Cuarenta y siete

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Mis pulmones se inflan, mis mejillas también. Me sostengo la gorra y la capucha con una mano, permanezco casi sentada en el fondo de la alberca. Me he puesto pegada a la pared de azulejo que sirve a los nadadores para tomar impulso esperando me sirva de protección. Solo espero tener suerte. El lugar está completamente obscuro, solo la poca luz que se filtra por las ventanas tintadas ayuda a distinguir el lugar. Con un poco de suerte quizá el chico no note un cuerpo bajo el agua.

Mi rostro se hincha cada vez más y siento como el pecho implora porque respire, pero tengo que soportar; sé que aparecerá en cualquier momento. Me llevo una mano al pecho aferrando el aire, hasta que escucho entre el susurro del agua como se abren las puertas de golpe. El ruido de la alarma entra sin permiso, bajo el agua es tenue, casi nulo. Lo que escucho mejor son los seis estruendos que el arma del sujeto detona. Debe estar probando a darme en la distancia, aunque muy bien sabe que no hay mucho que ver ahí arriba. El lugar está vacío para él. Comienzo a sentir ardor en el pecho. El agua es refrescante y me gusta que me envuelva, hace que quiera quedarme ahí por siempre; el latido desesperado de mi pecho y los labios a punto de abrirse dictan otra cosa. Si no salgo ahora voy a morir. Escucho dos estruendos más cruzar la alberca.

- ¡Voy a matar a ese maldito! -. Es lo último que me llega a los oídos levemente antes de que las puertas se cierren.

Realmente cree que soy un chico. Quiero responderle, pero literalmente me trago mis palabras. La presión del agua sobre mi es tanta que me veo en la necesidad de salir a la superficie. Aspiro fuertemente sin poder evitarlo, en ese momento no me importa si el sujeto de la mano sangrante aún está en la piscina. Me paso ambas manos por el rostro, jadeante, temblorosa, respirando profundamente porque siento que voy a desplomarme ahí mismo. Afortunadamente no hay nadie, el lugar está vacío. Me impulso con parquedad buscando salir del agua. Cuando salgo me arrastro por el suelo sintiéndome como una babosa, la sudadera parece quedarme mucho más grande ahora. Me acomodo la redecilla con cuidado y reacomodo mi gorra. Después voy a la puerta y tomo el arma y los cartuchos. Fue una suerte que el tipo no los viera y no podía arriesgar a que después de estar bajo el agua el arma no funcionara. Me desplazo a trompicones sintiendo como la herida en el tórax me punza.

- ¡Vayan a la azotea y atrapen al intruso! -. Escucho que alguien grita.

No sé de dónde viene el sonido, pero al mirar por la rendija de la puerta veo a una docena de hombres que corren e inundan los pasillos. Esto es una cacería. Tengo que ayudar a Wilson o van a acribillarlo. Busco un elevador, es la manera más rápida de llegar a la azotea. Trato de correr, inútilmente no consigo más que arrastrarme y sostenerme de las paredes. Un hombre me divisa a lo lejos y trato de escabullirme. En el pasillo frente a mi hay más, tres en total; dos atrás de mí, uno al frente. De la nada estoy rodeada y solo tengo una puerta a mi lado. No saco el arma porque ninguno me ha apuntado con las suyas, prefiero abrir la puerta ágilmente y entrar para buscar como librarme de esto.

No hay mucho que hacer, me he metido en las duchas. El blanco piso es manchado por mi sangre cuando uno de los hombres me alcanza y azota contra este. No siento cuando se me cae la capucha. Otro de los sujetos saca su arma y me apunta. El que me ha lanzado se acerca y me toma por la sudadera. Evito tal como Wilson me dijo, mirarlo a los ojos; los cierro bajando la cabeza y esperando a que me disparen, nada sucede.

- ¿Qué haremos con este? -. Pregunta el que me sostiene.

- Vamos a mantenerlo con nosotros hasta que el director de órdenes -. Habla el que sostiene el arma, parado atrás.

-Podríamos darle una calentadita.

Las risas resuenan en el cuarto de duchas. No pienso oponer resistencia. Al menos me dejarán vivir un tiempo, si es que sobrevivo a la paliza.

SANGRE RUDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora