Capitulo 7

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Nubes de tormenta rodaban el jueves por la mañana y lucía como que estaría lluvioso, día con aguanieve en el campus. Por suerte sólo tenía dos clases para holgazanear por delante, así que antes que me dirigiera afuera, agarré un abrigo con capucha y la deslicé sobre mi camisa. Pensé sobre cambiarme mis shorts y sandalias, pero decidí que me estaba sintiendo muy perezosa para ir a hacer eso, era mucho problema.

Le mandé un mensaje a Lucas para ver si quería pasar por un café para mí antes de que llegué a la clase de arte, me deslicé fuera de mi departamento y me fui hacia el hueco de la escalera antes de que la puerta del departamento de José se abriera de repente y un tipo saliera, jalando una camisa sobre su cabeza. Su greñuda cabeza de pelo rubio de largo hasta el hombro la atravesó, y lo reconocí como el chico con la tortuga de José—su compañero de habitación.

En el momento en que nuestros ojos se cruzaron, una gran sonrisa se extendió a través de su bronceado rostro, exponiendo una hilera de dientes ultra blancos.

— ¡Oye! Te he visto antes.

Mi mirada parpadeó detrás de él. Había dejado su puerta totalmente abierta. —Oye, tú eres... el chico de la tortuga.

Confusión parpadeó a través de su rostro mientras sus sandalias golpeaban en el cemento. — ¿El chico de la tortuga? Oh, sí. —Se echó a reír, la piel arrugándose alrededor de sus ojos castaños—. Me viste con Raphael, ¿verdad?

Asentí. —Y creo que te llamas así mismo como Sr. Imbécil.

Dejando salir otra ruidosa risa, se unió a mí en las escaleras. —Ese es mi nombre cuando bebo. La mayoría de los días la gente me llama Roberto.

—Eso suena mejor que Sr. Imbécil. —Sonreí mientras rodeábamos el rellano del cuarto piso—. Yo soy...

— ¿_____? —Cuando mis ojos se ampliaron, lanzó una sonrisa amplia mostrando los dientes—. José me dijo tu nombre.

—Entonces... um, te diriges a...

—Tú idiota, ¡dejaste la puerta abierta! —La voz de José resonó hacia abajo al hueco de las escaleras y un segundo después, apareció en lo más alto de las escaleras, con una gorra negra de béisbol. Una sonrisa torcida apareció mientras nos divisaba y saltó escalones hacia abajo—. Oye, ¿qué estás haciendo con mi chica?

¿Mi chica? ¿Qué? Casi me tropecé con mis pies.

—Le estaba explicando cómo me conocen por dos nombres.

—Oh ¿sí? —José dejó caer un brazo sobre mis hombros, y mi sandalia se atoró en la parte de atrás de la otra. Sus brazos se apretaron, jalándome a su lado—. Guau, amor, casi te pierdo ahí.

—Mírense —Roberto bajó a brincos los escalones—, hiciste que la chica se tropezará sobre sus pies.

José se echó a reír entre dientes mientras levantaba su mano libre y deslizaba la gorra hacia atrás. —No puedo evitarlo. Es mi encanto magnético.

—O podría ser tu olor —replicó Roberto—. No estoy seguro de haber escuchado la ducha esta mañana.

Jadeó con enojo fingido. — ¿Huelo mal, _____?

—Hueles fantástico —murmuré, sintiendo mi cabeza calentarse. Aunque era la verdad. Olía de maravilla, una mezcla de lino fresco, un toque de colonia, y algo más que era probablemente todo él—. Quiero decir que no hueles mal.

José me observó por casi un momento muy largo. — ¿Te diriges a clases?

Bajábamos los escalones, pero su brazo estaba todavía alrededor de mis hombros y todo el lado de mi cuerpo parecía hormiguear como si se hubiera dormido. Era tan... casual sobre eso. Como si no fuera nada para él y probablemente no lo era. Recordé cómo él y la chica se habían abrazado anoche, pero para mí, era...

No había palabras.

— ¿_____? —La voz de José bajó.

Me sacudí libre, y vi la forma de la sonrisa extendida de Roberto. Me dirigí hacia abajo en las escalera, necesitando distancia. —Sí, me dirijo hacia la clase de arte. ¿Y ustedes chicos?

José fácilmente me alcanzó en el tercer piso. —Nosotros vamos a ir a desayunar. Deberías saltarte la clase y unirte con nosotros.

—Creo que ya me las he saltado lo suficiente esta semana.

—Yo me la estoy saltando —anunció Roberto—. Pero José no tiene clase hasta esta tarde, ya que es un buen chico.

— ¿Y tú eres un chico malo? —pregunté.

La sonrisa amplia de Roberto era contagiosa. —Oh, soy uno malo, un chico malo.

José le disparó una mirada a su amigo. —Sí, como que eres malo en ortografía, matemáticas, inglés, limpiándote a ti mismo, hablando con la gente y podría continuar.

—Pero soy bueno en cosas que cuentan.

— ¿Y cuáles son esas cosas? —preguntó José mientras salíamos del edificio. Afuera el aire llevaba la ligera esencia de humedad y las nubes lucían rellenas con agua.

Roberto trotó hacia adelante y se giró hacia nosotros y así nos estaba dando la cara mientras caminaba en reversa, completamente ignorando la camioneta roja tratando de retroceder. Alzó una mano bronceada y comenzó a golpetear con sus dedos. —Bebiendo, socializando, esquiando, y fútbol ¿recuerdas ese deporte, José? ¿El fútbol?

La fácil sonrisa se deslizó en la cara de José. —Sí, lo recuerdo, idiota.

Roberto sólo se echó a reír y se giró, yendo en dirección a donde estaba estacionada la camioneta plateada. Levanté la vista hacia José, curiosa.

Miró fijamente hacia adelante, la mandíbula tensa y ojos como astillas de hielo. Sin mirar hacia abajo a mí, metió sus manos en sus vaqueros y dijo—: Nos vemos luego, _____.

Con eso, se unió a Roberto en su camioneta, y juraría que la temperatura cayó para combinar con la repentina frialdad en la actitud de José. No le tomaba a un genio o una persona muy intuitiva descubrir que Roberto había tocado un lugar sensible y José no había estado de humor para dar más detalles.

Temblando, me apuré hacia el auto y me metí. Ni un segundo cuando una gran lluvia gorda salpicó contra el parabrisas. Mientras retrocedía, levanté la vista, mis ojos encontrándolos. Ambos chicos estaban parados en la plataforma trasera de la camioneta, Roberto sonriendo y José con la misma distante expresión enojada y tensa mientras hablaba. Lo que sea que le estuviera diciendo a su amigo, no estaba contento sobre eso.

Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora