Capítulo 30

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Me tomó un par de momentos darme cuenta que la luz cegadora del sol brillaba a través de la ventana de mi sala de estar, y que todavía estaba en el regazo de Pepe. Tenía la cabeza contra su hombro y su barbilla descansaba encima de la mía. Sus brazos estaban asegurados a mí alrededor como si pensara que me despertaría y me escaparía.

En mi pecho, mi corazón hizo una pequeña sacudida. Los recuerdos de anoche eran un poco incoherentes al principio, pero cuando empezaron a tener sentido, alterné entre estar emocionada, desconcertada, sorprendida, y luego otra vez emocionada.

Pepe todavía estaba aquí y anoche había dicho que me quería, que íbamos a estar juntos, incluso después de que supo lo que yo misma me había hecho, y después de que había sido una perra con él. Casi no lo podía creer. Tal vez estaba soñando, porque no creía que me mereciera esto.

Colocando mi mano en su pecho, sentí los latidos de su corazón, firmes y fuertes bajo mi palma. Tenía la piel desnuda, caliente y real. Necesitaba verle la cara para creer plenamente que esto estaba sucediendo. Me moví en su regazo. Pepe gimió un sonido rico y profundo.

Abriendo mucho los ojos, me detuve. Santa Madre, podía sentir su erección contra mi cadera. Sus brazos se apretaron alrededor de mi cintura y sentí su corazón golpear al mismo tiempo que el mío.

—Lo siento —dijo, su voz gruesa y ronca—. Es por la mañana, y estás sentada sobre mí. Una combinación destinada a derribar a cualquier hombre.

Calor inundó mis mejillas, pero corrió por mis venas, y me acordé de cómo se sentía cuando se había mecido contra mí antes. No era el mejor pensamiento para tener en esos momentos. Su agarre en mi cintura se soltó y su mano bajó a mi cadera. A través de la delgada camisa —su camisa— mi piel se estremeció.

Bien. Tal vez era el mejor pensamiento para tener ahora mismo.

— ¿Quieres que me baje de ti? —pregunté.

—Infiernos, no. —Su otra mano viajó por mi espalda, sus dedos se enredaron en las puntas de mi cabello—. Joder, absolutamente no.

Mis labios esbozaron una sonrisa. —Está bien.

—Por fin, creo que en realidad estamos de acuerdo con algo.

Me incliné un poco hacia atrás, para poder verlo. Despeinado del sueño y con un leve rastro de barba en su mandíbula, me pareció absolutamente impresionante. — ¿Realmente, realmente anoche ocurrió?

Uno de los lados de sus labios se alzó, y mi pecho se hinchó. Había perdido esa sonrisa. —Depende de lo que crees que pasó.

— ¿Me quité la camisa para ti?

Sus ojos se hicieron más profundos. —Sí. Momento encantador.

— ¿Y me rechazaste?

La mano en mi cadera se deslizó más abajo. —Sólo porque nuestra primera vez juntos no iba a ser cuando estuvieras borracha.

— ¿Nuestra primera vez juntos?

—Ajá.

Los músculos de mi estómago se apretaron. —Estás muy confiado acerca de que va a haber una primera vez entre nosotros.

—Lo estoy. —Inclinó su espalda contra el colchón.

Tenía que concentrarme. —Hablamos, ¿no? —Mi mirada se posó en mi muñeca izquierda desnuda—. ¿Te dije cuando me hice esto?

—Sí.

Lo miré. — ¿Y no crees que sea una puta delirante?

—Bueno...

Ladeando mi cabeza a un lado, lo inmovilicé con una mirada.

La sonrisa de Pepe se extendió mientras su mano se deslizaba más arriba de mi espalda, llegando a la parte de atrás de mi cuello.

— ¿Quieres saber lo que pienso?

—Depende.

Dirigió mi cabeza hacia abajo para que nuestras bocas estuvieran a pulgadas. —Creo que tenemos que hablar.

—Tenemos que hacerlo —concordé. Me ponía nerviosa, por supuesto, pero hablar reemplazaría mi temor.

Pepe súbitamente se apoderó de mis caderas y me levantó, poniéndome en el sofá junto a él. Inmediatamente, eché de menos su calor. La confusión aumentó cuando se puso de pie. —Creí que teníamos que hablar —le dije.

—Tenemos. Ya vuelvo.

No tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

—Quédate ahí, ¿de acuerdo? —dijo, retrocediendo hacia la puerta—. No te muevas de ese lugar. No pienses en nada. Sólo siéntate ahí y ya vuelvo.

Lo observé con curiosidad. —Está bien.

Una sonrisa torcida apareció. —Lo digo en serio, no pienses en nada. No en el último par de minutos, o anoche. No en el último mes. O lo que viene a continuación. Sólo siéntate ahí.

—Está bien —susurré—. Te lo prometo.

Sus ojos se encontraron con los míos por un segundo más, luego se fue, y por supuesto, pensé en todo en esos cinco minutos en los que no estuvo. Para cuando regresó, casi me había convencido de que no iba a volver.

Excepto que lo hizo.

Me di la vuelta, mirando por encima del respaldo del sofá y una vez que vi lo que tenía en sus manos, sonreí ampliamente.

—Huevos. Trajiste huevos.

—Y mi sartén. —Empujó la puerta con la cadera—. Y me lavé los dientes.

—No te pusiste una camisa.

Me lanzó una mirada mientras se dirigía a la cocina. —Sabía que rompería tu corazón por no ser capaz de verme sin camisa.

Cuando desapareció por la puerta, dejé caer mi cabeza hacia el respaldo del sofá y solté un sonido de chicas que esperaba que fuera sordo.

—_____, ¿qué demonios estás haciendo?

Levanté mi cabeza. —Nada.

—Entonces saca tu culo de ahí.

Sonriendo, me escabullí del sofá y me dirigí hacia mi habitación.

—Y no te atrevas a cambiarte.

Me detuve, haciendo una mueca.

—Porque me gusta mucho verte en mi ropa —agregó.

—Bueno, si lo pones así... —Me di la vuelta y me dirigí a la cocina. Demorándome en la puerta, lo vi hacer algo que lo había visto hacer al menos una docena de veces.

Me miró por encima de su hombro. — ¿Qué? ¿Tanto extrañaste mis huevos?

Parpadeé, mis ojos empañados. —No pensé que te tendría en mi cocina preparando huevos otra vez.

Los músculos gruesos de sus hombros se flexionaron, y no podía dejar de admirar el valle sensual. Se curvaban profundamente en su piel mientras se inclinaba hacia adelante, ajustando los controles de la cocina.

— ¿Me extrañabas tanto?

Por una vez, no vacilé. —Sí.

Pepe estuvo enfrente de mí. —Te he echado de menos.

Tomé una respiración profunda. —Quiero decir que lo siento por cómo me comporté cuando... bueno, cuando viste mi cicatriz. Nunca dejo que nadie la vea. —Chupé mi labio inferior y di un paso hacia adelante—. Sé que no es una excusa para haber sido una terrible perra, pero...

—Voy a aceptar tus disculpas con una condición. —Cruzó sus brazos sobre el pecho.

—Cualquier cosa.

—Confía en mí.

Incliné mi cabeza hacia un lado. —Confío en ti, Pepe.

—No, no lo haces. —caminó hacia mi mesita y sacó una silla—. Toma asiento.

Sentándome, tiré el dobladillo de la camisa hacia abajo mientras se dirigía de nuevo a la cocina, poniendo el sartén pequeño sobre la cocina.

—Si confiaras en mí, no habrías reaccionado de la manera en que lo hiciste —se limitó a decir, rompiendo un huevo—. Y no estoy juzgándote o cualquiera de esa clase de mierda. Tienes que confiar en que no voy a ser un idiota o alucinar sobre ese tipo de cosas. Tienes que confiar en que me preocupo bastante por ti.

Mi respiración se estancó.

Se dio la vuelta, —Hay muchas cosas que no sé sobre ti y espero que podamos arreglar eso. No te voy a presionar, pero no puedes dejarme fuera, ¿bien? Tienes que confiar en mí.

Había un montón de cosas que no sabía, pero no quería que esas cosas interfirieran. No ahora. No alguna vez. —Confío en ti. Voy a confiar en ti.

Pepe se encontró con mi mirada. —Acepto tus disculpas.

Luego se volteó de nuevo a la cocina, revolviendo mis huevos, antes de servir el jugo de naranja. Realmente no dijo nada hasta que se sentó con sus cuatro huevos hervidos

—Entonces, ¿a dónde vamos desde aquí? —preguntó—. Dime lo que quieres.

Me detuve, mi tenedor lleno de huevo. Mi mirada se desvió hacia arriba. Él sostenía uno de los huevos. — ¿Lo que quiero?

—De mí. —Mordió el huevo, masticando lentamente—. ¿Qué quieres de mí?

Puse mi tenedor en la mesa, me senté y lo miré fijamente. De repente se me ocurrió que iba a hacerme decirlo y... y tenía que decirlo. Pensé en Molly y lo que tuvo que decir cientos de veces. Esto era fácil comparado con eso. —A Ti.

— ¿A mí?

—Te quiero a ti. —Mis mejillas ardían, pero seguí adelante—. Obviamente, yo nunca he estado en una relación, y ni siquiera sé si eso es lo que tú quieres. Tal vez no es...

—Sí lo es. —Se acabó el huevo.

Mi pecho se apretó. — ¿En serio?

Se rió entre dientes. —Suenas tan sorprendida, como si no lo pudieras creer. —Tomó otro huevo—. Es realmente algo adorable. Por favor, continúa.

— ¿Por favor, continúa...? —Sacudí mi cabeza, nerviosa—. Quiero estar contigo.

Pepe acabó con el segundo huevo. —Esa es la segunda cosa en la que estamos de acuerdo esta mañana.

— ¿Quieres estar conmigo?

—He querido estar contigo desde la primera vez que me rechazaste. He estado esperando a que entraras en razón. —Sus labios se curvaron hacia arriba—. Así que, si vamos a hacer esto, hay algunas reglas básicas.

¿Me había estado esperando? — ¿Reglas?

Asintió mientras pelaba el tercer huevo. —No hay tantas. No me dejes fuera. Es sólo tú y yo, y nadie más. —Hizo una pausa, y mi corazón saltaba—. Y finalmente, que sigas viéndote tan sexy en mis camisas.

Una carcajada brotó de mí. —Creo que todas son realizables.

—Bien.

Lo vi acabar sus huevos y tan feliz como era, los nervios se apoderaron de mí. —Nunca he hecho nada de esto antes, Pepe. Y no soy fácil de tratar todo el tiempo. Lo sé. No puedo prometer que será fácil para ti.

—Divertido, nada en la vida es fácil. —Vació su vaso de leche y se puso de pie, yendo a mi lado. Me agarró la mano y me puso de pie. Sus brazos alrededor de mi cintura mientras él inclinaba la cabeza hacia abajo y, cuando habló, sus labios rozaron mi mejilla.

—Lo digo en serio acerca de ti, _____. Si me quieres de verdad, me tienes.

Cerré los ojos y puse mis manos sobre su pecho. —Te quiero de verdad.

—Es bueno saberlo —murmuró, inclinando la cabeza hacia un lado y sus labios rozaron los míos. La anticipación se hinchó como una burbuja—. Porque si no, esto sería bastante incómodo.

Me eché a reír, pero luego su boca estuvo en la mía, calmándome. El beso fue suave al principio. Una exploración sensible de mis labios, pero había pasado mucho tiempo desde que me había besado. Y había pasado mucho tiempo desde que me había sentido así. Quería más.

Deslizando mis manos por su pecho, y luego por los lados de sus mejillas ligeramente ásperas, metí mis dedos profundamente en su pelo desordenado y suave. Ese fue todo el estímulo necesario para Pepe. Profundizó el beso, separando mis labios mientras su lengua se deslizó. Sus manos llegaron hasta mis caderas y luego hasta la cintura. Me tiró contra él y el beso pasó de inocente y dulce a francamente sexy en cuestión de segundos.

Pepe me levantó. Me sobresalté dando un grito ahogado que se perdió rápidamente en él. El instinto se hizo a cargo y envolví mis piernas alrededor de su cintura. En una estocada potente, se adelantó, mi espalda estaba contra la pared y su pecho estaba al ras contra el mío. Mi cuerpo se ablandó y humedeció entre mis muslos mientras lo sentía allí, la evidencia de lo mucho que me quería. Cada centímetro de mi cuerpo se tensó mientras el calor me recorría.

Por primera vez, no había una pizca de pánico. Nada más que sensaciones maravillosas que me hacían sentir viva, y por una vez, estaba completamente en control. Había una libertad que nunca había experimentado antes, y me lancé a ese beso. Hizo ese sonido terriblemente sexy que retumbó en su pecho y luego en el mío.

Pareció una eternidad antes de que retirara su boca. —Tengo que irme.

Dejé escapar un suspiro inestable. — ¿Te vas ahora?

—No soy un santo, cariño —casi gruñó—. Así que si no me voy ahora, no me iré por un tiempo.

Un pulso fue desde las puntas de mis senos a mi centro. — ¿Y si no quiero que te vayas?

—Mierda —dijo, deslizando sus manos hasta mis muslos—. Estás haciéndome muy difícil ser el buen chico que me dijiste que era anoche.

—No estoy borracha.

Presionó su frente contra la mía, riendo suavemente. —Sí, puedo ver eso, y si bien la idea de tomarte ahora mismo, contra la pared, es suficiente para hacerme perder el control, quiero que sepas que lo digo en serio. No eres una conquista de una sola noche. No eres una amiga con beneficios. Eres más que eso para mí.

Cerré los ojos, respirando pesadamente. —Bueno, eso fue... realmente una especie de cosa perfecta.

—Soy realmente una especie de cosa perfecta —respondió, suavemente desenredando mis piernas. Me sentó en el suelo y me habría caído justo encima si no me hubiera agarrado—. Todo el mundo lo sabe. No eres más que un poco lenta para entenderlo.

Me eché a reír. — ¿Qué vas a hacer?

—Tomar una ducha fría.

— ¿En serio?

—Sí.

Me eché a reír de nuevo. — ¿Vas a volver?

—Siempre —dijo, dándome un beso rápido.

—Está bien. —Abrí mis ojos, sonriendo—. Voy a esperar por ti.

Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora