Chicago 2

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— Me encuentro ante una gran duda, George... este diario revela todas las intimidades de Candy. No creo que sea lo correcto tenerlo y ¡menos leerlo!

— Pero ella te lo ha dejado. Y no creo que haya nada de lo que ella se avergüence o de lo que tú te asustes. ¡Por Dios William! Estaba en un colegio súper estricto... ¿Qué crees que puedas encontrar? ¿Que la regañaron? ¿Que no cumplió con alguna tarea? ¿Que llegó tarde a alguna clase? ¿Que se escapó para ir a verte al zoo? ¡Relájate, hombre! Si ella encargó que te lo entregaran, es porque quiere que lo leas...

— No, Cuando llegó de New York ella lo dejó para el Tío Abuelo William, no a mi. Ella pensaba que sería el quien leerá este diario; no yo, su amigo Albert. ¡Siento que es violar su privacidad!

— Tú has dado en el clavo: ¡eres su amigo! ¿"Violar su privacidad"? Pero si has vivido con ella todo este tiempo... la conoces como la palma de tu mano. Ahora solamente te enterarás de lo más importante de su vida en ese tiempo que no estuvo contigo, quizás en ese colegio... Igual y no me hagas caso. Si no quieres leerlo, no lo hagas.

George salió de la oficina, dejando a un Albert muy pensativo.

Sentado en su sillón, con los codos puestos sobre su escritorio y las manos cruzadas, miraba de reojo ese diario que posaba de manera tentadora ahí encima de todos los demás papeles que había firmado. Y dijo:

— Bueno, por otro lado, el día que Candy sepa que no leí este diario, quizá piense que no me importaba o qué fui indiferente a su adolescencia aquí descrita. Bien... lo haré, revisaré una que otra página, y nada más... Es cierto lo que dice George, creo saber lo más importante: sus escapadas del colegio, su idilio con Terry, sus roces con la insufrible Elisa... En fin... No creo que halla mucha diferencia...Veamos qué dice aquí, por ejemplo... — sentenció y abrió el diario al azar.

Y entonces, leyó...

"Por mi parte, no pretenderé describir lo que sentí en mi interior durante la escena, pero desde ese instante, adiós a todos los temores de lo que un hombre pudiera hacer con mi cuerpo; ahora se habían transformado en deseos tan ardientes, en anhelos tan ingobernables que podría haber cogido al primer miembro de ese sexo por la manga y haberte ofrecido esa fruslería, cuya pérdida, imaginaba ahora, sería una ganancia que nunca sería demasiado pronto para que se produjera"

—¡Que!

En este momento, Albert entrecierra el diario dejando una de sus manos en la página como para no perderla por completo. Se disputaba internamente si debía o no proseguir.

Finalmente ...

Continuó leyendo...

"¿Quién podría haber contado los fieros e innumerables besos dados y recibidos?, en los que pude a menudo descubrir que intercambiaban la estocada aterciopelada cuando ambas bocas tenían dos lenguas y parecían recibir la mutua inserción con gran gusto y deleite.
Mientras tanto, el campeón de cabeza roja del muchacho, que hacía poco había salido del pozo domado y confuso, se había recuperado hasta una condición inmejorable y estaba gallardo y empenachado entre los muslos de Liz que, por su parte, no dejaba de mimarlo y mantenerlo de buen humor, acariciándolo y hasta recibiendo su extremo aterciopelado entre los labios que no le correspondían; yo no podía saber si lo hacía para procurarse un placer o para volverlo más voluble y facilitar su entrada, pero tuvo un efecto tal que el joven caballero pareció, por el brillo de sus ojos, que resplandecían con más esplendor en su rostro arrebolado, recibir un aumento en su placer.

Pero imaginad mi sorpresa cuando vi a ese joven pícaro y holgazán acostarse boca arriba y tirar de Liz hasta colocarla encima suyo; ésta, cediendo a su humor, lo montó y con las manos condujo a su favorita ciega hacia el sitio adecuado y, siguiendo su impulso se apoyó directamente sobre la punta llameante del arma del placer en la que se empaló, por la que fue atravesada y clavada en toda su envergadura; de este modo quedó sentada unos instantes sobre él, disfrutando y saboreando su situación, mientras él jugaba con sus provocadores pechos.

En cuanto a mí, no podía soportar lo que estaba viendo; me sentía tan abrumada, tan inflamada por la segunda parte del mismo juego que, enloquecida hasta un grado insoportable apreté y aferré a Pat, como si ésta tuviese los medios para aliviarme. Esta, complacida conmigo y compadeciendo la situación en que me hallaba, me condujo hasta la puerta y abriéndola tan silenciosamente como pudo logró que pudiésemos salir sin ser advertidas y volvió a conducirme a mi habitación donde, incapaz de sostenerme en pie a causa de la agitación que me invadía, me dejé caer en la cama donde yací transportada y totalmente avergonzada por lo que sentía.
Pat se tendió a mi lado y me preguntó jocosamente, si ahora que había visto al enemigo y lo había considerado con atención aún sentía temor ante él, o si pensaba que podría aventurarme a presentarle batalla"

Albert estaba con ojos rojos cuando terminó de leer el registro de ese día en el diario de Candy. ¡No daba crédito a lo narrado!; pero más aún, ¡a la manera en que ella lo decía! ¿Acaso le era tan normal?

¡¿QUE DIABLOS HACÍAN EN EL COLEGIO SAN PABLO!?

Tú, Mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora