Capítulo XXXIII

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"Érase una vez una araña que tejió durante un largo tiempo, de esa manera las orugas comenzarían a confundir su seda con la de ella"


Rini


Hacía calor, mucho calor. Una venda cubría mis ojos, apretando la parte trasera de mi cabeza. El aire era espeso, las aves cantaban a la lejanía y los dedos de mis pies se retorcían entre lo que parecía césped recién cortado.

Por más que trataba de recordar, el constante zumbido en mi cabeza lo impedía.

Oí cubitos de hielo cayendo en un vaso de refresco y por instinto relamí mis labios. Sequé el sudor de mis palmas refregándolo en mi camiseta. Una brisa de aire fresco me acarició como dándome un beso, deje a mis pulmones llenarse con el agradable aroma a cítricos.

Estas sensaciones eran tan familiares.

Sentí el suave pelaje de Sicario frotándose en mis tobillos desnudos, y ahogué un suspiro de emoción. Yo sabía que mi gatito había muerto, por ende este era un sueño o fui a mi encuentro con él.

¿En dónde estaba?

—Ya han pasado 23 minutos, Rinitis. Apura o perderás el juego.

¡Dimitri! Su voz se oía más delgada pero mantenía el mismo tono burlón de toda la vida.

—¡No es justo Dimitri, tus pistas apestan! Además no entiendo como esto me ayudará a ser más valiente.

¿Más valiente? Me escuché como si fuera una mera espectadora dentro de mi cuerpo, como cuando descubres que estás en un sueño pero no tienes control sobre ello. Mi voz, un tanto más aguda, sonaba algo temerosa pero muy enfadada.

Era la pequeña yo de 9 años.

Dimitri soltó un suspiro de frescura al tomar un sorbo de su bebida. Podía imaginar la escena a la perfección: sentado en el desnivel que separaba la casa del patio trasero, inclinando su cuerpo en el interior para evitar quemarse con el sol de la estación.

Maldito estafador, en esa época siempre lograba hacerme caer en sus apuestas para las tareas del hogar. Y en donde casi siempre, él ponía las condiciones. Lograba salirse con la suya hasta que mamá se daba cuenta.

Había jugado tantas veces con Dimitri, que era normal que no recordara todas las ocasiones con exactitud. No tenía atisbo de que juego era este.

Empecé a avanzar con zancadas lentas y mis bracitos hacia el frente. La pequeña Rini no era nada tonta. Cuando mis manos tocaron lo que parecía arbustos, me empecé a deslizar hacia la derecha hasta alcanzar una estructura áspera en donde el olor a cítrico era más fuerte.

—¡Oye pequeña tramposa! —Se quejó Dimitri —. No puedes descansar en la sombra del limonero, va en contra de las reglas.

—¡Cállate Dimitri! —La pequeña yo estaba irritada. Recordé que a esta edad me encantaba atacar con proyectiles móviles, lancé una pequeña piedra que estaba en mis pies.

—¡Hey! Nada de ataques

Que divertida era de pequeña. Toda agresiva, toda maniaca.

—Estoy cansada —me quejé extendiendo la "a" del final. El sol había mermado mis fuerzas, mis mejillas se quemaban y solo quería que alguien me lanzara un balde de agua fría.

—Yo no te obligué a jugar —contestó para luego tomar otro sorbo. Apuesto todo mi salario de bibliotecaria de medio tiempo a que eso no es cierto —. Tu fuiste quien me pidió ayuda.

CrisálidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora