Habían pasado casi veinte años, lo sabía perfectamente porque desde ese día los conté como mi propia condena.
Los años sin la mujer que más amé.
Donde mi vida se apagó junto con la de ella, porque los humanos estamos diseñados para ser felices, así como también para sufrir, y en el último de los casos, sanar.
Aunque en realidad yo no pude encontrar el camino para llegar hasta la última hipótesis.
Porque sanar fue un camino que yo mismo me he negado a perseguir, jurando odio hacía mi mismo, y hacía ese hombre que volvió arrebatarme el privilegio de estar a lado de la única persona que me hizo sentir vivo.
Porque finalmente, Roomi volvió a elegirlo, volvió a elegir a Kim Seokjin, muriendo por él, y para su hija.
Expulsándome de su paraiso otra vez, donde hace muchos años ya lo había hecho. Olvidando los sentimientos que una vez nos unió, pero que no fueron capaz de alcanzarla, porque alguien más se adueñó de ese paraiso de donde provenía Jeon Roomi.
Y no puede existir peor castigo que vivir todos los días odiando la idea de que fue él quien murió, porque en su lugar, debió ser ella y yo, unidos en la eternidad.
Las puertas del centro de readaptación social se abrieron, volviendo a sentir la libertad rozando mis pies, unos que me pedían con urgencia ir hasta ellos.
Y por fin liberarme de ese odio.
Porque hoy estaba dispuesto a sanar.
Y a pedir perdón.
Perdón a ellos, y a la niña que tenía frente a mi, a esa chica a la que privé de la felicidad por mi rencor, obsesión y venganza.
—Soojin.
Ella se incorporó del suelo donde tenía una charla común con la lápida de sus padres. Observando mi repentina llegada con sorpresa y confusión.
—Perdón.
Me dejé caer el suelo, cabeza gacha y desde el fondo de mi corazón arrepentido y necesitado por pedir perdón de todas las formas posibles, aún sabiendo que con ninguna de esas formas sería capaz de reparar el grave daño que le ocasioné a Roomi, a Seokjin y sobre todo, a su hija.
Lo siguiente, fue un hecho que jamás olvidaré.
Los brazos de Soojin rodeando mi cuello, y dejando pequeñas palmaditas sobre mi espalda, provocando que la calidez de su alma lograra arropar la mía que permaneció atormentada por muchos años, pero que sorpresivamente Soojin logró liberar con ese abrazo, recordándome que yo era un humano, uno que cometía errores, pero que nunca sería tarde para remediarlos.
—Perdonese usted, señor Taehyung.
Kim Soojin era un ángel, al igual que su madre.
Y yo a las dos les había arrebatado sus alas.
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K I N T S U K U R O I
FanficJeon Roomi, tal vez, con dos veces la victoria no está asegurada. ¿Por qué no lo intentas una tercera? quizá él sea aquel alfarero que pueda unir todas las piezas rotas que te conforman.