Me estiré en la cama, confusa y desorientada. Era condenadamente cerca de las cuatro de la mañana cuando por fin me quedé dormida y no tenía ni idea de lo que me despertó. Me retorcí en la cama, gimiendo cuando vi que sólo eran las ocho de la mañana.
Un domingo.
Descansando sobre mi espalda, me quedé mirando al techo. Una vez que estaba despierta, no había ninguna esperanza de volver.
Tock. Tock. Tock.
Me senté de nuevo, frunciendo el ceño. Alguien golpeaba a mi puerta. ¿Qué demonios? Quitándome las mantas, balanceé las piernas fuera de la cama. Mi dedo quedó atrapado en la sabana y casi me comí la alfombra.
—Mierda.
Maldiciendo, corrí por el apartamento antes de que el edificio entero se despertara. Me estiré hacia arriba, mirando a través de la mirilla.
Todo lo que podía ver era una masa de cabello oscuro y ondulado.
¿José?
Algo tenía que estar mal. Tal vez el edificio estaba en llamas, porque no podía pensar en ninguna otra razón de por qué él estaría golpeando a mi puerta un domingo por la mañana.
— ¿Está todo bien? —Hice una mueca ante el sonido de mi voz.
José se dio la vuelta. Una sonrisa torcida apareció, tomando su cara ya extraordinaria y haciéndolo un chico sexy. —No, pero lo estará en unos quince minutos.
— ¿Q-q-qué? —Me hice a un lado o me vi obligada a hacerme a un lado cuando entró en mi apartamento, llevaba algo envuelto en papel de aluminio, un cartón de huevos, ¿eh? Y un sartén pequeño—. José, ¿qué estás haciendo? Son las ocho de la mañana.
—Gracias por la actualización del tiempo. —Se dirigió directamente a mi cocina—. Es una cosa que nunca he sido capaz de dominar: la narración de los tiempos.
Fruncí el ceño mientras entraba después de él. —¿Por qué estás aquí?
—Haciendo el desayuno.
—¿No puedes hacer eso en tu propia cocina? —pregunté, restregándome los ojos. Después de la asignación de astronomía y la llamada telefónica, él era la última persona que quería ver en el tiempo de mierda de la mañana.
—Mi cocina no es tan emocionante como la tuya. —Puso sus cosas en la mesa y me miró. Su cabello estaba húmedo y más rizado de lo normal. ¿Cómo era posible que se viera tan bien cuando era obvio que acababa de rodar fuera de la cama y se duchó? Ni siquiera había una capa de barba mañanera en sus mejillas suaves. Y estaba en chándal y en su vieja camisa y lucía condenadamente bien—. Y Roberto está desmayado en el piso de la sala.
—¿En el piso?
—Sip. Boca abajo, roncando y babeando un poco. No es un ambiente apetecible.
—Bueno, tampoco lo es mi apartamento. —Él tenía que irse. No tenía nada que hacer aquí.
José se apoyó en mi mostrador, cruzándose de brazos. —Oh, no sé nada de eso... —Su mirada se movió desde la parte superior de mi cabeza despeinada y todo el camino hasta la punta de mis dedos curvados. Era como una caricia física, haciendo que mi respiración se atrapara—. Tu cocina, en este instante, es muy apetecible.
Un rubor se arrastró por mis mejillas. —No voy a salir contigo, José.
—No te lo pedí en este momento, ¿o sí? —Uno de los lados de sus labios se curvó hacia arriba—. Pero a la larga lo haré.
Mis ojos se estrecharon. —Estás delirando.
—Estoy determinado.
—Más bien como molesto.
—La mayoría diría que increíble.
Puse los ojos en blanco. —Sólo en tu cabeza.
—En muchas cabezas es lo que quieres decir —contestó, volviendo a mi cocina.
—También traje pan de nuez y plátano horneado en mi propio horno.
Sacudiendo la cabeza, miré a su espalda. —Soy alérgica a los plátanos.
José se dio la vuelta, levantó las cejas con incredulidad. —¿Me estás jodiendo?
—No. No lo estoy. Soy alérgica a los plátanos.
—Hombre, eso es una lástima. No tienes idea de lo que estás perdiendo. Las bananas hacen del mundo un lugar mejor.
—No te sabría decir.
Inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Algo más a lo que seas alérgica?
—¿Además de la penicilina y los chicos que irrumpen en mi apartamento? No.
—Ja ja ja —respondió mientras comenzaba a abrir los gabinetes—. ¿Cuántos chicos débiles e inseguros has asesinado con esa lengua tuya?.
—Al parecer no los suficientes —murmuré. Fui a ajustar mi pulsera y me di cuenta de que no la estaba usando. Mi corazón se cayó—. Ya vengo.
Tarareando para sí mismo, José asintió. Me lancé de nuevo a mi habitación y cogí la pulsera de la mesita de noche y me la puse. Un estremecimiento de alivio me recorrió. A mitad de la habitación, miré hacia abajo y maldije de nuevo.
Sin sostén.
La fina tela de mi camisa tensa a través de mi pecho y mis pezones estaban asomados, diciendo hola. —Oh, Jesús.
Tirando la camisa, agarré un sostén deportivo de mi tocador.
— ¡Oye! ¿Estás escondiéndote ahí atrás? —Gritó José—. Porque voy a ir allí atrás y te arrastraré hacia fuera.
El sujetador deportivo se atoró en mi cabeza y los pechos rebotaban por todas partes, palidecí. Le di un tirón hacia abajo, apretándome el seno derecho. ¡Ay! — ¡No te atrevas a venir aquí!
—Entonces date prisa. Mis huevos no esperan a nadie.
—Oh Dios mío —murmuré, poniéndome mi camisa. Me moví hacia el pasillo antes de que me diera cuenta de que tampoco me había lavado los dientes. José y sus huevos van a tener que esperar.
Cuando regresé a la cocina, tenía varios huevos en agua hirviendo, y un perfecto huevo frito encima de la sartén que había traído. Había encontrado la bolsa de queso rallado en mi nevera y lo estaba salpicando a través de los huevos.
El verlo en mi cocina me ponía nerviosa. Nudos se formaron bajo mi vientre cuando encontró fácilmente los platos y los cubiertos. Me crucé de brazos, arrastrando los pies de lado a lado.
—José, ¿por qué estás aquí?
—Ya te lo dije. —Deslizó los huevos en un plato y luego se dirigió con ellos al conjunto bistró que está contra la pared—. ¿Quieres tostadas? Espera. ¿Tienes pan? Si no es así, yo puedo...
—No. No necesito una tostada. — ¡Se había apoderado del control completo de mi cocina!—. ¿No tienes a nadie más que molestar?
—Hay un montón de gente de mierda que podría recompensar con mi presencia, pero te elegí a ti.
Esta tenía que ser la mañana más extraña que jamás había tenido. Lo observé un momento más. Renunciando a sacarlo de mi apartamento, me senté en el sillón de gran altura, metiendo mis piernas contra mi pecho.
Cogí un tenedor. —Gracias.
—Elijo creer que quieres decir eso.
— ¡Sí!
Me dedicó una sonrisa rápida. —Lo dudo por alguna razón.
Ahora me sentía como una total perra. —Aprecio los huevos. Estoy sorprendida de verte aquí... a las ocho de la mañana.
—Bueno, para ser honesto, tenía la intención de atraerte con mi pan de nuez y plátano, pero esa mierda no está ocurriendo ahora. Así que todo lo que me queda son mis deliciosos huevos.
Dio un mordisco a la delicia de queso. —Es muy bueno, pero no me estás cortejando.
—Oh, estoy cortejando. —Abrió la nevera y cogió una botella de jugo de naranja. Vertiéndolo en dos vasos, se sentó en frente de mí—. Es todo sobre el sigilo. Tú no te das cuenta todavía.
Dejando pasar eso sin conversación de victoria, seguí. —¿No estás comiendo?
—Lo estoy. Me gustan los huevos cocidos. —José hizo un gesto hacia la cocina mientras se sentaba en la silla enfrente de la mía. Puso la barbilla en el puño, y me concentré en mi plato. El hijo de puta parecía demasiado adorable y lindo—. Así que, _____ __(TA), soy todo tuyo.
Casi me atragantó con el trozo de huevo. —No te quiero.
—Es una pena —respondió, sonriendo—. Háblame de ti.
Oh infierno no, la mierda de conocerse no estaba sucediendo. — ¿Haces esto con frecuencia? ¿Sólo entras en los apartamentos de las chicas al azar y haces huevos?
—Bueno, no eres al azar, por lo que técnicamente no. —Se levantó y comprobó los huevos hirviendo—. Y podría ser conocido por sorprender a mujeres afortunadas de vez en cuando.
—¿En serio? Quiero decir, ¿haces esto normalmente?
José me miró por encima del hombro. —Con mis amigos, sí, y somos amigos, ¿cierto, _____?
Mi boca se abrió. ¿Éramos amigos? Supuse que sí, pero aun así. ¿Era esto normal? ¿O era simplemente José así de confiado? Hacía cosas como esta, porque sabía que podía, que nadie le haría irse. La mayoría de la gente probablemente no le gustaría que se fuera. Y yo podría haberlo sacado si realmente quisiera y esa era la verdad. José era el tipo de persona que probablemente estaba acostumbrado a conseguir lo que quería.
Al igual que Blaine.
Ese pensamiento revolvió los huevos en mi estómago y puse mi tenedor abajo. —Sí, somos amigos.
— ¡Por fin! —gritó, haciéndome saltar un poco—. Has admitido finalmente que nos hemos hecho amigos. Ha tomado sólo una semana.
—Sólo nos hemos conocido durante una semana.
—Aun así tomó una semana —respondió, hurgando los huevos en el agua.
Empujé el último trozo restante de huevo alrededor de mi plato. — ¿Qué? ¿Normalmente te toma sólo una hora para que alguien se te declare mejores amigos para siempre?
—No. —Sacó los huevos, colocándolos en un recipiente. Al llegar a la mesa, se sentó de nuevo. Sus ojos se encontraron con los míos, y era difícil mantener esa mirada. Esos ojos eran realmente de un hermoso tono marron claro y nítido. El tipo de ojos en los que fácilmente podrías perderte mirando—. Por lo general me lleva unos cinco minutos antes de que nos hayamos movido al status de mejores amigos.
Una sonrisa se me escapó mientras negaba con la cabeza. — Entonces creo que soy la rara.
—Tal vez. —Sus pestañas bajaron cuando comenzó a pelar su huevo cocido.
Tomé un trago. —Supongo que es diferente para ti.
—¿Hmm?
—Apuesto a que hay chicas que cuelgan sobre ti. Decenas probablemente matarían por estar en mi lugar y aquí estoy yo, alérgica a tu pan.
Levantó la vista. —¿Por qué? ¿Debido a mi cercana perfección divina?
Una carcajada brotó de mí. —Yo no iría tan lejos.
José se rió y se encogió de hombros. —No lo sé. Realmente no pienso en ello.
—¿No piensas en eso?
—Nop. —Metió todo el maldito huevo en su boca. Dejando a un lado eso, tenía modales impecables en la mesa. Masticaba con la boca cerrada, limpiándose las manos en la servilleta, y no hablaba con la boca llena—. Sólo pienso en ello cuando realmente importa.
Nuestras miradas chocaron y mis mejillas se sonrojaron. Pasé mi dedo por el borde de mi vaso. —¿Así que eres un mujeriego reformado?
Hizo una pausa, el huevo a medio camino de su boca. —¿Qué te hace pensar eso?
—Escuché que eras un mujeriego en la secundaria.
—¿En serio? ¿A quién oíste decirlo?
—No es asunto tuyo.
Levantó una ceja. —Con esa boca tuya, no tienes muchos amigos, ¿verdad?
Me estremecí, porque esa era una suposición acertada. —No —me oí decir—. No era bastante popular en la secundaria.
José dejó su huevo en el plato y retrocedió. —Mierda. Lo siento. Eso fue una idiotez para decir.
Moví mi mano para despedir el pensamiento, pero cayó en picada.
Él me miraba a través de sus espesas pestañas. —Es difícil creer que no lo fueras. Puedes ser divertida y agradable cuando no estás insultándome y eres una chica linda. Eres realmente ardiente.
—Ah... gracias —me retorcí, manteniendo mi vaso pegado.
—Lo digo en serio. Dijiste que tus padres eran muy estrictos. ¿No te permitían pasar el rato en la secundaria? —Cuando asentí, el terminó el huevo que había dejado caer—. No te puedo imaginar no siendo popular en el instituto. Tienes el trío rockero lista, divertida y caliente.
—Yo no lo era. ¿Bien? —Dejé mi vaso sobre la mesa y empecé a tirar del cordón de mis pantaloncillos—. Era lo opuesto a popular.
José comenzó a pelar otro huevo. Me pregunte cuantos iba a comer. —Lo siento, _____. Eso... eso es una mierda. El instituto es un gran problema.
—Sí, lo es. —Me humedecí los labios con nerviosismo—. ¿Tenías muchos amigos?
Asintió.
—¿Todavía les hablas?
—A algunos. Roberto y yo fuimos juntos a la secundaria, pero pasó sus primeros dos años en WVU y se trasladó aquí.
Envolviendo mis brazos alrededor de mis piernas para no inquietarme, apoyé mi barbilla en mis rodillas. —¿Tienes hermanos o hermanas?
—Una hermana —respondió, levantando el último huevo. Una sonrisa genuina apareció—. Es más joven que yo. Acaba de cumplir dieciocho años. Se gradúa este año.
—¿Son cercanos? —No podía imaginar tener un hermano como José.
—Sí, somos cercanos. —Una oscura mirada cruzó su rostro y desapareció rápidamente, pero me dejó pensando si realmente eran tan cercanos—. Ella significa mucho para mí ¿Y tú? ¿Algún hermano mayor preocupado por las visitas y pateador de culos por aquí?
—No. Soy hija única. Tengo un primo más grande que yo, pero dudo que fuera a hacer eso.
—Ah, bueno. —Devorando el huevo, se recargó y se dio unas palmaditas en el estómago—. ¿De dónde eres?
Presioné mis labios juntos, tratando de decidir si debía mentir o no.
—Está bien. —Dejó caer el brazo de la parte posterior de la silla de metal—. Obviamente sabes de donde soy, si has oído hablar de mis actividades extracurriculares en la secundaria, pero voy a confirmarlo. Soy de la zona de Fort Hill. ¿Has oído de eso? Bueno, la mayoría de la gente nunca ha oído de Morgantown ¿Por qué no voy a WVU? Todo el mundo quiere saber eso. —Se encoje de hombros—. Sólo quería escapar, pero estar algo cerca de mi familia. Y sí, yo estaba... muy ocupado en la secundaria.
—¿Ya no lo estás? —pregunté, sin esperar realmente una respuesta, porque no era asunto mío, pero bueno, si él seguía hablando, yo no tenía que decir nada. Y estaba... interesada en saber un poco más de José, era fascinante en cierto modo. Era como todos los populares, chicos sexy de la secundaria, pero no era un imbécil. Sólo eso, le hizo merecedor de un estudio científico. También, era mejor que quedarme sola siendo acosada por las llamadas y correos electrónicos.
—Depende sobre quien preguntes —se echó a reír—. Sí, no lo sé. Cuando estaba en primero, los primeros meses, ¿entorno a todas las chicas mayores? Probablemente ponía más esfuerzo en ellas que en mis clases.
Sonreí, era fácil imaginar eso. —¿Pero ahora no?
Negó con la cabeza. —Así que, ¿de dónde?
Bien es evidente que su cambio a ex mujeriego no es algo de lo que quiera hablar. Visiones de un embarazo bailaron en mi cabeza. —Soy de Texas.
—¿Texas? —Se inclinó hacia adelante—. ¿En serio? No tienes acento.
—No nací en Texas, mi familia es de Ohio. Nos mudamos a Texas cuando tenía once años y nunca se me pegó ningún acento.
—¿De Texas al Virginia Oeste? Ese es un infierno de diferencia.
Desplegué mis piernas, me levanté y recogí mi plato y el cuenco. — Bueno vivía en la parte infernal del centro de Texas, pero aparte de eso, es un poco de lo mismo aquí.
—Debería limpiar. —Empezó a ponerse de pie—. Hice el desorden.
—No. —Le quité el cuenco donde estaban sus huevos—. Tú cocinas, yo limpio.
Cedió, cortando un poco frustrado el pan. Olía maravilloso. —¿Qué te hizo elegir este lugar?
Lavé los platos y el sartén antes de contestar a su pregunta. —Sólo quería alejarme, como tú.
—Sin embargo tiene que ser difícil,
—No. —Tomé la olla que usó para hervir los huevos—. Fue una decisión muy fácil de tomar.
Parecía sopesar mi respuesta mientras partía el pan. —Eres todo un enigma, _____ (TA).
Me apoyé en el mostrador, mis ojos ampliándose, mientras él comenzaba a partir el pan. —En realidad no. No tanto como tú.
—¿Cómo es eso?
Hice un gesto hacia él. —Además de comerte cuatro huevos duros, estás comiendo la mitad de un pan, y sigues luciendo como si pertenecieras a un anuncio de Bowflex.
José se veía absolutamente encantado de oír eso. —Me has estado mirando ¿verdad? ¿Entre tus insultos? Me siento como si fuera un caramelo sabor hombre.
Me eché a reír. —Cállate.
—Soy un niño en crecimiento.
Mis cejas se levantaron y José se rió. Cuando terminó la mitad del pan, habló un poco acerca de sus padres. Me dirigí de nuevo a la mesa y me senté, genuinamente interesada. Su padre tenía su propio bufete de abogados y su madre era médica. Eso significaba que José era de dinero, no del tipo a los que mis padres rodeaban, pero lo suficiente para pagar su renta. Era obvio que también era cercano a ellos, y lo envidiaba. Al crecer, lo único que deseaba era que mis padres quisieran estar cerca de mí, pero con los beneficios, el jet-set y todas las comidas, nunca estaban en casa, y después de todo lo que había pasado, las pocas veces que estaban ahí, ni siquiera querían mirarme.
—Así que, ¿vas a volar a Texas para las vacaciones de otoño o Acción de Gracias? —preguntó.
Solté un bufido. —Probablemente no.
Inclinó la cabeza a un lado. —¿Tienes otros planes?
Me encogí de hombros.
José abandonó el tema y era cerca de medio día cuando se fue. Se detuvo en mi puerta, se volvió hacia mí, moviendo el sartén y el pedazo de pan en sus manos —Así que, _____...
Pegué mi cadera contra el respaldo del sofá. —Así que, José...
—¿Qué estás haciendo el martes por la noche?
—No lo sé. —Bajé las cejas—. ¿Por qué?
—¿Qué tal si sales conmigo?
—José —suspiré.
Se apoyó en el sillón. —¿Eso es un no?
—No.
—Bueno, eso es un no.
—Sí, lo es. —Me levanté del sillón y agarré la puerta—. Gracias por los huevos.
José se volteó centrándose en donde estoy parada. —¿Qué tal la noche del miércoles?
—Adiós José. —Cerré la puerta, sonriendo. Era completamente insoportable, pero al igual que anoche, estuvo a punto de provocar un milagro. Tal vez era el duelo verbal, pero fuera lo que fuera, me hacía actuar... normal. Al igual que antes.
Sip.
Después de bañarme, me paseé por el apartamento debatiéndome entre mensajear a Lucas o a Sophia para ver que estaban haciendo. Finalmente tiré mi celular en el sofá y agarré mi laptop. No pude evitar ver mi correo como siempre.
En mi carpeta de correo basura, había unos cuantos correos con aspecto sospechosos. Dos con mi nombre en el asunto. Después del último correo, aprendí mi lección y hacer clic en borrar traía cierta cantidad de alegría.
La verdad era raro que me llegaran correos ahora. Mientras estaba en la secundaria, había sido una cosa. Había estado rodeada de los chicos, pero ahora, después de que todos se fueran a la universidad. Algo no estaba bien. ¿No tienen nada mejor que hacer? Dudaba que fuera Blaine, porque tan retorcido como era, se quedó lejos de mí. ¿Y la llamada telefónica? Me negué a cambiar mi número. Volver a lo de antes, tres o cuatro llamadas al día, fui a través de una serie de cambios de número y aun así lo averiguaban.
Sacudiendo mi cabeza, hice clic en mi bandeja de entrada y encontré otro correo de mi primo. ¿En serio? Estuve tentada a no hacer clic, pero la estupidez me llamó.
"_____:
Realmente necesito hablar contigo lo antes posible. Llámame cuando sea. Es muy importante. Llámame. David."
Mi dedo se cernió sobre el tapete.
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Esperando por ti (Wait For You) - José Madero.
RomansaAlgunas cosas valen la pena esperar... Viajando miles de kilómetros de su casa para entrar a la universidad es la única manera para ___ ___(TA), de diecinueve años, para escapar de lo que sucedió en la fiesta de Halloween hace cinco años, un acontec...