花 PARTE 1

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En claros cielos, muchas estrellas hay. 

Y en nuestros corazones, muchas esperanzas también.




Abril — Agosto

1944

Una fila de estudiantes salió de la casa marcada con un estandarte de color naranja, y giraron por última vez en el año escolar esa tablilla con sus nombres, llevando tras de sí los baúles con sus pertenencias

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Una fila de estudiantes salió de la casa marcada con un estandarte de color naranja, y giraron por última vez en el año escolar esa tablilla con sus nombres, llevando tras de sí los baúles con sus pertenencias.

Park Minho fue el último en salir, permaneciendo con la vista fija en una chica de cabello negro y brillante hasta la cintura. Su atención estaba tan fija en ella, que no notó cuando los estandartes cambiaron de color.

Jangmi se giró a verlo, con una sonrisa en el rostro. Esa hermosa sonrisa que siempre tenía antes de las vacaciones y de volver a casa.

—¡Minho! ¿Te quedas? —dijo con tono de burla.

—Voy en un momento.

Ella se encogió de hombros, y Sachiko tiró de ella para llegar rápido a la playa, aunque le lanzó a Minho una mirada de fastidio burlón al saber lo que pasaba por su cabeza. De alguna manera misteriosa, Jangmi siempre estaba al norte, incluso cuando estaban en corea. Era como si el destino le indicara algo.

Sonrió como idiota hasta escuchar unos pasos desde un lado de la terraza. Los chicos de quinto año empezaron a burlarse de él, intentando imitar el coreano con sonidos que nada tenían que ver. Su sangre hirvió, tal como siempre que esos chicos lo molestaban por su nacionalidad.

—¿Qué tan idiotas deben ser los coreanos para no haber inventado un alfabeto hasta hace cinco siglos? —soltó uno.

—Al menos nosotros lo inventamos y no lo copiamos del chino —respondió Minho en voz alta.

—¿Qué dijiste, imbécil? —preguntó con incredulidad.

—¿Estás tan sordo que debo repetirlo? ¿O simplemente eres idiota?

—Te vas a arrepentir, pedazo de mierda.

—Igual que ustedes por invadir Corea injustamente, malditos cobardes.

Uno de ellos se acercó hasta él y lo agarró por el cuello del kimono, estampándolo con fuerza contra la pared de su propia vivienda.

—Repite lo que dijiste.

—¿De qué otra manera hay que llamar a quienes se arreglaron con un imbécil para traicionar al emperador? Solo pueden ser cobardes.

Lo arrastraron de donde estaban hasta llevarlo tras el Onsen, donde cayó el primer golpe.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora