Candy no supo cómo. Pero cuando se dio cuenta Albert la tenía sentada en su regazo, las piernas desnudas hasta la rodilla, con el camisón y la bata enredados en ellas, los ojos azules enormes mientras él miraba en su interior con esa sonrisa en los labios.
Impotente, ella le devolvía la mirada a esos ojos fríos y profundos.
De pronto, pensó que sabía cómo debía de sentirse un animal a punto de ser devorado, hechizada, incapaz de realizar cualquier movimiento.
Aunque tenía las piernas libres, en ningún momento se le ocurrió darle una patada; aunque podía haberse resistido, luchado y gritado, tampoco se le ocurrió hacerlo. Sólo se quedó quieta en su regazo y le devolvió la mirada con una especie de encanto mientras notaba que él se iba excitando bajo ella y se le aceleraba la respiración.
— No lo hagas, Albert. Por favor.
Su ruego fue solo un murmullo. Fue la única protesta que hizo mientras él se inclinaba hacia ella, con los ojos clavados en los suyos y buscaba sus labios con la boca.
El no dijo nada, permaneció en silencio Candy se preparó para poner un poco de resistencia cuando, sabía que en ese estado que se encontraba podría ser muy violento.
Pero de repente, la estaba besando, sin brusquedad; no como ella se había esperado, sino con suavidad, con una leve caricia. Su boca era tan cálida, tan tierna como si le estuviera pidiendo permiso para entrar. Ella estaba con la boca cerrada preparada, pero su protesta solo quedo en gemido. Al sentir ese contacto, una súbita sensación de calor se extendió por sus venas. Ella gimió los exquisitos recuerdos de la última vez que él la había besado regresaron de golpe a su memoria. Él cerró los ojos y le rodeó el cuello con los brazos, apretando con fuerza.
— Candy — le oyó murmurar a él, pero ella había perdido la capacidad de hablar y de hacer nada mientras crecía su necesidad urgente de besos, caricias y contacto.
Él abrió la boca sobre la de ella, exigiendo una urgente entrada. Ella abrió la boca para él, la abrió mucho y lo recibió, guiada por una necesidad tan feroz que la hacía temblar. Nunca tendría bastante... La boca de Albert era cálida, fuerte y ávida mientras se apoderaba de la suya con una urgencia a la que ella respondió con unos ruiditos de éxtasis. Albert la recorría con manos tan ardientes y duras como su boca, tocándola en lugares donde nunca la habían tocado, provoco sus pechos hasta que le dolieron por la tensión.
Ella suspiró arqueando la espalda. Y aquello fue una invitación para el rubio que continuó con su exploración; le deslizó las manos por las caderas, los muslos y luego introdujo su mano en medio de las piernas.
Ella ardía por él, incapaz de hablar o pensar, o de nada que no fuera esa sensación ardiente; se derretía en sus brazos; era suya para que él hiciera con ella lo que le placiera. No paso mucho tiempo cuando ya no estaba en su regazo si no sobre la cama.
Tenía un sabor a licor, debido a que había estado bebiendo pero en sus labios sabía tan bien que no le importó a Candy. Él cubrió con las manos sus pechos, mientras con los dedos la acariciaba. Candy pensó que moriría de la mezcla de placer y dolor que aquello le producía.
Y Albert seguía besándola. Ardientemente tanto que Candy perdió la conciencia de lo que estaba sucediendo dejo de pensar para sentir, sus besos feroces que despertaban en ella una ardiente respuesta; maravillosos, mágicos, que la hacían sentir lo que nunca hubiera imaginado que pudiera sentir.
Él estaba sobre ella, pesado viril; la aplastaba contra la cama de tal modo que Candy podía notar cada uno de sus músculos mientras le rozaba las piernas. Ella le agarró por la espalda y le clavó las uñas bajo la camisa, deleitándose en por lo fuerte que era, quería sentir la piel de él contra la suya.
Gimió mientras le tiraba de la camisa hasta sacársela de los pantalones, mientras lo ayudaba a quitarse los pantalones. Le pasó las manos por la espalda al mismo tiempo Albert la ayudo a desvestirse también. Su respiración era rápida y jadeante cuando él la volvió a besar.
— Dios. Mujer— murmuro el rubio.
Candy casi ni oyó las palabras, seguía gimiendo, ella lo apartó al sentir algo duro, caliente palpitar contra su entrada. Pero Albert reclamó su boca nuevamente con un beso apasionado, y después fue bajando la cabeza, dibujando un sendero desde el rostro hasta el cuello y luego un mordisco. Le tomó el pecho con la boca, y ella ahogó un grito. Nunca había sentido nada igual; temblaba con una corriente que le llegaba hasta el vientre y los muslos. , mientras le apretaba el rostro hacia sí. Él también la acariciaba sobre el vientre y los muslos antes de hallar su camino en su interior para acariciarla ahí también, suavemente entre las piernas, esparciendo fuego donde tocaban.
—Albert oh, Albert — Su nombre en sus labios era un suplica. Gemía su nombre sin ni siquiera ser consciente mientras él le hacía las cosas más increíbles con los manos, y la tocaba de formas que ella no había soñado, rozándola, acariciándola y besándola a hasta que ella enredó las piernas con las de él y se retorció de placer.
Candy suspiró y de repente, abrió los ojos al oír un fuerte ronquido.
Albert se había quedado dormido encima de ella.
Al recordar lo que él le había hecho y cómo se había sentido, se sonrojó. Casi se había convertido en una mujer en sus brazos. Alzó la mano con cuidado, para no despertarle, y le acarició el cabello. Ese hermoso cabello rubio...
Sentía su peso y una irritación en todo el cuerpo y la sensible piel de los pechos le cosquilleaba y le dolía.
Se estremecía sólo con recordar cómo la había besado y cómo la había tocado, y acariciado... ¡Albert! Su Albert, su amado el hombre más bello que había visto en su vida, que en un tiempo estaba tan por encima de ella como una estrella. Por primera vez en su vida pertenecía a alguien.
Los ronquidos la hicieron sonreír, mientras le acariciaba el brillante cabello. Lo que había ocurrido era increíble, la manera en que le había hecho sentir, pero no se arrepentía. No, no se arrepentía en absoluto. No con él.
Ahora casi era su mujer y él le pertenecería a ella para siempre. ¿Se casaría con ella? Era lo más seguro, pero no quería que Albert lo viera así quería que la quisiera por cómo es, no porque tuviera una obligación.
Se sentía totalmente distinta.
— Albert — le dijo, sacudiéndole un poco. Al recordar la sensación de esos músculos, volvió a sonrojarse. Con sólo recordarlo se quedaba sin aliento.
Él no se movió, no reaccionó ni con una leve sacudida. Candy lo intentó de nuevo, era difícil tenerlo sobre ella y estaba vez lo meneó con más fuerza. Al ver que eso tampoco servía de nada, lo agarró de los hombros y lo giró con un buen empujón. Ella se dió cuenta de que con la cantidad de alcohol que debió haber bebido estaría bien borracho... Quizá dormiría horas y nada de lo que ella hiciera lograría despertarlo.
Se terminó de acomodar en su pecho con las sábanas y durmió plácidamente en sus brazos.

ESTÁS LEYENDO
Tú, Mi hermano
FanfictionEn todas las historias hay enseñanzas, aunque puede ser que, en algunas, nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es...