.47.

2K 274 58
                                    

-Yo haré lo que quieras, lo sabes.

Sonrió, su novio y amigo era esplendido.

-Mejor no – decidió – Desde el principio tuve mis dudas, y luego de ver todo eso, reafirme mi postura.

-¿No quieres casarte conmigo? – quiso aclarar, pero sus palabras alteraron sin querer al pelinegro.

-¡Sabito, yo te amo! – casi grito – ¡Esto no significa que no quiera estar el resto de mi vida contigo!

-Lo sé, cálmate – lo abrazo inmovilizando sus exagerados movimientos – Tranquilo, sólo era una simple pregunta. Les avisare que no nos casaremos – lo soltó y salió.

Salió de sus pensamientos por un rato y miro alrededor, posteriormente a su maestro.

-¿Urokodaki-san, que hacemos aquí?

-Supongo que Sabito te dijo el tiempo aproximado que tardara en volver – dio media vuelta – Ese es el tiempo que tienes para terminar el entrenamiento, estaré esperándote al pie de la montaña.

-¡Urokodaki-san! – grito mientras el mayor desaparecía entre la repentina neblina.

Siempre se pregunto que le veía de divertido desaparecer y aparecer a voluntad dejando a sus alumnos con dudas que pueden causar problemas existenciales. Aunque también quería aprender esa habilidad, sería útil en momentos incómodos o para evitar interrogatorios que no quiere responder.

Pero más importante. ¡¿Cómo piensan ellos que él puede acabar en cuatro día un entrenamiento que le tomo años sobrevivir?! No tiene sentido, esto en un extraño tipo de tortura.

Suspiro y se sentó en una piedra cercana, rebusco entre su ropa y desenvolvió los anillos. Sumergiéndose de nuevo en sus pensamientos, por suerte conoce el entrenamiento, aun lo recuerda así que bajara rápido.

Se sentía culpable con Sabito, no al grado de cambiar de opinión y aceptar casarse, eso lo avergonzaría, pero si sentía que debía recompensarlo, algo le decía que para su pareja la idea de unir sus vidas en sagrado matrimonio era alucinantemente hermosa. Entre tanto tiempo matándose la cabeza y cumpliendo misiones vio esas dos argollas que brillaban con los últimos rayos de luz, se quedo observándolas por un buen tiempo.

No lo pensó más y se adentro a la tienda para pedirlos. Le dieron a decidir entre amatista y zafiro, o tanzanita, esta última superaba considerablemente el precio de las primeras dos juntas, según la dueña le dijo que se debía a lo difícil que es encontrar esa piedra, y lo solicitada que es en esa época del año. Fue obvia su decisión.

Se llevo consigo dos anillos de plata, uno con una pequeña piedra de tanzanita purpura clara, y otra con tanzanita azul, ambos adórnanos con discretas líneas en diagonal de oro.

Se gasto todo el dinero que le quedaba en ellos y tuvo que volver a las fincas caminando, pero Sabito lo vale, y lo reafirmo cuando al volver en la madrugada su novio lo recibió con un cálido abrazo, la ducha caliente lista, un cambio de ropa preparado y la cena casi terminada.

Agradecido se dio un merecido baño relajante y se cambio, cuando llego al comedor el de cabello durazno ya lo esperaba con la cena servida.

Puede que se diera cuenta rápido de su lejanía porque ese chico lo dejo amañado. Se acostumbro a que el cazador lo consintiera y enseguida noto cuando dejo de hacerlo.

Se sentaron a comer. Luego de dar su primer bocado y pensar en que podría decir antes de regalarle su anillo, cayó en cuenta de algo primordial. A Sabito no le gustaba la joyería.

-¿Sucede algo Giyuu? – pregunto al verlo dejar de comer tan repentinamente – ¡¿Comiste algo desagradable?! ¡Si no te gusto déjalo! – se levanto para tomar el plato – ¡Te cocinare otra cosa!

¿Dónde estás?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora