avanzábamos por las calles desconocidas en España, pude notar la presencia de una interesante mezcla de estilos arquitectónicos. Las vías estaban flanqueadas por edificaciones que representaban tanto la riqueza de la tradición como la modernidad. Edificios antiguos de piedra destacaban con balcones de hierro forjado y detalles ornamentales. Estos contrastaban con estructuras más modernas, hechas de ladrillo y cristal, que añadían una sensación contemporánea al lugar.

El ambiente nocturno en las calles desoladas se encontraba matizado por farolas dispersas que emitían una luz amarillenta, creando un juego de sombras entre los edificios y las aceras de adoquines. En la penumbra, al entrever el rabillo del ojo, me pareció percibir un par de siluetas desplazándose a través de la oscuridad proyectada por la iluminación intermitente de las farolas. Sin embargo, antes de poder indagar o estar seguro de lo que había visto, el chico que venía con nosotros me alcanzó y caminó junto a mí, en el lado opuesto de Cheyanne. Durante los últimos momentos había pasado desapercibido. Hasta ahora.

—¿Dónde está Lizzie? —inquirió. Pero al no recibir una respuesta inmediata, y puesto que seguí caminando mientras examinaba alrededor, en busca del movimiento que había captado momentos atrás entre la oscuridad, se plantó en frente de mí, frenándome—. ¿Con quién la dejaste?

—Si tanto te importa, ¿por qué no regresas a los Estados Unidos? ¿Acaso no te das cuenta de la situación? —bramó Cheyanne—. Si caímos al mar, fue por tu culpa, y ahora míranos aquí.

—¿Debo repetirlo? De no haber sido por mí, Serpente nos habría matado tras abordar el buque, y él probablemente estaría solo en este lugar.

—Sabías que llegarían al encuentro —recalqué. Me acerqué mientras él retrocedía—. ¿Qué otra información conoces?

—Se suponía que era tu trabajo averiguarlo, pero César se equivocó contigo y acabó perdiendo la vida por eso.

—Sabías que Nikolai buscaba a la niña, ¿por qué motivo? —insistí. No bajó la mirada, pero tampoco habló. Aunque fue evidente su molestia por cómo la llamé—. Responde.

—También me gustaría entender por qué ese hombre mantenía a su hija de cinco años, encerrada en el calabozo de un buque vinculado al tráfico de inmigrantes con la mafia italiana. Pero tú también eres su hijo, ¿no? Ya deberías saberlo.

—¿Qué insinúas?

Cheyanne se interpuso entre ambos y nos empujó con fuerza en el pecho. Sin embargo, el único que retrocedió con ese gesto fue el muchacho.

—Eh —me dijo—. ¿En qué estás pensando? Es solo un chico. Sí, es idiota, pero... Cálmate, ¿quieres?

Apreté la mandíbula, evitando comenzar una discusión con ella también. Si tenía razón en algo, era que estaba a punto de mandarlo todo por la borda. Samantha se había quedado en ese lugar, en manos de esos hombres que no tenían ningún respeto por las mujeres, y que las usaban como simples juguetes sexuales, un bonito adorno, o ante la necesidad de procrear. No había forma de que tomara la palabra de Moretti en serio. Eran capaces de cualquier cosa que fuera en beneficio de la famiglia, sin importarles nada más.

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