Capítulo 21

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José heredó esos ojos marrones de su madre, y su sentido del humor... y la habilidad de elaborar las razones más complicadas en esta tierra de su padre, lo cual era lo que probablemente hacía a Hilario Madero un abogado tan exitoso. Hace poco menos de un par de horas, casi me hace aceptar probar charqui de venado por primera vez.

Casi.

Si no fuera por José continuamente susurrando "Bambi" en mi oído cada dos minutos, habría cedido. Pero no podía comer a Bambi, independientemente de cuan suculento el Sr. Madero lo hacía sonar.

Nos quedamos en la espaciosa cocina, en la mesa de roble rayado que era justo del tamaño adecuado para acomodar cuatro o cinco personas, bebiendo el café que la mamá de José había preparado. Mi cara estaba realmente adolorida de tanto reírme de José y su padre. Los dos eran idénticos con brillantes ojos Marrones que destellaban pura travesura y el raro talento de dar vuelta a cada palabra alrededor.

—Mira, papá, en serio, te estás avergonzando aquí.

Su padre me miró, cejas alzadas de tal manera que era muy parecido a José. —¿Parezco avergonzado, ____?

Presionando mis labios, negué con la cabeza.

José me dio una mirada que decía que no ayudaba. —Estás sentado aquí tratando de convencerme, a mamá, a ______ y al niño Jesús, ¿qué Pie Grande debe existir porque los simios existen?

—¡Sí! —gritó el mayor de los Madero —. Se llama evolución, hijo. ¿Te están enseñando algo en la universidad?

José rodó sus ojos —No, papá, no están enseñándome sobre Pie Grande en la Universidad.

—De hecho —dije, aclarando mi garganta—, hay toda una teoría del eslabón perdido en cuanto a los primates.

—Me gusta esta chica. —El sr. Madero me hizo un guiño.

—No estás ayudando —se quejó José.

—Todo lo que estoy diciendo es que una vez que has estado en el bosque y escuchas las cosas que he escuchado —continuó su padre—, creerías en Pie Grande y el Chupa cabras.

—¿Chupa cabras? —La boca de José golpeó la mesa—. Oh, vamos, papá.

La Sra. Madero sacudió la cabeza con cariño. —Esos son mis chicos. Estoy tan orgullosa.

Reí mientras tomaba un sorbo del rico café. —Realmente son algo especiales juntos.

—¿Especiales? —Resopló mientras se apartaba de la mesa, agarrando la taza de café vacía de su marido—. Ese es un modo agradable para referirse a sus bateos de locas estupideces.

—¡Oye! —El sr. Madero giró la cabeza de repente, con los ojos traviesos—. Escucha aquí, mujer.

—Puedes escuchar mi pie en tu trasero si me llamas mujer otra vez. — La Sra. Madero rellenó la taza y cogió el azúcar—. Y puedes llevar eso a la corte.

José suspiró y bajó la cabeza. Reprimí mi risa con la mano.

Su familia era... maravillosa. Eran amigables y cálidos. Nada como la mía. Dudaba que mi mamá supiera como usar la cafetera o se rebajara a servirle a alguien, ni siquiera a mi papá.

La Sra. Madero dejó la taza en frente de su marido. —¿No van a ir ustedes dos al autocine esta noche?

—Sip —dijo José, parándose. Tomó nuestros bolsos—. Tenemos que ponernos en marcha para así conseguir un buen lugar.

—Asegúrate de coger mantas gruesas —dijo ella, sentándose otra vez en la mesa—. Ha estado poniéndose muy helado en la noche.

Estaba un poco reacia a dejar su familia, aunque la conversación fuera bastante extraña. Me levanté, agradeciendo a su madre por el café.

—No hay problema, cariño. —La Sra. Madero giro hacia su hijo—. Tengo la habitación amarilla lista para ella, José. Sé un caballero y muéstrale donde está.

Una expresión extraña apareció en el rostro de José, pero había desaparecido para cuando entramos al vestíbulo. Seguí a José por las escaleras. —Me gustan tus padres. Son muy agradables.

—Son bastante geniales. —Arrastró la mano por la barandilla de madera—. ¿Tú papá está convencido de que Pie Grande existe?

Reí. —No.

—¿Qué tal el Chupa cabras?

Riendo otra vez, negué con la cabeza. —Definitivamente no.

Se dirigió hacia el pasillo en el segundo piso. —Mis padres tienen una habitación arriba y mi hermana tiene una al inicio del pasillo. —Paró afuera de una puerta y la empujó con la cadera para abrirla—. Esta es la habitación amarilla, porque es amarilla.

La habitación era amarilla, pero de un bonito tono y no de autobús escolar. José puso mi bolso en la cama mientras yo me dirigía hacia la ventana con vista a un lado del jardín de abajo. Me di la vuelta, atrapando la fresca esencia de la vainilla.

—Es muy bonito. Espero que a tu mamá no le causara alguna molestia.

—No lo hizo. —Estiró los brazos sobre su cabeza, haciendo sonar su espalda—. ¿Crees que estarás lista en unos treinta minutos?

Me senté en el borde de la cama. —Sip.

José retrocedió hacia la puerta, con los brazos aún levantados.

Golpeteó la parte superior del marco de la puerta. —¿Adivina qué?

—¿Qué?

Una leve sonrisa apareció. —Mi cuarto está justo cruzando el pasillo.

Mi estómago dio volteretas. —Bien.

La sonrisa se extendió, volviéndose traviesa. —Sólo pensé que estarías feliz de oírlo.

—Emocionada —murmuré.

Se rió entre dientes mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras de él. Me senté allí por un segundo y luego me eché de espaldas. José estaba justo cruzando el pasillo, lo que no era distinto que en el edificio de departamentos, ¿cierto? Equivocada. Hoy y mañana en la noche estaría más cerca de él de lo que nunca había estado antes.

Alrededor de una hora y media más tarde, estaba parada al lado de su camioneta mientras él ponía dos almohadas grandes contra el respaldo de la plataforma de carga de la camioneta. Dio marcha atrás al auto en el sitio para que pudiéramos sentarnos fuera y tener mucho más espacio. No éramos los únicos desafiando el temporal de frio en la noche.

Varias camionetas grandes estaban estacionadas junto a nosotros, haciendo lo mismo con almohadas y mantas. Una incluso tenía un colchón inflable.

José se acercó a la compuerta trasera de la camioneta y ofreció sus manos. —¿Lista?

Coloqué mis manos en la suyas y me levantó. El cambio repentino de peso le causo dar un traspié hacia atrás y dejó caer sus manos a mi cadera para mantener el equilibrio. Una ráfaga de calor inmediata se acumuló en mi estómago cuando levanté la vista.


Sus densas pestañas ocultaban sus ojos mientras sus manos parecían flexionarse. Sus labios se separaron, y mi cuerpo se tensó con anticipación. Bajo la noche estrellada, parecía la atmósfera perfecta para un beso. Prácticamente podía sentir sus labios contra los míos. Dejó caer sus manos y giró hacia los dos bolsos cerca de la pila de mantas y almohadas. La decepción surgió mientras él se arrodillaba. ¿Por qué no me había besado? Demonios, ¿por qué no me había besado desde nuestra cita?

—Aquí —dijo levantándose—. Te traje algo para ayudar a mantenerte caliente.

Agarró uno de sus gorros y cuando levantó sus manos, capté la esencia de su champú. Permanecí inmóvil mientras lo colocaba sobre mi cabeza, se tomó el tiempo para meter mi cabello detrás de mis orejas antes de acabar.

—Gracias —le dije.

José sonrió mientras agarraba el otro bolso y lo movía hacia atrás contra las almohadas. Cuidadosamente me las arreglé para llegar a él y sentarme a su lado. Sacó el cubo de pollo frito y bebidas que recogimos en el camino.

La película empezó a reproducirse—una antigua que parecía ser alguna especie de tradición anual, porque hubieron varios gritos y aplausos cuando la primera escena rodó por la pantalla gigante.

—¿"Mi pobre angelito"? —pregunté, mirando a José.

Soltó una risita. —Es como una tradición de Acción de Gracias por estos lugares.

Sonreí. —No he visto esta película hace mucho tiempo.

Mientras Kevin McCallister aparecía en la pantalla, poniendo mala cara y mirando a su familia, nosotros engullíamos el pollo, dejando atrás un sendero de servilletas a nuestro paso. Para el momento en que la mamá de Kevin gritó su nombre en el avión, mi estómago estaba lleno y estaba segura que José se había comido un pollo entero. La manta alrededor de mis hombros mantenía lejos la mayor parte del aire frío, me estremecí, especialmente cuando el viento aumentó.

—¿Por qué no vienes aquí? —dijo José, y volteé hacia él, levantando las cejas—. Parece que tienes frío.

Me moví más cerca, pero eso al parecer no era lo suficientemente cerca. Tiró las mantas lejos de mí y luego se echó hacia atrás.
Levantándome, me colocó entre sus piernas extendidas. Mis ojos casi se salieron de mi cabeza.

José extendió la manta sobre mí metiendo los bordes por mi cuello. Me senté con mi columna recta por varios minutos, mirando fijamente la pantalla, pero no viéndola en verdad. Luego deslizó sus brazos bajo la manta y por mi cadera. Me tiró hacia atrás por lo que quedé contra su frente. Con los músculos tensos, me obligué a tomar varias respiraciones, lentas y profundas. Justo cuando tenía mi respiración algo normal, sus manos se deslizaron a mi estómago.

—¿Es esto más caliente? —preguntó, su respiración agitando el pelo alrededor de mi oído.

Con la garganta bloqueada, asentí.

Una mano se movió hacia arriba, instalándose bajo mis pechos y la otra se movió hasta descansar bajo mi ombligo, sobre la banda de mis vaqueros. Se sentía como si sus manos estuvieran en llamas. De inmediato mi piel se calentó en esos lugares.

—Bien —murmuró—. Te prometí que te mantendría caliente.

Sin duda me estaba manteniendo caliente. —Lo hiciste.

Bajo mis pechos, su pulgar empezó a moverse, trazando pequeños y despreocupados círculos. Luego, un par de segundos más tarde, la mano de abajo comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo, un lento movimiento continuo que causó que mi respiración empezara a volverse más rápida.

Cada vez que sus dedos se movían sobre la solapa que cubre la cremallera, la tiraba ligeramente de mis vaqueros, haciendo que la costura de mis pantalones se oprimiera contra mí. No tenía idea si él sabía lo que estaba pasando. Conociendo a José debía optar por el sí. En cuestión de minutos, palpitaba ahí abajo.

Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás contra su pecho y mis ojos se cerraron poco a poco. La sensación aguda que creaba era alucinante.

—¿_____?

—¿Hmm?

Hubo una pausa. —¿Estás prestado atención?

—Uh-huh. —Me moví inquietamente.

José se rió entre dientes, y supe sin ninguna duda que estaba plenamente consciente de lo que hacía. —Bien. No quiero que te pierdas nada de esto.

No me estaba perdiendo un solo segundo de esto.

Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora