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Vicios

Mi casa estaba a rebosar de gente. El ambiente era fantástico, casi como un sueño. Música altísima, multitudes bailando, bebiendo, fumando... Un paraíso para mí. Mis colegas y yo teníamos una copa en una mano y un porro en otra. Uno controlaba la barra, otro miraba que nadie robara nada y yo simplemente disfrutaba de mi suerte. Por un momento, mi mente desconectó del panorama. Una voz surgió de nuevo de mi cabeza.

-¡Otra vez no, detente!

Todos los días escuchaba esa misma voz. Siempre, sin excepción. Necesitaba ayuda, pero ¿de quién? Me tomarían por loco si contará esto. Nunca entendía lo que me decía, pero esta vez era más clara.

-Vuelve con nosotros. No nos abandones de nuevo.

Al escucharlo, dejé caer mi copa al suelo, rompiéndose en innumerables trozos y yo fui detrás. Parecía como si todo un peso muerto cayera sobre mi consciencia y no pudiera reaccionar. Cuando desperté, estaba solo, delante de la urna de mi hermano. A mí izquierda, había una mesa con cocaína y una tarjeta. De nuevo volvió a pasar. Caí en la única escapatoria que veía a mí destino, y encima no conseguí mi objetivo.