I. Tormenta

15 5 4
                                    

Jangmi contaba con orgullo sus primeros ahorros

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Jangmi contaba con orgullo sus primeros ahorros. Había cantado todos los días durante lo que le quedaba de las vacaciones y había reunido 63 yenes y todavía le quedaban dos años antes de iniciar la especialización. A ese ritmo, podría pagarla a tiempo.

Por más que el gobierno ayudaba a los alumnos a pagar sus estudios si los solicitaban, este beneficio solo se reservaba a estudiantes japoneses para su estudio obligatorio, así que la ayuda se cortaba si se quería hacer la especialización. Generalmente los que se especializaban tenían una buena posición económica y podían permitirse aquello.

Guardó los yenes en armario con total confianza, pues sabía que nadie los tomaría de ahí, y sacó su kimono y demás prendas que llevaría a la escuela. El día anterior se había entretenido ensayando en el bar para su última presentación y se había olvidado de empacar las cosas hasta ese momento, y solo le quedaban un par de horas cuánto mucho para partir a la escuela.

Kimono, sandalias, medias, ropa diaria y para dormir, libros, papel... Salió corriendo a la sala por sus pinceles y el tintero antes de olvidarlos. Al regresar sentía que algo le faltaba.

—¿Ya tienes todo listo, mi niña? —preguntó su madre desde la puerta.

Cuando la abuela empezó a enfermar, ella decidió quedarse a cuidarla mientras los demás trabajaban, así durante las vacaciones también estuvo más pendiente de ella.

—Siento que me falta algo.

—¿No será la ropa interior, o sí?

Se dio una palmada en la frente que hizo reír a su madre. Sacó del armario lo que le hacía falta y lo dejó en el fondo del baúl riéndose de sí misma. Cada vez que terminaban las vacaciones había algo que olvidaba a último momento: El uniforme, los zapatos, un libro, tintero, cualquier cosa se le olvidaba y debía escribirles una carta pidiendo que le enviaran lo olvidado.

—Creo que ahora sí está todo, Omoni.

Un graznido llegó desde el exterior junto con un sonoro aleteo. Ambas se asomaron por la ventana para ver al enorme paiño aterrizar en el caminito de tierra que dividía las parcelas de cultivo. El abuelo gritó a lo lejos para llamarla, con lo que Jangmi salió corriendo al cuarto en el que descansaba su abuela con prisas.

—Halmeonim, ya me voy a la escuela —dijo mientras se agachaba junto al io y le daba un beso en la frente.

—Cuídate mucho, jangeun jwi-ya. —respondió con debilidad.

—Te voy a extrañar.

—Y yo a ti, pequeña.

—Mejórate, por favor.

—Anda, anda. Que ese maldito pájaro te va a dejar.

Le dio otro beso rápido en la mejilla y corrió de nuevo por sus cosas. Junto a su madre, arrastraron el baúl fuera de la casa hasta que el paiño lo agarró entre sus patas a la espera de que ella subiera.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora