X. Luna

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Advertencia de contenido: Este puede que sea el capítulo con los temas más difíciles de tratar, así que recomiendo discreción. Contiene menciones a prostitución forzada y esclavitud sexual sin narraciones explícitas.

La brisa agitaba las plantas de arroz que anunciaban una cosecha provechosa en ese día nublado

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La brisa agitaba las plantas de arroz que anunciaban una cosecha provechosa en ese día nublado. Dalmi cargaba lo que su fuerza le permitía en una canasta. Dalson caminaba junto a ella, presumiéndole que, igual que la iba superando en estatura, también podía cargar más que ella pese a ser menor.

Dalhyun y sus padres removían los granos de las plantas que iban arrancando, dejándolos en canastas para que ellos los pusieran a secar al sol.

A lo lejos pasó un camión del ejército imperial. Era normal que hicieran patrullas en las zonas más alejadas del centro, así que no le dio importancia, y siguió cargando el cesto hasta llevar el arroz a la casa.

—¿Por qué no podemos usar las varitas? —preguntó Dalson—. Sería más rápido.

—Nos pueden ver, tonto. Además, a Abeoji no le gusta que hagamos trampa así.

Dejó la carga en el interior de la casa y regresó junto a su hermano menor a los cultivos, andando por el camino de tierra que separaba los dos estanques de arroz.

—¿Este otro para cuándo está? —preguntó el chico, señalando el estanque en el que apenas se notaban los brotes.

—¿Nunca escuchas? —respondió ella con fastidio—. Abeoji dijo que es para el invierno. Por eso lo acabamos de sembrar hace una semana, idiota.

—No seas tan cruel conmigo, Nuná...

—Disculpen... —dijo una voz a su espalda.

Ambos se giraron sobresaltados para encontrarse con dos soldados japoneses. El camión estaba estacionado en el camino de tierra que llevaba al pueblo, y en este permanecía un militar en el asiento de conductor.

—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó ella ante la sorpresa de su hermano.

—¿Qué edad tiene?

Miró a su hermano extrañada, pensando "¿Por qué necesita esa información?"

—Nací en el año del tigre... —Ambos hombres se miraron y dijeron algo en un japonés más complicado de lo que ella podía entender—. Si necesitan a alguien mayor puedo llamar a mi padre...

—Necesitamos costureras en Osaka. Usted vendrá con nosotros.

Se quedó pensando un momento. Era obvio que en Japón pagaban mejor que ahí, y Osaka era una ciudad grande, donde podía ganar más dinero y enviarlo a la familia, pero, por otro lado, si ella se iba, perderían un par de manos en el trabajo, lo cual podría hacer que fuera más difícil para los que quedaran y se perdiera parte de la cosecha. Tampoco tenía muchas ganas de separarse de su familia, ni sabía el suficiente japonés para vivir allá.

Arirang | MahoutokoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora