Ochenta y seis.

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Inmóvil, estática como si fuese un maniquí perfecto, dejo que los brillos, polvos y las telas suaves me recorran. Ambas emes se han tomado el trabajo de forma personal. Discuten en voz alta en varias ocasiones. Quitan, ponen detalles. Es Avye quien tiene que poner el orden con su tono dulce pero severo. Al fin y al cabo, es a ella a quien tengo que imitar.

Giro un poco el cuello como me lo indican y me quedo mirando por la ventana. Afuera hace un sol de media tarde radiante. Se pueden ver a lo lejos los indicios de las más magníficas edificaciones. Nos encontramos en un piso privado de Olympia, situado convenientemente a tan solo cuarenta minutos de las villas donde se llevará a cabo la fiesta. Entramos todos en tropel sin siquiera presentarnos. Me sentí importante cuando por primera vez un portero me abrió la puerta mirando al piso a pesar de mi aspecto. Hizo la reverencia que el hombre del "Canada's Travel" a aquella mujer elegante. Nos asignaron los últimos dos pisos para que pudiésemos estar cómodos durante todo el procedimiento. Wilson, Sr. London, Gordon y el joven Terrance se instalaron en la planta de abajo. Las dos emes, Avye y yo nos encontramos arriba. Gloriosamente London no le permitió a su queridísima hija venir, porque supongo, sabía que complicaría la situación.

Según me explicaron durante el corto vuelo en el que me puse fría, hace un par de días trasladaron todo lo que necesitaríamos. Eso incluye claro, el precioso vestido que se encuentra en una esquina, decorando un cuerpo de cerámica que seguro lo luce más elegante que nadie. Casi no me atrevo a mirarlo. No quiero tener que hacerlo hasta que me lo ponga.

El proceso es largo, más que el día de la boda. Esta vez llegamos con presura, comimos a prisa unos platillos que nos preparó el chef en turno y comenzamos con el recordatorio en clase de Terrance. El plan ya está listo, humeando en la mesa, esperando ser probado por los comensales. Lo repaso una y otra vez en mi cabeza mientas siento la plancha de cabello calentar mi cuello cuando aprisionan mi pelo entre las tenazas. Hay nuevamente uñas pintadas, delineado y esta vez maquillaje, una base segura de maquillaje que no se correrá en veinticuatro horas. Sombras, algunos arreglos místicos que me perfilan un poco el rostro y el toque final. Un hermoso pero complicado antifaz que hará juego con el vestido. Piedra por piedra tengo que aguantar ver como forman cuidadosamente la pequeña máscara que cubre el contorno de mis ojos. Las piedras doradas y blancas pegadas con potente adhesivo me vuelven un tanto irreconocible. Hay magia en el arte de hacerme bella.

Con los hombros tensos como los tengo, estoy deseando otro de esos baños al que me sometieron en la tina especial del piso, con un masajeador. Por un momento, mientras sumergí todo mi cuerpo y mi cara bajo el agua, me sentí como a esos animales a los que preparan y relajan antes de mandarlos al matadero. Un animal que muere asustado, con rabia o adrenalina en la sangre nunca es buena carne para una cena. Nadie pagará por un trozo duro y poco suculento. "Voy a salir viva de ahí" Solté en una burbuja antes de salir y respirar profundo. Fue el único momento en el que me dieron un tiempo para mí. Luego de un rato tenía a M. Tinkin azotando los nudillos. Seguro pensó que ya me había asfixiado a propósito con alguna de las pastillas de jabón.

Después de alaciarme por completo compensan con una especie de crema para el pelo que lo deja manejable y proceden a realizarme el peinado. Hay cierta discusión entre las emes, hasta que la señora Beckman deja claro que lo llevaré suelto, pues es la forma en que más me luce y más me asemejo a ella. Ponen un lindo broche con forma de laureles blancos en un lado del cabello acomodado. El resto que ha quedado libre lo ponen nuevamente entre tenazas para rizarlo lo suficiente.

Las mujeres me piden que me desnude, dejándome solamente con un lindo conjunto de ropa interior, pues según las propias palabras de Avye, no se debe perder el estilo aun cuando el vestido ha caído. Evito hacerme ideas sobre el mensaje textual de dicha frase. Viene el vestido. Cuando lo tengo puesto y me miro en el espejo ya no me reconozco por completo. Es blanco, de un blanco puro que hace juego con los pequeños puntos en mi antifaz de piedras. La tela es ligera y vaporosa, permitiendo que tenga todo el movimiento que necesito. El muslo y la pierna derecha están provocativamente fuera, dejándose ver a través de la apertura del vestido.

SANGRE RUDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora