Cincuenta y tres

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  Los moretones que marcan mi rostro poco a poco han ido desapareciendo; aunque el dolor ha quedado como una huella fantasma. Me miro en el espejo sentada en el banquillo frente al tocador, toco mis mejillas pálidas y reviso mis ojeras. Nada queda de la Taylor que un día fui. Intentar ser amable con personas que no me agradan y tragarme lo que pienso es desgastante, peor que cualquier golpe. Sr. London ha citado a un médico que vendrá a quitarme los puntos de la enorme herida en el tórax, después de eso supongo que me sentiré mejor. Aunque aún me cuesta trabajo respirar cuando hago demasiado esfuerzo, ya puedo correr libremente por más de cinco minutos sin sofocarme.

Durante los días de encierro he tratado de buscar información sobre Frederic, algo que me de alguna pista de dónde está y dónde tiene a mi madre y a Hannah. Desafortunadamente internet no ayuda mucho, los datos de su residencia siguen apuntando aquí. Tienen años de no ser actualizados y los más recientes solo hablan de la A.M.B.J., que para la mayoría es el sueño dorado.

Me pico el cachete una y otra vez. Estoy viva, aunque la vida no me sienta del todo bien. Estoy luchando, lo intento. Abro algunos de los cajones del tocador buscando algo que me ayude a ocultar mi rostro pálido y deficiente, luego recuerdo que no se maquillarme y dejo atrás mi propósito. Me miro durante lo que me parece una infinidad. Hacia tanto que no veía detalladamente mi reflejo que había olvidado las pequeñas particularidades de mi fisonomía. La puerta se abre y me encuentro con Dustin. Esta muy trajeado hoy, nada comparado con el día anterior. En las manos lleva un ramo de flores rojas, sonríe y pasa sin que pueda decir algo.

- Buenos días, my lady -. Saluda.

- ¿Qué tal ha ido la mañana? -. Pregunto.

-Amm... bien.

- ¿Hubo problemas con tu padre?

-Estaba furioso-dice con los ojos bien abiertos-. Nada que una buena charla de dos horas y una lista de razones para no rebelarme no arregle.

-Eso no suena bien.

- Lo he dejado pasar. No deseo hablar mucho de eso. Le pedí a Horacio que las cortara para vos-. Dice cambiando de tema.

Se acerca al tocador y estira la mano tendiendo el ramo de rosas. Abro un poco la boca sin saber que decir. Nadie nunca me había regalado flores.

- Son muy bellas - tomo el ramo envuelto en papel color blanco y toco lentamente uno de los pétalos, es suave y delicado -. Aunque hubiera preferido que no las cortaras.

- ¿Por qué?

-Porque morirán en un jarrón. Se marchitarán en un par de días.

Le veo una leve sonrisa en los labios.

-Sos curiosa, Maddison. Cualquiera diría que no os importan esa clase de detalles. Si sirve de consuelo os diré que de todas formas iban a morir, así que solo estamos adelantando un poquitín su destino. Míralo como un propósito.

- ¿Podrías decirme cuál es ese propósito? -. Pregunto interesada.

-El de dar vida y alegría a una persona y a una estancia.

Le veo tan animado que inclino la cabeza a modo de asentimiento. "Solo estamos adelantando su destino". Ha dicho él.

- Dale a Horacio las gracias por mí- le pido-. Dile que es un gran detalle.

-Pero si fui yo quien le pidió que las cortara-. Asegura sin entender.

- Si, pero él fue quien probablemente se espinó mientras lo hacía. El día que las cortes personalmente para mí te lo agradeceré.

SANGRE RUDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora