Así que eres renegada...— Eleanor sonreía, pero no era con desprecio o burla, sino de una manera diferente que dejaba entrever que la muchacha estaba ganando su respeto — ya han pasado tres meses, pronto se cansara de esperar, sino cedes... puedes salir lastimada, he visto como algunos de sus amigos doblegan el orgullo de sus mujeres... y no es precisamente con costosas joyas, claro que estas vienen después, como para pedir perdón por las magulladuras y marcas que les dejan por todo el cuerpo. Pero debes tener algo para que el duque no te haya forzado ya — Eleanor estaba con las manos apoyadas sobre sus caderas y miraba a Candice que ni siquiera se volvió a verla, la joven, llevaba días sobre la tumbona observando hacia la nada por la ventana, la actriz se acercó para cerrar la vidriera y correr las cortinas, el viento soplaba fuerte... el invierno prometía ser uno de los más intensos.
Candy se puso de pie y se dirigió a la recamara, ya ni siquiera tenía apetito, la doncella la miro con lastima, la chica había sido arrancada de su tierra, igual que le paso a ella muchos años atrás.
— El duque me ha ordenado que coloque el contenido de las cajas en el vestidor, ¿deseas que deje alguno afuera?— preguntaba mirando de reojo la cantidad de paquetes desbaratados por el lugar, pero la chica no le respondió — será mejor que pienses bien las cosas, él ha esperado demasiado y sus amigos comienzan a burlarse, él no es un hombre que soporte las negativas ni quedar mal ante sus compañeros de parranda, si le das lo que busca puedes obtener lo que desees, lo he visto premiar a sus amantes... y es muy generoso.
—¡déjenme sola! — fue el par de palabras que Candy respondió, la doncella movió la cabeza y salió del lugar.
El duque estaba fuera del cuarto, esperando por Eleanor, había escuchado todo lo que Candy le había dicho, la doncella se sorprendió al verlo pensando que la retaría por lo dicho, pero él solo indico que se fuera, en cuanto la mujer desapareció por la escalera, el entro y cerró la puerta con llave, Eleanor tenía razón, ya había esperado demasiado.
— Hola cariño ¿me has extrañado?— pregunto dejándose caer en la tumbona donde antes estuviera Candice, ella lo ignoro y continuo comiendo sin mucho afán —¿te has quedado muda?
—¿Cuáles son sus intenciones? ¿va a tenerme aquí como sus amigos tienen a sus mujerzuelas?- pregunto sintiendo que la ira le arrebataba el poco apetito que tenía.
— Las amistades de mis amigos... son asunto de ellos, y yo no te tengo aquí como una de esas "amistades", es solo que quiero que te conozcan y te traten como lo que eres y serás... mi esposa, podríamos hacerlo de la manera más tradicional y que a final de cuantas es la única que importa, solo que tú te has negado a recibirme como tu marido ¿cuanto más me tendrás sufriendo? — ese sería su último intento de hacerlo por las buenas, sino lo lograba... entonces las cosas cambiarían de una manera drástica hasta que Candice le diese lo que él vio en ella, era el primero entre sus amigos en mantener una amante americana, por lo menos el primero de su grupo, que siempre se conformaban con sus sobras y mantenían a mujeres que ya habían pasado por sus manos y de las cuales disfrutaba de vez en cuando.
—Yo no lo amo y usted... ¡usted parece mi padre! – Candy tenía lágrimas rodando por sus mejillas.
El juego que trataba de llevar a cabo se volvió en su contra al ver el sufrimiento de la joven, Candy tenía algo que lo hacía contenerse de tratarla de mala manera y conseguir lo que añoraba de ella, no tuvo palabras para responderle, la beso en la frente y salió de prisa, como si algo le quemase al estar en aquel lugar, o su conciencia comenzara a debilitarlo.
Un día más dentro de aquellas cuatro paredes, ya ni siquiera tenía lagrimas para derramar, y por primera vez en el tiempo que llevaba en Londres no le importaba nada, no pensaba en nada, no quería saber nada, se había estado atormentando con el pensamiento de lo que debería estar pensando Albert en America de ella, seguro estaban al pendiente de las noticias.
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Tú, Mi hermano
أدب الهواةEn todas las historias hay enseñanzas, aunque puede ser que, en algunas, nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es...