Setenta y siete

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  Me dejo caer sobre la cama con los ojos cerrados. Si al inicio de día me sentía cansada por el encuentro con Woody el guardia rebelde, ahora siento desfallecer ante el agotamiento total. No tengo ni la fuerza ni las ganas suficientes para quitarme los malditos tacones del infierno que oprimen mis dedos y queman la curva de las plantas de mis pies. Aun así, levanto la pierna derecha todo lo que puedo y me saco el tacón con una mano. Intento hacer lo mismo con el pie derecho, no lo consigo. La fuerza ya no me alcanza para seguir intentando. Trato de utilizar entonces el pie libre, pero de nada me sirve porque el calzado parece haberme hinchado los tobillos. Me resigno a dormir así, con un pie libre y el otro prisionero. No pienso moverme de la cómoda cama por un zapato.

Mantengo la respiración acorde, los brazos sobre el estómago y las piernas colgando en una orilla de la cama. No es hasta que tocan la puerta que abro los ojos. Apenas levanto la cabeza para ver a Dustin venir hacia mí con una buena sonrisa.

- ¿Cómo ha estado el primer día, my lady? Mi padre me comunicó esta mañana la noticia de que Wilson y vosotros iniciaríais con las clases.

-Ha ido mal, Dustin-. Murmuro mirando el armazón que conforma el lecho de mi cama.

-Ya puedo verlo, os han hecho usar tacones- se inclina a mi lado y quita el zapato izquierdo que no me permitía estar tranquila. Suelto un quejido involuntario de alivio que lo hace reír -. Y vuestra cara ha vuelto a ser la misma que cuando habéis llegado.

-No me preocupan los golpes- le digo-. Me molesta el hecho de que M. Tinkin me ha dicho que debo usar las zapatillas siempre, desde que me levante hasta que vaya a dormir. Es el primer día y ya no las soporto. No imagino como haré para entrenar y hacer todo lo demás.

Dustin sonríe como si le estuviera contando algo tristemente gracioso. Luego que ha colocado los tacones encima de la cómoda se echa a mi lado y dice:

-Sé que no os gusta mucho esto, pero tenéis que intentarlo. No puede ser tan malo.

-Ya me torcí el píe como seis veces -alego levantando los brazos-, y cuando intentaba bajar las escaleras me encontré con Margaret que se burló por lo lindo al verme aferrada al barandal, intentando bajarlas.

-No puedo decir que no me habría reído de estar en su lugar-. Dice mirándome.

-Sí, pero al menos después me habrías ayudado-. Termino cruzándome de brazos.

-Margaret suele ser bastante pesada -continúa él-., pero podría ayudaros a mejorar mucho.

No puedo evitarlo, me siento sobre la cama mirándole como si me hubiera ofendido enormemente.

- ¿Estás sugiriendo que debo pedirle ayuda? -. Respondo casi con un grito.

-No ayuda como tal, Maddison. Un consejo tal vez.

-Sí, claro. Y ella con gusto me lo dará.

-Quizá no con gusto, pero esas cosas femeninas le gustan mucho. Es una experta.

-Solo pisotearía la poca dignidad que me queda. Ya he perdido demasiado, no estoy dispuesta a que me quiten eso también.

-Entonces esa opción queda descartada- resopla el chico en tono pensativo. Se pasa los dedos por la piel que cubre su tráquea y luego pronuncia-. Tenéis que sacadle provecho a esta situación, my lady.

-No veo como-. Contesto volviendo a recostarme.

-Busca la forma, sabéis como hacedlo ¿Los tacones no son de vuestro agrado?, haz que sean útiles.

-Qué sean útiles -. Repito pensando un poco en sus palabras.

-Yo sé que se os ocurrirá algo bueno-dice-. Esa miradita que tenéis dice muchas cosas.

SANGRE RUDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora