Diecinueve

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Draco

Después de las vacaciones de navidad sentí como el tiempo se me venía encima, no había logrado nada, no había avanzado en lo más mínimo, el armario seguía sin funcionar y yo estaba más desesperado que nunca.

Fue mi desesperación la que me llevó a envenenar una botella de hidromiel y ordenarle a madame Rosmerta que se la diera a alguien se la entregara a Dumbledore.

Jamás imaginé que la botella llegaría a Ron Weasley, quien justo en este momento está en la enfermería demasiado grave. Weasley nunca fue de mi agrado, pero jamás cruzó por mi mente matarlo, jamás cruzó por mi mente matar a alguien, pero dos personas han estado a punto de morir por mi culpa.

Las gente a mi alrededor está conversando y riendo como si nada, hablan de quidditch, fiestas y amigos, daría lo que fuera por ser cualquiera de ellos, quisiera ser cualquier otra persona en el mundo menos Draco Malfoy y no tener en mi brazo izquierdo la marca tenebrosa.

Recuerdo perfecto cuando la obtuve, me sentía orgulloso de mi mismo, de ser uno de ellos y ese orgullo incrementó más cuando se me asignó la misión de matar a Dumbledore, creía que era un honor hacerlo ¿Cómo pude ser tan ingenuo para creer eso?

Esta misión no es un honor, es una pena de muerte, el espera que falle, para castigar a mi padre.

Varias personas del equipo de quidditch están burlándose sobre lo que le pasó a Weasley, no soporto estar un segundo más aquí, así que me levanto del sofá y salgo de la sala común a paso apresurado, necesito estar lejos de todos, necesito desaparecer.

Estoy en lo alto de la torre de astronomía, mi mirada viaja hacia el cielo repleto de estrellas, contarlas siempre me ayuda a tranquilizarme.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco... —las lágrimas en mis ojos hacen que mi visión sea tan  borrosa que me es imposible verlas con claridad.

Con la manga de mi camisa me seco las lágrimas y vuelvo a contar.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nue... —mi voz se quiebra. —Concéntrate, concéntrate —me digo a mí mismo.

Extraño los momentos en donde contar estrellas era suficiente para hacerme sentir mejor, ahora no puedo escapar ni siquiera de mi mismo.

Aquí arriba solo se escuchan mis sollozos y la corriente de aire mezclándose entre sí.

—Malfoy —dice una voz a mis espaldas provocando que me exalte.

Ely está a unos cuantos metros oculta entre la oscuridad, pero leves rayos de luna me permiten saber que es ella, por el vaivén de si silueta puedo asumir que está dudando entre acercarse o quedarse donde está pero al final da un par de pasos hacia adelante.

—¿Qué haces aquí, Amery? —pregunto desde donde estoy.

Camina hacia mi hasta que la luz de la luna le da de frente, tengo que reprimir un suspiro al verla tan de cerca, tan de frente, tan hermosa.

Sus enormes ojos cafés me miran fijamente y su abundante cabello rizado esta suelto, lo lleva así desde el día en que le regalé una pintura de ella, en lo alto de su cabeza está atado el listón rojo que adornaba su regalo, no se lo ha quitado desde entonces.

Desde ese día las cosas entre nosotros se aclararon, ambos sabemos que nos queremos, más allá de lo que se quieren los amigos, no lo hemos dicho jamás, solo lo hemos demostrado, yo sé que la quiero, pero ella no sabe que a quien quiere es a mí y eso complica aún más las cosas.

—Te vi saliendo de la sala común un poco... alterado ¿Está todo bien?

Quiero decirle que no, que no lo estoy desde hace mucho tiempo, que quiero abrazarla más que nada en el mundo. Solo basta con que extienda mi mano hacia ella para poder atraerla a mi y abrazarla, pero no puedo hacerlo, está tan cerca y a la vez tan lejos.

So close |Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora