둘. Kioto

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La graduación de los nuevos especialistas ese año fue bastante más triste de lo que solía verse

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La graduación de los nuevos especialistas ese año fue bastante más triste de lo que solía verse. Los padres de todos estaban invitados, sin embargo, los asientos dispuestos para ellos se encontraban casi vacíos. Los padres de Junko acompañaban a los de Taro y a la madre de Kou, cuyo padre seguía enfadado con ella. A Yuki lo acompañaron sus padres, pero la única que celebraba con aplausos era su hermana.

Jangmi recibió su diploma de manos de la profesora Hamasaki, que al tomar su mano tiró de ella para susurrarle.

—Seguro tu madre está orgullosa de ti.

La observó con una sonrisa triste, pero Hamasaki la consoló con un apretón en el hombro, aunque algo en la mirada de su profesora le decía que sería capaz de abrazarla si no estuvieran en un evento formal.

Esa tarde todos se despidieron en la playa entre unas cuantas lágrimas y abrazos que no se habían atrevido a darse hasta ese momento. La mayoría se disponía a regresar a sus hogares unos días antes de empezar su vida laboral, así que partieron junto a sus familias en dragones voladores o paiños más grandes dependiendo de la cantidad de personas. Ella y Jihyun compartieron transporte hasta Kioto.

Por más que los estadounidenses llegaron con una oleada de modernidad, aquello no se notó en la antigua capital del país. Las calles estrechas seguían teniendo el aire tradicional del Japón que ambos conocían desde hacía casi diez años, desde la primera vez que visitaron aquella ciudad para comprar su material escolar.

Caminaron juntos por las serpenteantes calles del barrio Gion, arrastrando sus baúles entre la multitud que se aglomeraba por ahí hasta llegar al portal de una antigua Okya. Ambos iban vestidos con ropa mahonai ciertamente más occidental que la que usaban en la escuela o cuando visitaban Inari Roji; Jangmi usaba un vestido color crema de pequeñas flores azules, y Jihyun un traje gris con una camisa blanca. Todo con tal de no llamar la atención.

Jangmi golpeó la puerta, y al rato, una mujer vieja, encorvada y que caminaba con la ayuda de un bastón les abrió. Los miró a ambos de arriba abajo con gesto serio.

—¿Ustedes son los coreanos? —preguntó con voz ronca.

—Sí, señora —respondió Jihyun.

—Bien, síganme.

Ambos entraron, arrastrando el poco equipaje que traían por el genkan, quitándose los zapatos con esfuerzo. La mujer les permitió usar unas sandalias de interior que ya tenía preparadas, ambos le agradecieron y siguieron su camino por un jardín interior que ya tenía sus flores en su máximo esplendor.

—¿Son hermanos? —preguntó con desconfianza.

—Hermanastros —respondió Jihyun.

Fue una mentira que ambos acordaron para justificar la falta de parecido físico, tener la misma edad y que sus apellidos fueran distintos sin que fuera sospechoso y sin tener que ocultarlo o fingir ser pareja que resultara incómodo. En algún momento, podría descubrirse y se les complicarían las cosas.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora