Capítulo XLI

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"Érase una vez una oruga que no pudo despertar de sus pesadillas"


Rini


Un tibio aroma a vainilla inundó mi sistema y un beso en la mejilla me obligó a abrir los ojos.

—¡Mi pequeño rinoceronte es hora de levantarse! — "¿Papá?" —Vamos, mi niña. Es hora de despertarse he hecho hotcakes.

Era él, a los pies de mi cama , con esa sonrisa que te llenaba el corazón de tan solo verla.

—Papá... —grite abrazándolo. Llenándome de su aroma a jabón y panquecillos.

Era él, era él. Estaba ahí abrazándome. Lágrimas de felicidad corrían por mi rostro.

—Wow, creo que haré hotcakes mas seguido —confesó entre risas.

Papá se puso de pie, mostrando su delantal que decía "Soy el Masterchef de mi casa" y confirmé una vez más que era él. Agradecí de un millón de formas a Dios en mi mente y limpié mis lagrimas.

—¡Apuren que me muero de hambre! —gritó una voz que no me costó identificar desde el primer piso.

—Sabes que tu hermano es un glotón, voy bajando —me dio un beso en la frente y me sentí completa de nuevo.

Di un respiro y me libre de mi cubrecama de flores. Mis piernas no dolían, revisé mi rodilla y estaba intacta.

Todo se había tratado de un sueño.

Había logrado despertar de la pesadilla.

Me puse las zapatillas más cercanas y arreglé mi cabello. Al sentir algo de frío por la espalda me coloqué una casaca que había dejado en la silla de mi escritorio, guardé mi celular en esta.

Baje mirando al piso las escaleras, había adquirido un nuevo miedo a tropezar. En el primer piso, mi madre me observaba anonadada.

—Mi bebé, por fin bajaste a desayunar.

Mamá me acarició la mejilla con ternura.

—Claro que sí, papá hizo hotcakes. ¡Vamos a la mesa!

Antes de que pudiera avanzar más, mamá me retuvo del brazo y acuno mis rostro con sus manos.

—Mamá, ¿Qué pasa?

—Cariño...

Levantó la mirada sobre su hombro y de pronto la casa se tornó de un tono gris. Los muebles no estaban, el olor a vainilla había desaparecido y mamá...

Mamá lucía como si hubiera ganado diez años de repente: piel resquebrajada, ojeras pronunciadas pero más que todo ropas negras.

—¿Dónde está papá? —pregunte desesperada —Él, él acaba de subir a decirme que baje a desayunar.

—Cariño... —susurró mamá tomándome en brazos y acunándome en su pecho.

Olía a flores.

Flores de cementerio.

—Dimitri estaba aquí —expliqué enredándome con mis palabras —, y él..., papá me dio un beso.

—Mi amor, lo siento.

Mamá deja de llorar, por favor. No era verdad, se supone que mi deseo se había cumplido, se supone que papá estaba aquí y que todo había sido una pesadilla.

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