Cincuenta y dos

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   Estoy sentada frente a los ventanales abiertos, el magnífico paisaje tintado de colores me hace extrañar mi vida antigua. Las nubes blancas como un brochazo en el cielo terminan matizando la escena. Los leones de piedra se mantienen inmóviles haciendo su trabajo, mientras el agua corre por sus fauces haciendo vibrar el agua del estanque. Nunca he pisado los pastos, por alguna razón me apetece más mirarlos por la ventana. Cuando mi mente comienza a traicionarme veo a los leones moverse y rugir para después beber del agua clara. Me froto los ojos, luego todo vuelve a la normalidad. Si los cierro, puedo imaginar que la hierba verde rosa mis pies descalzos y me hace cosquillas. También imagino que paseo por el camino de gravilla que rodea el estanque y soy feliz.

La noche está ganando partida, tengo sin duda el mejor cuarto de la mansión porque está situado justo por donde se oculta el sol. Me gusta ver como obscurece y como la luna baña la estancia dándole un toque mágico y misterioso a la habitación. No le tengo miedo a la obscuridad, aunque de alguna manera me aterra lo que puede ocultarse en ella. No monstruos con rostros horribles y deformados, ni seres de inframundo. La obscuridad oculta cosas más atroces. Personas que la usan como aliada para cometer crímenes, cuerpos putrefactos que no han corrido con suerte de salvar su vida, hombres y mujeres malvados que cazan y acechan sin tentarse el corazón...

Pero ahora los colores pintan el cielo sobre las cabezas de los guardias que lo ignoran. Dan la última vuelta a los alrededores para dar paso al entrenamiento en el gimnasio. Wilson trota al lado de Margaret. Levanto la vista cuando pasan. Quién diría que la rubia tiene tanta condición física; a mitad de la carrera se ha acercado con ropa deportiva dispuesta a seguirle el paso a Wilson para poder charlar con él. Esa chica debe estar desesperada. Lleva tres días seguidos haciendo lo mismo, logra sin duda arruinar mi paisaje perfecto. Dos golpes en la puerta me sacan de mis vueltas mentales.

- ¿Os interrumpo?

Giro la cabeza sacándola un poco tras el sillón para observar a Dustin de pie en el arco de la puerta.

- No. Nada importante por aquí.

Lo toma como una buena señal y pasa. Últimamente hemos hablado mucho, creo que el desagrado hacia Margaret nos une. Además, es un chico encantador. Sin pedir permiso toma una silla, la jala hasta ponerla de perfil a la mía y se sienta cruzando una pierna en escuadra. Hoy ha dejado atrás el saco formal, lleva solo la camisa blanca abotonada y las mangas dobladas hasta los codos. Le noto extrañamente más atractivo.

- ¿Qué hacéis? -. Pregunta acomodándose para poder mirarme mejor.

- Miro por la ventana.

Los cristales están corridos así que el viento del atardecer entra con fuerza haciendo de mi cabello una danza sin ton ni son. Dustin pasa a mirar por la ventana también y nos quedamos así un rato.

- Tenéis una vista espectacular.

Al observarlo lo noto con la mirada realmente encantada, le agrada lo que ve. No hay truco en sus ojos ni esas miradas furtivas, de verdad disfruta la vista tanto como yo.

- Si, es una lástima que tu hermana la arruine.

Se asoma más cuando ve como toda la fila de chicos trota con Wilson y Margaret encabezando la marcha.

- No sé qué deciros, es impredecible. Supongo que sería mejor si nadie corriera por los pastizales ¿No os agrada, verdad? Margaret.

- La verdad no.

Suelta un sonido parecido a una risa ahogada y se desabotona un poco la camisa.

- Claro, cuando amenazáis a alguien con sacarle los ojos con una cuchara no hay nada más que decir.

SANGRE RUDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora