Gala

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— Y esa cara de éxtasis en un William que ayer estuvo fúrico en la mañana, e infantil en la tarde es gracias a... ¡claro! ¡A quien más! A la señorita Candice... ¿o me equivoco?

— No, no te equivocas. — Dijo Albert con una sonrisa de oreja a oreja. Y tomó su lugar en la oficina. Suspiró y se recargó cómodamente en su asiento. — Estoy como tonto, George, y me encanta sentirme así. He sido un trotamundos; pero no un trota corazones. Creo que no hace falta que te lo diga... Tú sabes bien lo que me fue inculcado desde siempre por mi sabia hermana Rosemary respecto a jugar con los sentimientos de las personas. Y sabes bien porqué y cómo lo aprendió ella... Así que siempre fui demasiado reservado con eso. Me ocupé en pasiones que fueran menos peligrosas y que no representaran posibles compromisos para el "heredero" del clan. Pero ahora...

— Já... viajar al África salvaje y regresar como un espía de Italia te parecen pasiones menos peligrosas? Supongo que es cuestión de perspectivas... — se carcajeó George. — Ahora, por lo pronto, escucha esta propuesta financiera para ampliar el organigrama del Banco de Chicago, y descentralizar los fondos de los socios principales. No quiero quitarte tu momento, pero yo tengo que salir y necesito ponerte a corriente con esto.

— Perfecto ... y si, por favor, ¡sácame de mis cavilaciones porque me pierdo en ellas! A trabajar entonces...

Tenía su fiel asistente ya listos todos los reportes que revisarían para definir las propuestas que acababa de plantearle. Realmente Albert era buenísimo en esto de los Negocios. Su preparación y facilidad de palabras eran evidentes. Razonaba los números como si tuviera días o semanas de estarlos analizando. A eso de medio día, la secretaria de George, les llevó de comer.

— Ésta vez vas a prescindir de mi compañía, William. Me urge emprender camino rumbo a la sucursal de oriente. — Se levantó George, tomó sus carpetas y se dirigió a la caja fuerte.
— además recuerda que tenemos que llegar temprano para llevar a la Srta Candice a la gala del teatro Stanford.

—Terry...

—Dijiste algo...

—Nos vemos en la mansión George.

-.-.-.-

El llamado para la cena se escuchó aún a través de la gruesa puerta, un leve toquido y una voz desconocida le anunciaba lo mismo, se miró una vez más en el espejo... Candice Ardlay volvía a la vida, sus ojos una vez más se cristalizaron al verse nuevamente ser ella... aunque interiormente ya no lo era... aquella chiquilla avispada había quedado atrás... la mujer con experiencia y madurez había tomado su lugar debajo de aquellas prendas tan finas.

Había pasado la mitad del día durmiendo... soñando... deseando, después había pasado horas observando el delicado vestuario que Albert le había obsequiado bajo el exquisito gusto de George... y los minutos corrieron sin notarlos...

—¿Lista Candice? — La voz de Albert se escuchó en su habitación, no le había dicho Candy... aunque sabía que era solo una palabra de cariño... aquella sola palabra no mencionada, había sido como un lazo irrompible entre ellos, pero ahora parecía no existir mas, quería hacerlo sentir como ella se sentía en ese momento. Desilusionada.

— Si William... en un minuto estoy contigo...— la dulce voz había sonado como música a sus oídos, pero aquella palabra refiriéndose a él lo abofeteo... ella jamás lo llamaba William, siempre había sido solo Albert... era como un lazo que los unía y los hacia más cercanos...les daba una relación especial... secreta... solo de ellos dos... ¿que habría hecho para que lo llamara de aquella forma?.

La mano de Albert aún estaba cerca del pomo de la puerta, no se atrevió a abrirla cuando escucho la forma en que ella lo llamo, estaba pasmado pensando en cual podría ser el motivo, pero el hierro en forma de esfera se giró y la puerta se abrió dejándolo a un más sorprendido con la imagen de la bella dama que apareció ante sus ojos de cielo.

—Estas... estas hermosa...— logro unir las letras para formar aquellas palabras pues su cerebro parecía congelado sobre la belleza dela mujer ante él, la chiquilla de coletas había quedado en el pasado, ahora su bellos rizos los que el adoraba libres... estaban atados en un chongo alto y solo algunos habían sido dejados sueltos a conciencia para que enmarcaran el bello y delicado rostro, su cuello sus hombros y parte de sus pechos estaban descubiertos y el no logro evitar que su mirada los recorriera, los recordaba de la noche anterior... llenos, voluptuosos. Su cintura estrecha antes marcada por el corsé ahora seguía igual pero forrada con aquella deliciosa seda que se amoldaba a cada centímetro de su cuerpo con maestría... dándole una vista llamativa a sus deliciosas caderas.. Trago pesado al reconocer a la hermosa mujer en la que se había convertido... ahora con su bello rostro completamente descubierto ante él, Candice le sonreía.

—Gracias... tú también estas muy apuesto y elegante...—sentía su corazón latiendo a mil, se sentía agitada y un calor la recorría unido a la mirada de Albert sobre ella, podía adivinar que disfrutaba de su apariencia y que había notado una vez más que ya no era una "Señorita"...sintió esperanza al ver su mirada resbalando por su figura. La mirada de hambre que veía reflejada en los ojos de Albert la habían sentirse bella, deseable, mujer.... Y lo disfrutaría aunque solo fuera durante aquella noche, ya que al llegar a casa... todo cambiaria.

La puerta se abrió rompiendo el hechizo y el rostro de George apareció por la abertura.

—Sera mejor que nos apresuremos... ya es un poco tarde — el moreno no imagino que había roto el ambiente que entre los dos rubios se estaba formando, ambos le sonrieron con algo de pena y nerviosismo mezclados pero la mirada de Albert llameaba como fuego del infierno... entonces supo que había llegado en un mal momento. Sonrió en forma de disculpa y se apresuró a tomar el abrigo de Candice para colocarlo en sus hombros y recibir un tierno beso de agradecimiento sobre su mejilla... lo que le gano una mirada aún más rabiosa oculta bajo aquella expresión de calma que había en el rostro de Albert.

—Yo... no estoy segura de salir así — con voz temblorosa revelo ante la mirada sorprendida de ambos hombres, bajo sus ojos ocultando sus miedos y la verdad que le angustiaba el corazón.

—no hay nada porque temer...— Albert adivinando la realidad de sus miedos y dudas la tomo de la mano invitándola a acompañarlo, ella no pudo negarse, sabía que podía confiar en él.

Candy casi había olvidado lo que eran aquellas reuniones sociales, la mayoría de las personas que les acompañaban eran de la alta sociedad, pero todos parecían reconocer a Albert y saludarlo con amabilidad, las mujeres no podían ocultar su mirada de deseo cuando recorrían descaradamente con su mirada la figura del apuesto rubio que la llevaba del brazo, aunque sintiéndose hipócrita las saludaba con una amable inclinación de cabeza y una sonrisa en sus labios, ocultando la rabia que le provocaban los celos... era curioso que ella no tuviera jamás ese sentimiento por... Terry.

La cena había trascurrido entre platicas e insinuaciones de las mujeres que no querían perder una oportunidad de cazar a Albert, ella no podía seguir tolerándolo, aunque seguía sonriendo falsamente no sabía cuánto tiempo lograría mantener aquella expresión antes de arrancarle los pelos a alguna de esas ofrecidas que ni siquiera el marido que tenían sentado al lado las detenía de su descaro.

George lograba notar la tensión que había en la mesa, algo que los demás parecían no notar, la verde mirada de Candice destellaba con furia a pesar de la amable sonrisa que mantenía en sus labios y la expresión de calma que tenía dibujada en el rostro, y los ojos de Albert parecían un cielo en tormenta que también se ocultaba bajo el semblante amable que el rubio mantenía siempre ante la sociedad, y aunque ambos rubios no parecían notar los celos que se provocaban entre sí, él podía verlo a la perfección... Candice parecía desear arrancar las cabelleras de cada mujer que le coqueteaba Albert y este a su vez parecía desear que su mirada fueran puñales para eliminar a todo el que paseaba su mirada por el escote de Candice o besaba su mano con fingido respeto. Tenía que hacer algo.

Tú, Mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora