IV. Palabras asesinas

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Pasaron horas en las que Jangmi se quedó refugiada en la sala de ensayo del fondo del pasillo, sin querer ver a nadie ni que nadie la viera

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Pasaron horas en las que Jangmi se quedó refugiada en la sala de ensayo del fondo del pasillo, sin querer ver a nadie ni que nadie la viera. La luz se fue perdiendo en el horizonte y las campanadas se repitieron hasta su último retumbar para recriminarle que estaba en lugar incorrecto, en todos los sentidos.

Las lágrimas cayeron en silencio por sus mejillas hasta mojar sus rodillas. Ni se había tomado la molestia de cambiarse al uniforme cuando subió las escaleras tratando de pasar desapercibida a ojos de aquellos que volvían a la normalidad tras una actuación.

No quería seguir ahí. Quería regresar a Corea y olvidar que todo eso le había ocurrido.

Sentía que habían jugado con sus sueños. Por un instante había sentido que tenía potencial, uno pequeño, pero existente. Había sentido que podía confiar en sí misma, y que podía compartir lo que tanto le gustaba con el mundo.

Empezó a llorar con más fuerza, con mil pensamientos atormentándola, y tornando su cabello en un gris brillante. Sus sollozos llenaron la sala.

Se sentía inútil y ridícula. Tal vez aquellos aplausos eran solo por compromiso o compasión. Tal vez lo que el profesor Asahi anotaba el día de la prueba era la verdadera razón por la que la estaba aceptando para justificar después su elección. Tal vez su familia le había mentido para no romperle el corazón.

Lloraba desconsolada. No le importaba nada, solo quería desaparecer del mundo por completo, y si no podía hacerlo, entonces quería olvidarse de que alguna vez cantó en su vida y seguir con sus estudios, buscar un trabajo distinto para pagar la especialidad y enterrar ese sueño que desde el principio no tenía futuro alguno.

Como tantas veces le había pasado, se metió demasiado en su cabeza como para tener una mínima noción del tiempo y de lo que pasaba a su alrededor. En algún momento alguien había entrado a través del tapiz de la geisha. Seguramente había ido a los vestuarios y habría encontrado su uniforme colgado, y habría empezado a buscar por todo el teatro hasta encontrarla en el rincón más oscuro de la sala de ensayo más alejada.

La profesora Hamasaki corrió la puerta rápidamente y con la varita iluminando la estancia se detuvo en el pequeño bulto en que Jangmi se había convertido, con el cabello gris y enmarañado, los ojos rojísimos de tanto llorar y encogida hasta más no poder.

—Jangmi...

La mujer se acercó a ella con prudencia y rapidez, mostrando una enorme preocupación en su rostro. Posó las manos sobre sus hombros, y la observó con detenimiento para comprobar que estaba bien, al menos físicamente. Cuando quedó satisfecha, posó una mano en su mejilla como una madre, limpiándole las lágrimas que caían a borbotones.

El mero contacto hizo que Jangmi se quebrara más de lo que ya estaba. Abrazó a su profesora con fuerza y lloró con más desesperación que antes. Hamasaki no hizo ademán alguno de querer alejarla, y, por el contrario, la abrazó y permitió que se desahogara en su hombro.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora