열셋. Tempestad

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Una semana más tarde, Jangmi y Edward aparecieron en Tokio al medio día en un callejón cercano a su destino para no llamar la atención de nadie

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Una semana más tarde, Jangmi y Edward aparecieron en Tokio al medio día en un callejón cercano a su destino para no llamar la atención de nadie. Ella cambió un poco la forma de su cara y su nariz para no ser reconocida, dejó su cabello en un corte más usual entre los mahonai y se puso un vestido occidental para pasar desapercibida.

Caminaron unas pocas calles hasta llegar a otro callejón, donde varios magos se reunieron alrededor de un viejo jarrón roto.

—Varitas e identificación a la vista —ordenó un Yoake en voz alta para que la veintena de presentes lo escuchara con claridad.

—¿Seguridad? —preguntó Jangmi a su acompañante.

—Un pequeño registro.

Los yoake examinaron y catearon a cada persona, deteniéndose un poco en Jangmi al ver su nombre en la tarjeta, así que regresó su aspecto a la normalidad por un breve instante para que corroboraran que era ella y su habilidad, así que siguieron con los registros como si nada. Tras la breve inspección y registro, todos recibieron una pieza del jarrón en sus manos e indicaciones sobre el funcionamiento del traslador y algunas normas dentro del recinto.

A la hora indicada, todos juntaron las piezas cerca de la base y desaparecieron con un chasquido. Al abrir los ojos, Jangmi vio la inmensidad del mar a su alrededor, y justo a su espalda, un enorme estadio de Quidditch con torres altas de varios niveles que se construyeron al igual que pagodas japonesas, con pasillos que las conectaban entre sí y que también daban a las tribunas generales.

—Wow, me esperaba algo más cercano a la tierra firme.

—En Mahoutokoro los partidos son en el mar ¿no sabías?

—¿Quieres decir que no hay terreno ahí adentro?

—La verdad me lo imagino. Nunca he venido.

—Esto va a ser interesante.

En cuanto entraron, ambos quedaron con la boca abierta al darse cuenta que Jangmi tenía razón. El agua era clara en el marco de lo que, en otros países, era césped. Flotadores mágicos indicaban las líneas reglamentarias sin que el leve movimiento de las olas en el interior alterara su posición. A un metro del nivel del agua se encontraban las entradas exclusivas para los equipos y medimagos.

—¿Qué hacían en tu escuela si alguien se caía? —preguntó él, un poco alarmado.

—Había un equipo de alumnos mayores que dominaban la hidroquinesis y que los sacaban sin más, yo ayudé un par de veces ¿Qué hacen cuando alguien cae en la tuya?

—Lo llevan a la enfermería, o al hospital si es muy grave.

—Creo que en esto ganamos.

—Creo que sí.

Subieron a las tribunas a la mitad de la altura total del estadio, que no se llenaba del todo en torneos nacionales, así que había bastante espacio entre cada grupo de personas. El estadio había sido reformado durante el imperio para ser sede de la copa mundial, pero no habían sido elegidos, y el estadio quedó con más capacidad de la que se ocupaba en su liga nacional.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora