capítulo 5: Dioses del Sueño

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Domingo 12 de Abril
El amanecer del Sol Invicto
Dunas de Arrakis
Tara Harkonnen

El sol finalmente apareció en el horizonte. El inicio de un nuevo día se hizo presente junto a la iluminación del cuerpo que nos vio nacer, y nos verá morir. Un cuerpo celestial, representado como lo que es, un Dios, que ilumina nuestros días y marca nuestra existencia. Nuestro avance. Nuestras vivencias, experiencias y momentos vividos.

Permanecí en posición de meditación, observando el parsimonico movimiento de la arena a causa del aire gélido por la hora. Desde la distancia eran audibles los lastimeros gritos de todos aquellos fallecidos en el lugar. Consumidos por el cruel desierto. Los condenados que fueron enviados a morir al desierto.

O aquellos aventureros ingenuos que creían tener la capacidad de cruzar los infiernos arenosos, llenos de criaturas y monstruos bajo la arena.

Recuerdo con cierta frecuencia el intento de una Nómada de las Estepas en intentar cruzar el desierto para así saquear el pueblo. Era una mercenaria, una mujer sin dueño ni preferencias. Era leal solamente al todopoderoso dinero. A causa de un gusano de Arena, perdió un brazo y a casi todo su equipo, con excepción de un único adulto joven. Una historia que siempre me llenaba de jubilo, al saber que  si nos mantenemos dentro del recinto, estaríamos a salvo de todos los peligros del exterior.

El sol Invicto iluminaba nuevamente el día, y finalmente podía iniciar el ritual.

Al conocerme, el humano Paco Ramírez, convertido en el esqueleto conocido como Poco, me dio una prueba de mis poderes y limitaciones. Soy una escaramuzadora, una tarotista de alto prestigio por mis habilidades. Mis malditas y limitadas habilidades.

Al ver el primer ave caer a causa de la deshidratación, inicié finalmente el ritual. Las cinco cartas a mi alrededor, todas con imágenes referentes a Poco, como sus amigos, su guitarra, él, donde vive, y quien le robó el corazón, se elevaron y mientras musitaba en latín el conjuro, me rodearon y se movían a mi alrededor, con una parsimonia únicamente comparable a la arena del Desierto de Arrakis.

Cuando finalmente el sol se puso completamente en lo alto del horizonte, finalmente iniciaron las visiones del pasado.

Paco Ramírez era un niño el día en el que el Solsticio de Verano anunció el inicio de la gran pandemia que asoló todo el país. Era 1805, un año terrible para vivir en Latinoamérica. La pandemia de Viruela llegó a la zona del pobre Ramírez. Diezmó a todo el poblado, siendo sus únicos supervivientes el pobre infante de menos de diez años, y la fémina Isabel Zendal.

Tal vez la viruela haya sido erradicada parcialmente, pero el gran mal siempre regresa. Pese a que Zendal sabía perfectamente como replicar la cura milagrosa. El único problema es que no tenían forma alguna de replicarla, y tanto su hijo Cándido como Benito estaban infectados.

Lo planeó, y se lo hizo saber, pero su brutal muerte causó que no pudiera huir con los tres niños. Había sido asesinada, y horas después después, también los hijos de la mujer que salvó al mundo de la segunda Peste Negra.

Ramírez tenía cierta habilidad para ejecutar personas. En su testimonio, no le gustaba torturar, solo escuchar los gritos lastimeros de sus víctimas. Sin dudas, el mejor de todos fue los gritos de dolor de Benito, el hijo biológico, al ver como le arrancaban los ojos a su madre. O al menos eso le dijo a Ramírez al Corsario que llegó a saquear el poblado.

Con tan corta edad, se unió a ellos, sembrando el terror en los enemigos de los Ingleses. Se le daba especialmente mal el uso de las armas, pero sí tenía una exagerada habilidad para crear música con objetos cotidianos, cosa que o bien tenía su utilidad para la distracción, o para darle emoción al ambiente.

¿Quién dijo que los iguales se repelen?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora