🍎𝖢𝖺𝗉í𝗍𝗎𝗅𝗈 21

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ZURI

-Señor un momento ... — pidió Sebastián con desespero, y se acerco al hombre dando pasos titubeantes por el arma que paso del armario a él.

-Que quieres mocoso — espeto el hombre presionando el agarre de su escopeta — espero que este no sea tu tonto plan para distraerme.

Un quejido abandono mis labios e instantáneamente lo cubrí con mis palmas sudorosas. Ahogando cualquier otro pitido que pudiera emitir de allí. Si el señor de gorra me escuchaba, ambos estaríamos muertos.

Eso era algo que nunca pudiera considerar.

Teníamos que vivir. Mi amigo tenía que seguir con vida.

Lloré en voz baja con el miedo arraigándose en mi piel, alterándome súbitamente, me palpitaban las cienes y los oídos. Odiaba estar aquí. Odiaba ser una carga más para Sebastián y lo peor, es que reconocía que este escondite no duraría mucho tiempo, él señor me encontraría. Teníamos que pensar en algo más.

Tenía que pensar en algo más.

Mi amigo no podía velar por mi bienestar siempre. No podía cubrirme la espalda cada vez que estaba en aprietos, no podía volver mi mundo gris en un hermoso arcoíris con sus reconfortantes bromas, con su fresca sonrisa y esa mirada que siempre decía: "todo está bien Zuri, yo estoy contigo, no estás sola."

Esto ha sido más que suficiente. Ya llego la hora de que yo también lo ayude, ingeniármelas para poder salvarnos. Salvarlo. Que esa era mi prioridad.

Piensa Zuri.

Piensa.

-Porque esto es tan difícil — me queje internamente golpeando mi rostro con fuerza.

Me mordí la mejilla interna y me di otro golpe más sin saber que otra cosa hacer, nada se me venía a la cabeza. No se me ocurría nada para poder ayudarlo y protegerlo de ese hombre que amenazaba con matarlo.

Volví a llorar descontroladamente y me limpié un ojito para continuar viendo en el agujero del armario, como Sebastián se ingeniaba algo y se inventaba cualquier palabra, con tal de entretener al hombre de la escopeta.

Va a morir. Me repetí a mí misma.

He visto a muchos desfallecer por culpa de esas personas. Lastimosamente, Sebastián no sería la excepción. Además, estos hombres no son idiotas. Saben lo que hacen con nosotros, como manejarnos, como amedrentarnos, como hacer que nos orináramos en nuestros propios pantalones.

Me mordí el labio inferior con fuerza cuando la ultima idea y posiblemente la más peligrosa de todas me ilumino.

Tenía que morir yo.

En nuestros sueños futuros, Sebastián y yo seriamos libres viviendo en alguna parte de Italia como lo habías acordado el día que nos conocimos. Pero dadas las circunstancias, eso no sucedería.

Uno tenía que quedarse para que el otro sobreviva, siempre tenía que morir uno.

Mi amigo no podrá detenerlo por mucho tiempo.

Respire hondo.

Con la sangre bañando mi lengua gracias a la mordida, y mi vista nublosa por el pánico y las lágrimas, patee las puertas del armario con mis converse viejas.

- ¡Que fue eso! – grito el sujeto siendo tomado por sorpresa.

-Nada señor, solo soy yo ... ah ... es que ... había dado una patada al suelo — invento Sebastián con nervios, siguiendo su plan de entretenerlo.

SOMÉTETE A LAS TINIEBLAS✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora