—¡Aquí estás! — Era la voz era la de Terry, y Elisa dio un respingo como si acabara de oír un disparo. El vino le salpicó todo el vestido por delante, y ella soltó un suspiro de consternación. La tela estaba absorbiendo la mancha sin que se notara demasiado, pero de todas maneras, Elisa dejó la copa sobre una mesa cercana y se frotó la mancha con la servilleta antes de mirar a Terry, que estaba junto a ella y la contemplaba enfadado. Había llegado muy tarde; había empezado a creer que ya no aparecería.
— Quiero hablar contigo, Elisa, en privado. Parecía muy serio, con los ojos duros y la boca implacable. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, como si fuera el maestro y ella una niña a la que castigar.
—Yo también quiero hablar contigo, Terry, pero, por favor, baja la voz. No es necesario que toda la sala se entere de nuestros líos.
—Lío es la palabra, ¿verdad? -replicó él con aspereza. De tu relación con Ratz, me refiero. ¿O vas a negarlo? He oído de tres fuentes distintas que te estaba besando en la terraza. ¡Y después de aquella desagradable demostración en el salón de baile! Elisa suspiró. Aquello sería peor de lo que había esperado. El caballero civilizado que siempre había sido ante ella, había desaparecido con su furia. Por lo general, ella se habría enfadado con él también, pero esa vez sentía que se merecía todos los insultos que Grandchester le lanzara. Había estado jugando con él, en cierto modo, y no había otra posibilidad.
—Si vas a reprenderme, y ¡no tienes el derecho a hacerlo!, al menos ten la decencia de que sea en privado. Ven conmigo al estudio, por favor. Terry apretó los labios e hizo una inclinación, demasiado enfadado para hablar. Como veía los codazos y las ávidas miradas que se volvían en su dirección, Elisa le sonrió para guardar las apariencias. Cuando él no le ofreció el brazo, caminó junto a él y lo guió al santuario privado de Ratz, que era la única habitación de las dos primeras plantas en que no había nadie de la fiesta. Cuando ella le indicó la entrada, Terry se apartó para dejarla pasar y luego cerró la puerta tras de sí. Sus ojos eran duros como piedras cuando se apoyó en la puerta cerrada y la miró como si fuera un asqueroso resto de basura que se hubiera encontrado en el camino. A Elisa no le gustó que la mirara así, y alzó la barbilla.
Pero a fin de cuentas, él tenía derecho a estar enfadado, así que se resignó a soportar su furiosa acusación y su lección de moral durante un cuarto de hora antes de pedirle que se marchara.
—Creo que me debes una explicación — dijo él furioso, pasado un momento—. ¿Tengo razón al creer que tienes una aventura con Ratz? ¿Te ha obligado? Porque si lo ha hecho... —Daniel me ha pedido que me case con él — le interrumpió Elisa con calma, las manos unidas al frente mientras le comunicaba la noticia a de la mejor manera que se le ocurrió. Y le he dicho que sí. Terry se quedó mirándola, mientras un profundo color rojo le subía por el pecho y le salpicaba la cara.
—Sin duda se te da muy bien coleccionar propuestas, ¿verdad? A esta hora hace poco, estabas prometida a mí. O al menos eso pensaba yo. Me pregunto qué te ha hecho elegir a Ratz... Soy mucho mejor partido, sabes. Soy más rico que él, y a ese ni siquiera lo reciben en sociedad. Además, nadie ha sospechado nunca de mí que matara a mi esposa. ¿O es eso? ¿Te gustan los hombres violentos?
—Tu me querías de amante, pero yo... —comenzó Elisa, sin hacer caso de su furioso discurso y pensando en calmarlo, pero él la interrumpió con un rugido.
—¡Lo sientes! ¡Lo sientes! ¡Por Dios, yo sí que voy a hacer que lo sientas!
Cruzó la sala incluso antes de que ella se diera cuenta de que se había movido, y la agarró con crueldad y la abrazó con fuerza. Le atrapó los labios con la boca, y le pasó las manos por el cuerpo de una forma tan íntima que Elisa quiso retorcerse. Pero él era fuerte, y la cogía de tal manera que ella no podía moverse. Le metió la lengua en la boca, y por un instante, ella pensó en morderle, pero después de todo, ése era Terry, y ya le había hecho daño. Pero entonces, él la alzó del suelo y la llevó al sofá que había en el lado opuesto al escritorio. La dejó allí, se tiró junto a ella y la aprisionó con el peso de la parte superior del cuerpo mientas se arrodillaba junto al sofá.
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Tú, Mi hermano
FanficEn todas las historias hay enseñanzas, aunque puede ser que, en algunas, nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es...