Capítulo XXXVII

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"Érase una vez una oruga que no supo si estaba tomando el camino correcto hacía el jardín"

Rini

¿Cómo dejas de hacer sangrar una herida?

Recuerdo que en New Delphine nos hicieron perder todo un día de clase en mostrarnos cómo realizar primeros auxilios. Digo perder porque pudo haberse hecho en unas cuantas horas, pero como los de mi salón eran unos revoltosos de porquería nos quedamos más tiempo del habitual.

Ellos estaban felices por perder el tiempo. ¿Yo? Pues molesta, me estaba preparando para recuperar mi beca en Abingdon.

Recuerdo los pasos a seguir con claridad:

Primero debes retirar todas las prendas o restos de la herida, en lo preferible usa guantes de protección si puedes conseguirlos. Segundo, debes detener el sangrado. Ya sabes con una venda haz presión para controlarlo. Si puedes trata de asegurar la venda con cinta adhesiva, si no puedes continua manteniendo la presión con las manos. Finalmente debes inmovilizar la parte del cuerpo lesionada lo mejor posible y trasladar a la persona a una sala de emergencias.

En su momento me pareció la cosa más innecesaria del mundo. Nunca atravesaría por esa situación. Era casi bizarro pensar en eso. Yo era una chica de clase media que sólo aspiraba a un buen trabajo de oficina con un sueldo generoso para cubrir mis necesidades tranquila.

Pero ahora, mi mente estaba repasando esas instrucciones una y otra vez, mientras Lucas me sacaba del hospital preguntando si estaba bien.

Me habían atravesado el corazón, y por alguna extraña razón mi cerebro se negaba a entender que no era una herida real. Por ende, no podía ejercer los primeros auxilios, no podía evitar el dolor que infectaba mi alma.

Era como si el aire se hubiera vuelto ácido de repente, como si el viento azotara con el filo de una espada, como si hubiera dejado una parte de mi morir en esa azotea.

Sangraba y no podía evitarlo.

—Petisa, dime algo o juro que ahora mismo vuelvo a esa azotea y golpeo a Rothschild hasta que me lo confiese.

Desperté de mi ensoñación con la amenaza.

—¿Qué? —contesté por inercia.

Lucas me había llevado a una banca en los estacionamientos del hospital, papá aún no llegaba a recogernos. Antes me había ofrecido venir en un taxi —su auto estaba en reparación —, pero no sentía confianza en los autos de desconocidos.

—¿Estás bien?

Había salido de la azotea llorando y pidiendo salir del lugar como si fuera a morirme. Recién estaba despertando de todo el acontecimiento. ¿Qué acababa de hacer? Me puse de pie, Lucas me retuvo agarrando de mi brazo.

"...Lo que no es correcto es dejar que el miedo tome decisiones por ti."

—Déjame ir —exigí molesta.

—¿A dónde piensas ir? ¿Qué piensas hacer?

—Debo... debo pedirle a Ronan que se quede o en todo caso que me lleve con él. Yo no puedo...

¿Yo no puedo que? ¿Estar sin él? ¿Vivir sin él?

—Hey, hey, hey. Detente ahí. ¿Cómo que irte con él? ¿A dónde carajos irás con él?

"Cásate conmigo"

—Fuera del país, no lo sé. No puedo permitir que se vaya.

CrisálidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora