일곱. Noche

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Jangmi apareció en el callejón de siempre, y echó a correr los pocos metros que la separaban de la entrada del bar

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Jangmi apareció en el callejón de siempre, y echó a correr los pocos metros que la separaban de la entrada del bar.

La señora Xin empezó a cuestionarla en reiteradas ocasiones sobre sus actividades nocturnas, que, sin saber del todo lo que hacía, opinaba que no era para nada correcto o decente que una mujer permaneciera en la calle hasta tan tarde. Aquellas discusiones terminaban por costarle bastante tiempo de preparación los fines de semana, pero aquella vez fue más de una hora en la que la anciana no le permitió salir de la casa.

Entró con prisas cuando el guerrero del tapiz la reconoció, estrellándose contra varias mesas de camino al pasillo. Corrió la cortina del camerino con fuerza y la respiración agitada por las prisas.

—Lamento la tarda...

—¡Unnie! —gritaron las más jóvenes, y se lanzaron a abrazarla.

El sobresalto fue seguido de inmediato por un enorme desconcierto. Yeonjin se puso de pie como impulsada por un resorte, respirando profundamente por el alivio, cubriendo su cara como si estuviera a punto de llorar. El señor Taguchi caminó por la estancia, frotando sus ojos con una de sus manos.

—¿Se puede saber en dónde estabas? —preguntó con seriedad.

—Mi casera —explicó con rapidez—. No le agrada la idea de que salga tan tarde.

—Hace bien...

—¿Ahora me van a explicar qué mierda pasó?

—¿No lo sabes? —Cuestionó Yeonjin.

—Por algo pregunto.

—¿No lees el periódico? —preguntó Taguchi.

—No ¿Pueden decirme que pasó?

Baenhab se separó de ella, despacio, y le entregó la edición vespertina de Nihon no Kitsune. Jangmi la levantó con duda, hasta finalmente encontrarse de frente con un enorme titular en primera plana que hizo que sus ojos se abrieran como platos a la vez que se dirigían a una grotesca imagen móvil.

Asesinato en Eikando.

La identidad de víctima y victimario siguen siendo desconocidas.

Fue hallada al atardecer de hoy por una mujer mahonai en el exterior del templo de Eikando. Las autoridades mágicas encendieron sus alarmas cuando una varita rota apareció junto al cuerpo, al igual que una marca que indica, posiblemente, que la víctima era de nacionalidad coreana.

El cuerpo de la mujer estaba tirado entre un matorral, rasguñado por las ramas en sus brazos y piernas. Le habían arrancado los dedos de ambas manos, pero esas lesiones pasaban por alto al ver una más inquietante.

La razón por la que no había sido identificada estaba en la completa desfiguración de su rostro. Al igual que sus dedos, la nariz ya no estaba. Desde aquel punto nacían varios cortes que terminaban en las mejillas, la frente o la barbilla de la mujer, imitando de manera tétrica algo que a las cuatro les traía malos recuerdos de las épocas más oscuras del imperio. Atado a su cuello con una cuerda gruesa colgaba un letrero con dos palabras: Basura coreana.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora