Estaba tan nerviosa que mi teléfono se sentía resbaloso en mi mano y mi cinturón se sentía como si estuviera presionado muy apretado contra mí pecho. Estaba sentada en el estacionamiento, treinta minutos después de la hora a la que debería haber salido de la fiesta de Halloween en la casa de Jase. Me gustaría decir que sólo llegaba elegantemente tarde, pero esa no era la verdad.
Estaba como a dos pasos de un ataque de pánico.
—Entonces, ¿no conseguiste un disfraz? —dijo Sophia, y por encima de su voz, pude escuchar música y risas ahogadas
—No es la gran cosa. Hay mucha gente aquí que no está disfrazado.
Bueno, allí iba mi excusa. Después de hablar con José anoche, había brevemente considerado la idea de correr a la tienda al último minuto para encontrar un disfraz, pero disfrazarme probablemente habría sido demasiado.
—¿Estás cerca? —preguntó Sophia—. Porque me siento sola
—¡Hola!
Un segundo después, la voz de Lucas vino a través del teléfono. — Hola, chica, oye, ¿Dónde estás?
Cerré mis ojos. —Estoy alistándome para ir.
—Más te vale, porque Sophia me está desesperando preguntando por ti. Así que trae tu culo aquí.
—Ya voy. Estaré allí en un rato.
Colgando, tiré el teléfono en el asiento junto a mí y agarré el volante. Puedo hacer esto. Eso es lo que sigo diciéndome mientras miraba mi apartamento. Había dejado una luz encendida y era como un maldito faro en ese momento, persuadiéndome hacia la seguridad que era puro aburrimiento.
Estaba siendo estúpida, entendía eso totalmente, pero eso no cambiaba el hecho de que mi corazón tronaba en mi pecho o que me sentía nauseabunda. Lo que estaba experimentando no era normal en nadie más, y esa era la clave. No quería que esto fuera normal para mí.
—Mierda.
Necesitaba ser valiente.
Puse el auto en reversa y me eché para atrás. Mis brazos temblaban para el momento que llegué al final de la carretera y fui por la izquierda hacia la Ruta 45. La casa de Jase no estaba muy lejos de la Universidad Heights. Sólo a pocos kilómetros, de vuelta en una subdivisión cercana donde varias fraternidades más grandes habían tomado residencia.
En el camino a su casa, me centré en listar tantas constelaciones como pude. Andrómeda, Antlia, Apus, Acuarios, Aquila, Ara, Aries, Auriga... ¿A quién se le ocurrieron esos nombres? En serio. Había llegado hasta la D cuando vi la fila de autos vertiéndose fuera de un camino en la entrada de una casa grande de tres pisos. Los autos estaban por todas partes, estacionados a lo largo de la carretera, en el patio, y sobre la calle. Tuve que terminar dando la vuelta así podría estacionarme en el otro lado de la calle, una cuadra abajo.
El aire nocturno estaba frío y las calles estaban nulas de niños. Trato o truco había terminado una hora antes y había trozos de caramelos cada pocos metros.
La luz brillante se derramó fuera de las ventanas, arrojando un resplandor luminoso a lo largo del porche. Había unas pocas personas afuera, apoyándose contra la barandilla. Metiendo mis manos en los bolsillos de mi sudadera, evité el garaje, donde un malo juego de cerveza pong estaba ocurriendo, y fui a través de la puerta principal.
Mierda...
La casa estaba llena. La gente se encontraba por todas partes, acaparando un televisor, en grupos cerca del sofá, en el suelo, y en el pasillo. La música golpeaba junto con mi corazón mientras exploraba la multitud, buscando un ángel sexy. Habían muchos ángeles; ángeles sucios de rojo, ángeles sexys de blanco, y creo, que ángeles muy malos de negro.
Hmm.
Pasé a una chica vestida como Dorothy del Mago de Oz, si Dorothy hubiera sido una stripper. Me sonrió y le devolví la sonrisa. Se sintió inestable y raro. Pasando un grupo en una mesa de cartas, vi al compañero de cuarto de José, Roberto en la mesa. Estaba muy inmerso en el juego para notarme. Me estiré en punta de pies. El interior de la casa era sofocante con todo la gente.
Hubo un chillido agudo y me di vuelta, teniendo sólo segundos para prepararme antes de ser atacada por un ángel de blanco.
—¡Estas aquí! —chilló Sophia, apretándome—. ¡Mierda! No pensé que vendrías. Pensé que te ibas a arrepentir.
—Estoy aquí.
Me apretó de nuevo y agarró mi mano. —Ven. Lucas está en el garaje. También José.
Mi corazón sobre trabajado latió un poco más rápido mientras me llevaba alrededor de la mesa. Unos pocos chicos miraron hacia arriba desestimándonos a mí y a mis jeans y concentrándose en el pequeño vestido blanco de Sophia. El interés brillaba en sus ojos. Un chico se inclinó para atrás en su silla, sus cejas levantándose mientras la miraba. No podía culparlo. Estaba ardiente.
—¡Pasando! —anunció Sophia, su mano libre en el aire—. Beep. Beep.
El aire era más respirable en el garaje, la luz no tan brillante, y aunque había más gente los músculos de mi cuello se relajaron. Sophia me guió hacia un chico que tenía un bombín negro y una chaqueta de color púrpura.
—¡Jakey-Jake, mira a quien encontré! —gritó Sophia.
La chaqueta púrpura giró y una genuina sonrisa estalló en mi rostro mientras veía los lentes negros gruesos. —¿Bruno Mars? —pregunté.
—¡Sí! Ves, Sophia. ¡Algunos entienden mi disfraz! —Lucas le lanzó una mirada asesina antes de volverse hacia mí. Frunció el ceño—. ¿De que estás vestida?
Me encogí de hombros. —¿Una vaga estudiante universitaria?
Lucas se rió mientras Sophia rebotaba hacia el barril. —¿Qué tienes debajo de esta horrible sudadera?
—¿Qué tiene de malo mi sudadera? —demandé.
Me dio una mirada suave. —No tiene nada de malo si recién te levantaste y estás yendo a clases, pero estás en una fiesta. —Fue hacia el cierre y lo bajó—. Sácatelo o lo saco yo.
—Lo dice en serio. —Sophia volvió con dos vasos rojos de plástico—. Una vez me sacó la remera porque quería probársela y ahí estaba yo, parada en un cuarto lleno de chicas, sólo con mi sostén.
Puse las llaves en el jean y me saqué la sudadera dejándola en el respaldo de una silla cercana. —¿Feliz?
Lucas tomó mi franela negra, con los labios apretados. —Hmm... — Tiró del borde para que mostrara parte de mi abdomen. Luego pasó las manos por mi pelo, causando que los mechones fueran para todos lados—. Mejor. Tienes un firme, pequeño cuerpo. Úsalo, chica. Ahora estás vestida como una sexy, vaga estudiante universitaria.
Tomé la bebida que Sophia puso en mi mano. —¿Terminaste de vestirme como si fuera tu Barbie?
—Perra, si fueras mi Barbie, estarías semidesnuda.
Reí. —Es bueno que no lo sea.
Dejó caer un brazo sobre mi hombro. —Estoy feliz de que estés aquí. De verdad.
—Yo también. —Y una vez que lo dije, estuve feliz. Estaba aquí. Lo había hecho. Esto era enorme. Incluso tomé un sorbo de mi cerveza. Mírenme. Una fiestera extraordinaria.
Diciéndome a mí misma que no buscaba a nadie, miré alrededor de la cochera. No tardé en encontrar a José. Siendo una cabeza más alta que la mayoría de los chicos, era fácil de distinguir. Viendo que no estaba vestido distinto a lo normal trajo una sonrisa a mi rostro.
José estaba parado cerca de la mesa de cerveza pong, los brazos cruzados en el pecho. Sus bíceps estiraban la remera de manga cortas. No sabía porque los chicos se vestían como si afuera hiciera calor cuando obviamente no lo hacía. Al lado suyo estaba Jase, quien era igual de alto que José, e igualmente lindo para la vista con su pelo marrón más largo. También estaba vestido como si estuviera sofocante y un tatuaje oscuro se asomaba por su manga.
Sophia siguió mi mirada y suspiró. —No sé cuál de los dos es más caliente.
José, para mí, ganaba fácilmente.
—Yo tampoco.
—Los tomaría a ambos —comentó Lucas.
—¿Al mismo tiempo? —El tono de Sophia era lleno de curiosidad.
Lucas sonrió. —El infierno que sí.
—Un sándwich de José y Jase. —Sophia tembló—. Desearía que eso estuviera en el menú de un dólar.
Reí. —Costarían más que un dólar.
—Cierto —murmuró y luego suspiro—. Necesito tener sexo.
Jase le dio un codazo a José y dijo algo. Un momento después, José miró en nuestra dirección. Una amplia sonrisa estalló en su rostro llamativo. Dejó su vaso en el borde de la mesa de Ping pong.
—Y aquí viene uno de ellos —dijo Lucas, mirándome astutamente—. Está a punto de convertirse en un sándwich de José y ____.
—Cállate —dije sonrojándome.
La gente se corría del camino de José. Era como un sexy Moisés, partiendo el mar de estudiantes ebrios. Di un paso atrás, nerviosa de repente. José no dudó. Había una facilidad confiada en todo lo que hacía.
Sus brazos estaban alrededor de mi cintura en menos de un segundo, levantándome de mis pies en un abrazo de oso. Sophia sabiamente tomó el vaso de mi mano antes de que José girara. Me aferré a sus hombros mientras las paredes daban vuelta.
—Mierda, no puedo creer que en verdad estés aquí.
Parecía que nadie creyó que fuera a aparecer. Me hizo sentir cálida y difusa saber que lo hice. —Te dije que vendría.
Me bajó al suelo pero no me dejó ir. —¿Cuándo llegaste?
Me encogí de hombros. —No sé. No hace mucho.
—¿Por qué no viniste a saludar? —El hoyuelo estaba ahí y me encontré mirándolo.
—Estabas ocupado y no quería molestarte —admití, notando que varias personas nos miraban.
José bajó la cabeza y sus labios rozaron mi oído mientras hablaba, enviando un estallido de escalofríos por mi espina—: Nunca eres una molestia para mí.
Mi corazón saltó en mi pecho como si estuviera suspendida en la cima de una montaña rusa. Giré la cabeza levemente, y nuestras miradas se trabaron. Mis pensamientos dispersos, y cuando las manos de José apretaron mis brazos, estaba volando abajo en la montaña rusa. Por un momento, los sonidos de la fiesta se ahogaron. Sus pupilas eran tan largas, un gran contraste contra el azul brillante.
—¡Oye, José! —gritó Jase—. Te toca.
El momento estaba roto, y largué un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Sus labios se levantaron en las comisuras.
—No te vayas lejos.
Asentí. —Está bien.
José volvió al lado de Jase y agarró una pelota de ping pong.
—Guau —suspiró Sophia, devolviéndome mi bebida—. Eso fue...
—Realmente caliente —terminó Lucas—. Pensé que iban a arrancarse la ropa el uno al otro y empezar a hacer bebes ahí en el sucio piso cubierto de cerveza. Como si fuera a tener que cobrar admisión para lo que iba a pasar.
Le disparé una mirada. —Creo que eso está un poco del lado de la exageración.
—No de donde yo estaba parada —dijo Sophia, abanicándose—, ¿Cuánto tiempo vas a seguir decepcionando a ese chico?
Mis labios se fruncieron. —No lo estoy decepcionando.
Sus cejas se levantaron, pero no dijo nada. Por suerte la conversación pasó de mí cuando Jimmie apareció y empezó a jugar con las alas de Sophia. Nuestro trío se convirtió en un cuarteto y antes de saberlo, teníamos nuestra propia fiesta en un costado. Estaba fuera de mi elemento, pero seguía la conversación. Supe mientras tomaba mi cerveza, que estaba siendo etiquetada como la chica tímida de la fiesta, pero eso era mejor que la última etiqueta que tuve en una fiesta.
El grupo había crecido afuera, la música estaba más alta, y grupos de personas empezaron a bailar. De alguna forma, entre el ruido, una profunda, risa ronca llamó mi atención, y me di media vuelta. Viniendo por la cochera, entraron dos chicas que se veían como si pertenecieran a una pasarela de Victoria's Secret. Una estaba vestida de diabla, lo que en realidad era sólo un camisón rojo, una cola de caballo, y cuernos. Las tetas estaban por todos lados. La otra era una sexy caperucita roja. Muchas cosas pasaron inmediatamente mientras entraban con tacos de una milla.
Varios chicos literalmente pararon lo que estaban haciendo y miraron, en medio de la conversación. La boca de Jimmie golpeó el piso. Incluso Lucas miraba como si estuviera por cambiar de preferencias sexuales. Mi estómago giró mientras miraba el disfraz de caperucita y trataba de no pensar en que había usado un disfraz así para la fiesta de Halloween de hace años. Aparte, ahora, ese no parecía el mayor problema, lo que decía un montón.
Caperucita roja también era conocida como Stephanie Keith, también conocida como Steph.
La chica era esplendida en una forma que hacía que cualquier chica se sintiera mal vestida y del lado equivocado de fea. El borde de su vestido rojo brillante terminaba justo debajo de su trasero, y sus piernas eran sorprendentes. Su disfraz se completaba con labios rojos, ojos esfumados y dos coletas. E iba directo hacia José.
Steph tiró sus brazos alrededor de él, lo que causó que su vestido se levantara, revelando pantaletas negras que tenían escrito AZOTAME en el trasero. José no se corrió, en cambio se dio vuelta, dándole esa maldita sonrisa torcida. Tomó la bola, echándose hacia atrás y riendo mientras su amiga estaba con Jase.
Algo feo se desplegó en la boca de mi estómago como una maleza nociva. ¿Por qué José no corría de ella en vez de seguirla alrededor de la mesa? Esa era una pregunta estúpida.
¿Qué chico huiría de Steph?
Alguien chocó contra mi costado, una disculpa fue murmurada, pero estaba concentrada en Steph. Sostenía una bola cerca de sus senos, sonriendo mientras José la seguía.
Sophia tomó mi vaso y me agarró de la mano. —Bailemos.
Enterré mis pies, pestañeando. —No bailo.
—No. Vamos a bailar. —Lanzó una mirada sobre su hombro. José de alguna forma había conseguido la bola de Steph
—Porque si no, te vas a quedar ahí y mirarlos como una novia enojada.
Mierda. Tenía un punto. La dejé arrastrarme a un grupo de chicas que bailaban, el cual estaba convenientemente cerca de la mesa de ping pong. Sophia sostuvo mi mano mientras se sacudía a mí alrededor, cantando la canción. Me tomó un par de momentos juntar el valor para hacer algo que no había hecho en años y como que deseé haber terminado la cerveza.
Cerrando mis ojos, me dejé sentir la música y agarrar el ritmo. Cuando pasó, mis caderas estaban balanceándose y sonreía. Con los ojos abiertos ahora, seguí sosteniendo la mano de Sophia mientras bailábamos juntas. El grupo alrededor nuestro se alargó y sobre el hombro de Sophia, vi a José. No le prestaba atención a Steph.
Estaba mirándonos.
Mirándome.
Sophia era un maldito genio. Miró detrás de ella y se giró hacía mí, mordiéndose el labio. —Que se jodan.
Tiré la cabeza hacía atrás y reí. —Que se jodan.
—Esa es mi chica.
Jimmie se nos unió, viniendo detrás de Sophia, bajando sus manos a su cintura. Levanté las cejas, y se encogió de hombros, lo que era código para no golpearla en la vagina. Mi cabello estaba húmedo cerca de las sienes y mi sweater se había levantado. Lucas se nos unió, básicamente agitándose alrededor. Estaba tan concentrada en reírme de él que cuando unas manos aterrizaron en mi cintura, salté unos buenos doce centímetros del piso.
Los ojos de Sophia se abrieron. Miré sobre mi hombro y vi una cara relativamente no familiar. Las mejillas del chico estaban rojas, los ojos un poco vidriosos mientras apretaba sus caderas.
—Hola —arrastró las palabras, sonriendo.
—Hola. —Volví a girar, haciéndole una cara a Sophia, mientras me adelantaba. Hice unos 2 centímetros antes de que el agarré del chico borracho se tensara.
—¿A dónde vas? —dijo—. Estamos bailando.
Me giré a un costado, y el chico me siguió, quedándose en mi espalda. Mi estómago cayó y una extraña, estremecedora sensación se arrastró por mi cuello, levantando los vellos. Devuelta hace varios años atrás, me congelé por un segundo. Sophia, Lucas, la fiesta, todo desapareció. Lo sentí tirar de mí hacia él, sus manos en la piel desnuda de mi estómago. Sin ninguna advertencia, la realidad pareció cambiar. No estaba ahí. Estaba de vuelta allá, con sus manos bajo mi camisa, y no podía respirar o ver; la tela del sofá era espera contra mi mejilla.
—Bebé —canturreó el chico en mi oído—. Baila conmigo.
—Bebé —Había dicho Blaine, su respiración pesada en mi oído—. No me puedes decir que no quieres esto.
La cochera se convirtió en un sótano y viceversa. Traté de salirme, mi corazón latiendo tan rápido que me iba a enfermar. —Déjame ir.
—Vamos, es sólo un baile. —Sus manos estaban en mi estómago, bajo mi sweater.
—Déjame ir. —El aire estaba atrapado en mi garganta mientras luchaba—. ¡Déjame ir!
Hubo un grito de sorpresa y un chillido. De repente estaba fuera de los brazos del chico borracho. Me tambaleé hacia atrás, chocando con alguien. Con el corazón acelerado, empujé el cabello de mi cara y levanté la cabeza.
Oh mi dios. José tenía al chico contra la pared.
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Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.
RomanceAlgunas cosas valen la pena esperar... Viajando miles de kilómetros de su casa para entrar a la universidad es la única manera para ___ ___(TA), de diecinueve años, para escapar de lo que sucedió en la fiesta de Halloween hace cinco años, un acontec...