1. El costo del cambio

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Una gruesa capa de nubes cubrió el cielo opaco mientras Jangmi lo observaba desde la ventana de su habitación, sentada en aquel baúl en el que tenía encerradas todas sus pertenencias y recuerdos de su vida en la escuela

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Una gruesa capa de nubes cubrió el cielo opaco mientras Jangmi lo observaba desde la ventana de su habitación, sentada en aquel baúl en el que tenía encerradas todas sus pertenencias y recuerdos de su vida en la escuela.

Los días se repetían en una misma escala de gris desde el momento en que había escuchado la noticia. Una única bomba había sido suficiente para destruir una ciudad completa, las esperanzas de un país y a familias enteras; a la vez que esa destrucción empezaba a consolidar la libertad de una colonia y sus esperanzas. Ya no tenían que vivir con miedo.

Era imposible separar ambas cosas. Si su amiga y miles más tuvieron que morir por esa libertad, no la deseaba. Si su libertad mataba a otros, no la quería.

—Jangeun Jwi-ya —llamó su abuelo desde el otro lado de la puerta.

—Pasa —dijo casi en un susurro tras suspirar.

El hombre entró con una sonrisa que se esforzó por corresponder. Se acercó hacia ella, y se sentó a su lado.

—Ayer le llevé soju a Chisoo, y me preguntó por ti. No te ha visto desde hace un año. —Ella bajó la mirada sabiendo a dónde iba todo eso—. Sus clientes también han preguntado por ti, y le gustaría que volvieras a cantar.

—No tengo ánimos para eso, harabeonim. De todas maneras, muchas gracias.

—Deberías intentarlo, pequeña. Hacer ese tipo de cosas ayuda a despejar la mente. Sé por qué te lo digo.

—¿Tú lo hacías?

—No. Me gustaba pintar. Lo hacía para relajarme —hizo una pausa y tomó su mano con suavidad —. Tal vez cantar te ayude a sacar la tristeza.

Cantar siempre le había ayudado a sacarse la angustia, los nervios y ciertas tristezas, pero aquella vez era distinto. No tenía fuerzas para nada. Aunque tal vez esa sería la solución.

Tomó aire profundamente para suspirar, pero sus cuerdas vocales decidieron sacar en ese momento la melodía que le rondaba la cabeza desde hacía meses. La escuchaba una y otra vez en su cabeza, pero era la primera vez que su propia voz la entonaba. Era una melodía sin razón ni nombre, como una vida sin significado.

Su abuelo sonrió levemente con satisfacción y le dio un suave apretón en la mano.

—¿La hiciste tú?

—Sin querer, pero sí. No sé de dónde salió.

—¿Y te sientes mejor?

—Solo un poco.

—Pues piensa en cómo te sentirás al volver a cantar una canción completa.

—Voy a pensarlo. —Cedió, dándole la razón a su abuelo.

Él llevó la mano hasta su mejilla, acariciándola con ternura.

—¿Me van a poner al tanto de lo que digan en Pyongyang?

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora