Capítulo 36

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Me quedé en la cama y dormí la mayor parte del jueves y el viernes. Una sensación espesa y sofocante me envolvió como una manta demasiado pesada. Había metido la pata. Magníficamente. Ese fue el mantra de autocompasión que me repetí una y otra vez. Era la verdad y era todo en lo que podía pensar. No sé cómo planeé el principio de mis vacaciones de primavera.


Enterrando mi cabeza en la almohada, me quedé lejos de mi teléfono, porque si lo comprobaba y José no me había llamado, entonces me sentiría peor. La cosa insustancial era que sabía que no llamaría. Y no había ninguna duda en mi mente que estaba enamorada de él. Había una diferencia entre amar a alguien y estar enamorado y lo había dejado escapar entre mis dedos.

José había tenido suficiente. Había confiado en mí, y en cierto modo, le había arrojado esa confianza de vuelta en su rostro. Si él hubiera sabido todo, las cosas podrían haber ido de manera diferente entre nosotros la noche del miércoles. Pero yo había permanecido en silencio. En algún momento durante del sábado, el profundo corte de dolor dio paso a otra cosa. Tiré de la manta fuera y me puse en medio de la habitación, respirando entrecortadamente. Girando alrededor, cogí una botella de loción, y la arrojé al otro lado de la habitación. La botella golpeó la puerta del armario y entonces hizo un ruido sordo en el suelo. Poco satisfecha, agarré otra botella y la lancé más duro. Esa golpeé la pared, rompiendo el yeso. Allí subió mi seguridad.

No me importaba. La ira se levantaba como un vapor caliente. Me giré, tirando de la colcha y las sábanas de la cama. Entonces ataqué a mi armario. Odiaba los aburridos suéteres de cuello alto, las chaquetas de punto, las camisas mal ajustadas. Odiaba todo, pero más que nada, me odiaba a mí misma por hacer esto. Gritando, les di un tirón hacia abajo. Las perchas se sacudieron y cayeron al suelo. Las lágrimas enmascaraban mis ojos cuando me di vuelta, buscando algo más que destruir, pero en realidad no había nada. No hay imágenes para lanzar. No hay cuadros para rasgar desde las paredes. No había nada. Estaba tan cabreada, cabreada conmigo misma.

Pasando al vestíbulo, me apoyé en la pared, apretando mis ojos con fuerza. Respirando pesadamente, incliné mi cabeza hacia atrás y me tragué un grito. El silencio me estaba matando. Y eso es todo lo que alguna vez fui. Silencio. Era todo lo que sabía. Callar. Fingiendo que nada había pasado, que nada estaba mal. Y mira lo bien que resultaba.

Me deslicé por la pared y abrí mis ojos. Estaban tan secos como me sentía en el interior, frágil.

¿A quién tengo que culpar por esto? ¿Blaine? ¿Sus padres? ¿Los míos? ¿Importaba? Ni una sola vez me paré ante mis padres y les dije lo que pensaba. Sólo me callé y lo aguanté—lo aguanté hasta que pude escaparme.

El problema era que, huir ya no funcionaba. Nunca funcionó en primer lugar y ¿cuánto tiempo me tomó para darme cuenta de eso? ¿Cinco años, casi seis? ¿Y cuántos kilómetros? ¿Millares? Y entonces, como una maldita alarma de un reloj, escuché el tono del teléfono desde la sala de estar.

Empujándome sobre mis pies, me quedé parada, la parte posterior de mi cráneo hormigueó mientras vi el destello de LLAMADA DESCONOCIDA a través de la pantalla. Cogí el teléfono y pulsé el botón de respuesta.

—¿Qué? —dije, mi voz temblando.

Nada. Más silencio de mierda.

—¿Qué demonios quieres de mí? —exigí—. ¿Qué? ¿No tienes nada que decir? ¿Sólo has estado llamando y enviando mensajes de texto durante nueve meses? Creo que tienes un montón de mierda que decir.

Hubo otra pausa embarazosa y luego—: No puedo creer que hayas contestado.

Mis ojos se abrieron. Mierda, la voz pertenecía a una chica. La persona que me llamaba y muy probablemente la que me enviaba correos electrónicos era una chica.

Una chica.

Quién sabe lo que me esperaba, pero desde luego no me esperaba una chica.

Sólo pude decir una palabra. —¿Por qué?

—¿Por qué? —La chica tosió una carcajada seca—. No tienes ni idea de con quién estás hablando, ¿verdad? ¿Ni siquiera leíste un solo correo electrónico que te envié? ¿Ni uno solo?

¿Me estaba cuestionando?

—Bueno, cuando vi el contenido de un par de ellos, decidí no torturarme a mí misma.

—He estado enviando correos electrónicos desde junio, tratando de hablar contigo. No había nada malo con el primer par de e-mails que te envié. Si sólo hubieras leído uno de ellos, habrías visto eso. Por otra parte, ¿por qué debería creer que no los leíste desde que tienes tal infame antecedente sobre decir la verdad?

Dejándome caer, fruncí el ceño. —¿Quién eres tú?

—Dios, esto es jodidamente increíble. Mi nombre es Molly Simmons.

Mis ojos se abrieron. —¿Molly?

—Suena como si reconocieras mi nombre. Supongo que lo haces por leer los correos electrónicos.

—No, mi primo me habló de ti. —Yo estaba sobre mis pies otra vez, paseándome—. No he leído tus correos electrónicos. No voy a mentir acerca de eso.

—Bueno, esa sería la primera vez que dices la verdad si ese es el caso —dijo, y oí un portazo.

No sabía qué decir. Conmocionada, yo estaba absolutamente estupefacta.

—No lo sé... Dios, me siento tan mal por lo que...

—No te atrevas a pedir disculpas —interrumpió, su voz afilada como una navaja—. Tú lo siento no significa absolutamente nada para mí.

Mi boca se abrió mientras sacudía mi cabeza, lo que fue una estupidez, dándome cuenta de que no podía verme.

—Eres una maldita puta mentirosa. Por tu culpa...

—¡Oye! En serio. ¿Estás llamándome puta? Tienes que ver que tan desquiciado es esto. —Mi mano se apretó alrededor del teléfono—. Honestamente, cada mensaje repugnante que me has enviado es desquiciado. Y ni siquiera entiendo por qué haces esto.

—¿Por qué? —Volvió la voz chillona—. ¿Hablas en serio?

—¡Sí!

Hubo una respiración audible. —Dime una cosa. ¿Que era verdad? ¿Lo que le dijiste a la policía o lo que Blaine le dijo a todo el mundo? —Contuve mi aliento. —¿Cuál es, _____? Porque si bien era verdad, ¿por qué retirar los cargos a sabiendas de lo que él era capaz de hacer? Porque tenías que saber que había algo malo en él y que lo volvería a hacer.

Mis hombros se derrumban y susurré—: No lo entiendo.

—Oh, lo entiendes completamente. De cualquier manera, eres una mentirosa. —El aliento de Molly crujió por el teléfono—. ¿Sabes por qué quería ponerme en contacto contigo? Porque necesitaba hablar con alguien que hubiera pasado por lo que yo había pasado y pensé... —Su voz se quebró—. No importa lo que pensaba ni por qué lo hice. Ni siquiera te tomaste el tiempo para leer un simple, correo electrónico de mierda. Lo menos que podrías hacer es decirme la verdad.

Cerré mis ojos, apoyando mi frente sobre mi palma. Mi cabeza me daba vueltas todavía desde lo que sucedió con José y esto me dejó alucinada. Había habido tantos correos electrónicos desde cuentas que no reconocí. Muchos con mi nombre como el asunto o el de Blaine. Y no los había abierto porque no quería tratar con ello, pero nunca pensé que era ella. Por otra parte, ¿realmente hubiera cambiado algo? ¿Si los hubiera abierto y me acercaba a ella? Dejando a un lado los aspectos legales de la cláusula de confidencialidad. Estaría mintiendo si dijera que pensé que lo haría.

—¿Estás ahí? —exigió Molly.

—Sí. —Aclaré mi garganta, levantando mi cabeza. La pelota en mi pecho deshaciéndose un poco—. Yo no mentí.

—¿Así que es cierto? —Su voz sonaba más cerca del teléfono—. Y retiraste los cargos.

Mi cuerpo se puso tenso como una cuerda enrollada.

—Sí, pero...

—¿Por qué hiciste eso? —Su voz era cruda—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo pudiste permanecer en silencio todo este tiempo?

—Yo...

—Eres una cobarde. ¡Te aferras a tu silencio porque eres una cobarde! ¡Todavía eres la misma niña asustada, de catorce años fingiendo haberlo superado años después! —gritó, e hizo que me doliese el oído—. Esto me pasó porque no lo dijiste. Puedes decir lo que quieras, pero esa es la verdad. Y las dos lo sabemos.

Molly me colgó.

Me senté allí, mirando fijamente el teléfono. La ira todavía hervía dentro de mí, pero algo de lo que había dicho se había hundido a través de la neblina roja y tenía sentido.

"¡Te aferras a tu silencio porque eres una cobarde! ¡Todavía eres la misma niña asustada, de catorce años fingiendo haberlo superado años después!"

Ella tenía razón.

Dios, tenía tanta razón. Durante todos estos años y yo nunca había pronunciado las palabras desde esa noche. Me asustaba demasiado decirle a alguien, incluso a José. Y era por eso que él había salido de aquí, porque también había tenido razón. No había dejado atrás el pasado y no había ningún futuro a menos que así lo hiciera. Todo lo que había estado haciendo todo ese tiempo era fingir, fingir estar bien, para ser completamente feliz, para ser una sobreviviente.

Y no era una sobreviviente. Durante muchos años, había sido nada más que una víctima en el camino.

Molly no sabía toda la historia. Probablemente no cambiaría nada si lo hacía, pero sobrevivir y ser una sobreviviente son dos cosas diferentes. Eso es lo que yo había estado haciendo todo este tiempo. Apenas resistiendo, esperando el día en que lo que Blaine me había hecho no destruyera todo lo bueno en mi vida.

Dejé caer mi cabeza en mis manos. Las lágrimas brotaron de mis ojos. Había cosas que podría haber hecho de otra manera. Yo no podía cambiar lo que me había ocurrido, pero podría haber cambiado la forma en que reaccioné, sobre todo ahora que estaba tan lejos de los que habían impedido cualquier intento de superarlo. Pero para ser honesta, era más que eso. Siempre había sido más que Blaine. Habían sido mis padres, había sido yo. La única manera en que realmente podría seguir adelante era enfrentar lo que había pasado, era hacer algo por lo que había sido castigada por hacer en primer lugar.

No era el pasado que estaba llegando entre nosotros. Era el presente.

José había tenido razón.

De repente, me puse de pie. Me estaba moviendo antes de que supiera lo que hacía. Fue cuando me paré frente a la puerta del apartamento de José que mi corazón saltó a mi garganta. Probablemente era demasiado tarde para nosotros, pero si le dijera —si me pudiera explicar a mí misma— entonces eso era un comienzo. De cualquier manera, se lo debía a José.

Me lo debía a mí misma.

Llamé a la puerta y oí pasos unos segundos más tarde. La puerta se abrió, revelando a José. Sus ojos se cerraron de inmediato y abrió su boca, y sabía que iba a decirme que me fuera.

—¿Podemos hablar? —Pregunté, mi voz se quiebra a la mitad—. Por favor, José. No va tomar mucho tiempo. Yo sólo...

Los ojos de José se abrieron de golpe y luego se estrecharon sobre mí. —¿Estás bien, _____?

—Sí. No, no lo sé. —Parte de mí quería dar media vuelta y regresar a mi apartamento, pero me negué a permitirme correr. Ya no más—. Sólo necesito hablar contigo.

Tomando una respiración profunda, se hizo a un lado.

—Roberto no está aquí.

Aliviada de que no había cerrado la puerta en mi cara, lo seguí hasta la sala de estar. José cogió el control remoto, silenciando el televisor mientras se sentaba en el sofá.

—¿Qué está pasando, _____? —preguntó, y su tono sugería que él no esperaba que yo contestara sinceramente, y dolió.

Me dolió porque él no tenía ninguna razón para esperar que yo sea sincera acerca de cualquier cosa.

Me senté en el borde del sillón, sin saber por dónde empezar.

—Todo. —Y eso fue todo lo que pude decir al principio—. Todo.

José se deslizó hacia delante, girando la gorra que llevaba hacia atrás. Un hábito adorable que decía que prestaba atención.

—_____, ¿qué está pasando?

—No he sido honesta contigo y lo siento. —Mi labio inferior empezó a temblar y sabía que estaba a segundos de perderlo—. Lo siento mucho, y es probable que no tengas tiempo para...

—Tengo tiempo para ti, ____. —Encontró mi mirada, la suya era firme—. Quieres hablar conmigo, estoy aquí. Yo he estado aquí. Y estoy escuchando.

Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora