열. Hogar

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Al igual que años antes, Jangmi arrastró su baúl por las calles de Kioto hasta llegar a un portal

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Al igual que años antes, Jangmi arrastró su baúl por las calles de Kioto hasta llegar a un portal. Tocó la campana que colgaba de la entrada, y un hombre alto con traje le abrió la puerta al poco rato.

—¿Señorita Jangmi?

—Buenas tardes, señor Daiki ¿Está Ryuko?

—Está en cama, pero puede pasar si gusta. Yo iba saliendo.

—Ha sido un gusto verlo de nuevo.

—Lo mismo digo.

El esposo de Ryuko caminó por el callejón con tranquilidad, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón antes de desaparecer en camino al ministerio. Jangmi entró, se quitó los zapatos en el genkan, dejó el baúl junto a ellos y caminó hasta la habitación de su amiga.

Ryuko usaba un kimono rosa, cuyo obi se notaba suelto para dejar espacio al vientre que crecía con los meses. Estaba sentada en el futón, con la espalda apoyada en un montón de almohadas, leyendo un libro que descansaba apoyado con suavidad en su barriga.

En cuanto Jangmi dio unos golpes en el marco de la puerta, una sonrisa iluminó su rostro, haciéndole señas insistentes para que se acercara. Llegó hasta ella y la abrazó, con tal delicadeza como si con solo tocarla pudiera quebrarse

—¿Cómo va todo, Ryu?

—Daiki ya no me deja levantarme desde ayer cuando viniste. Se dio cuenta de que ya estamos cerca del final y no quiere que vuelva a pasar nada malo.

—No fue tu culpa.

—Ya lo sé. Me caí y ya. Ese tiempo en el que me mortificaba a mí misma ya pasó.

—Eso espero.

—¿Qué hay de ti? ¿No te ibas a Corea?

—Nadie llega hasta el norte del río Han.

—Lamento escucharlo —dijo tomando su mano—. ¿Y Jihyun?

—Se fue esta mañana.

—¿Tienes un plan?

—Los mahonai cerraron la frontera, y está militarizada. Me imagino que tampoco se puede entrar ni salir con magia. No creo que pueda intentar nada, por eso regresé antes de hacer ninguna tontería.

—Buena elección. —Ryuko tomó su mano y la apretó de forma cariñosa— ¿Y cómo están tus asuntos por acá?

—Ya terminamos el contrato con la señora Xin, así que debería empezar a buscar dónde dormir. Renuncié a mi trabajo en Okuninushi, y no creo que me lo regresen como si nada. Creo que puedo seguir cantando. Aun así, no tengo nada ahora.

—¿Quieres quedarte aquí?

—No quiero ser una molestia...

—No me vendría mal un poco de compañía. Daiki se la pasa trabajando. Si te parece, quédate hasta que encuentres algo.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora