— ¿sucede algo malo?- pregunto temerosa, el no contesto.
— ¿Hasta donde pensabas llegar? ¿es que no has aprendido la lección? — el tono estaba lleno de ira aunque él no hubiese deseado usarlo era necesario.
— No... no entiendo a qué te refieres... pensé que era lo que deseabas...— su voz temblaba y su cuerpo también... pero esta vez no era de deseo... el miedo la había inundado de un segundo a otro su corazón le grito lo imposible... y era mejor huir antes de confirmar su sospecha en aquel que amaba — entonces será mejor que me vaya...— se puso de pie rápidamente y se dirigió a la puerta sin siquiera pensar en su apariencia desarreglada...
—¿¡Qué crees que haces?!— antes de que siquiera pudiera llegar a la puerta la tomo del brazo y la obligo a detenerse girándola para que lo viera a la cara sus verdes ojos mostraban pánico.
— Así está mejor Candice... de frente, los secretos no existen entre nosotros.
Albert miraba las verdes pupilas que tanto amaba, lo miraban con dolor, con vergüenza, con angustia y terror mezclados, eso no era lo que el deseaba... el solo deseaba ver en aquellas esmeraldas ... amor.
— Albert... ¿porque?— pregunto entre sollozos jalando sus muñecas para liberarse del agarre pero no logrando desviar su mirada de aquellos bellos ojos que tanto siempre quiso volver a ver.
— Creo que soy yo quien debe hacer esa pregunta... ¿no te parece Candice?. Su rostro se endureció al ver que ella mostraba renuencia para con él.
—Se todo... de ti, siempre he sabido todo de ti... te quedarás aquí, conmigo — acercándose a ella controlo sus manos que deseaban acariciarla, tocar a aquellos risos dorados y suaves que siempre añoro tener entre sus dedos, pero sabía que no debía, no era el momento.
— No es posible... sabes lo que sucedería si me quedo... llegaras a odiarme por manchar la reputación de tu familia...— el llanto se apodero de ella y las lágrimas le humedecieron las mejillas mientras trataba de controlar sus sollozos — ¿porque?... ¿como supiste todo?... ¿porque me trajiste aquí?...— necesitaba saber por qué... quizá solo lo hubiese hecho movido por el honor de su familia que se vería manchado. No quería albergar ninguna esperanza además en el fondo de su corazón sabía que no habría ninguna oportunidad con él. Pero él permaneció en silencio.
—y si no deseo quedarme... — se limpió un par de lágrimas que salieron de sus ya rojizos ojos. Sintió que la ira la invadía al ver su mutismo.
—¿De verdad deseas esa vida?... — le pregunto sintiendo un golpe de dolor en el pecho...
—¡No! yo... no sé qué quiero... pero no tengo otro camino...— mentía, sabía lo que quería... lo quería a él, pero temía ser rechazada porque era claro que el la creía una cualquiera gracias a que lo llevaba en la sangre... por todos los cielos... jamás se detuvo a pensar en el alcance que podría lograr Albert con su posición, ¿como confesarle que lo amaba?... además... a esas fechas seguro él ya estaba comprometido...
—Te quedarás en la mansión... George nos está esperando para cenar...— se arrodillo para quedar a su altura y tomándole con ternura la barbilla la giro para verla a los ojos... ella le sostuvo la mirada que aún estaba cristalizada por las lágrimas.
—¿Me obligaras? — pregunto mirándolo a la cara con ira reflejada en sus verdes pupilas y a la vez rogando en el fondo de su corazón que el realmente la dejara ahí para siempre junto con él.
Incorporándose jalo a la joven obligándola a ponerse de pie y la encerró en sus brazos, a pesar de todo para él seguía siendo aquella chiquilla rebelde y llena de vida que amaba profundamente... la convencería, aun tenía tiempo para convencerla de aceptarlo y convertirla en su esposa... pero tenía que esperar un poco a que ella se recuperara de lo vivido... pero esa noche ella dormiría con él, nada lo evitaría.
— Sí, aún si tengo que atarte te quedarás aquí conmigo...— sintió que ella se negaba los primeros segundos a estar entre sus brazos, pero después fue cediendo a sus inútiles esfuerzos por escapar de la prisión en que el la mantenía junto a su pecho y todo lo que se escucho fue un amargo llanto que liberaba su alma destrozada por el dolor y la vergüenza.
Sintiendo ese cálido abrazo ella supo que estaba en casa, la protección que aquellos brazos siempre le dieron estaba intacta, no podía aspirar a nada con él, sabía que el jamás mantendría a una amante... casado o comprometido... y sería una terrible tortura estar a su lado viéndolo y sabiéndolo ajeno, sería mejor huir, así por lo menos no tendría que verlo en brazos de otra, ni observar como dedicaba esas caricias y esos labios a la mujer que amaba y que lo amaba.
—no puedo...— dijo separándose de aquel cálido abrazo y sintiendo un frio congelarle el alma al ver la desilusión en sus ojos azules.
—¿porque?— pregunto sintiendo la ira y los celos tentarlo al imaginar que ella pudiese desear estar cerca de Terrence o de algún otro hombre que ya hubiese estado entre sus brazos.
— Albert... ¿has consultado esto con tu ....?— no pudo formular la palabra que se repetía en su mente una y otra vez..."novia".
—Yo no tengo que consultar nada y nadie tiene porque cuestionar el que haya decidido traerte de vuelta... estarás aquí, conmigo, ya una vez permití que decidieras tu camino creyendo que serias feliz, y todo ha sido una tormento y una profunda pesadilla... ¡no pienso cometer el mismo error!
No la dejo responder, tomo su saco y lo puso sobre sus hombros, consulto la hora en el reloj de pie dentro de la habitación y la tomo de la mano sabiendo que todo estaba listo.
George un poco impaciente esperaba en el sitio de la mesa que ocupaba junto a Albert, en cuanto escucho la llave dar vuelta en la cerradura de la entrada, no pudo esperar un segundo más así que fue quien termino de abrir la gruesa madera sorprendiendo a los recién llegados, no hubo palabras, solo abrazo a aquella chiquilla que había visto crecer y a la que tanto él como Archie, adoraban junto a su hermana Annie, pronto terminaron de cenar.
— Debes venir muy cansada por el viaje... ven te mostrare tu recamara — el moreno tomo el equipaje de manos de Albert y guio a la joven al interior de una de las habitaciones.
— Dentro encontraras lo necesario para sentirte cómoda, descansa, porque saldremos al amanecer — Albert agrego mientras los veía alejarse, ella se detuvo un momento para asentir dándole a entender que lo había escuchado y siguió caminando detrás de George.
— Descansa pequeña Candy...— George depósito un beso en la frente de la chica antes de cerrar la puerta y dejarla dentro de una hermosa habitación.
Candy dejo escapar un suspiro lleno de sentimiento, se sentía dichosa, triste, feliz, recorrió con la mirada la habitación, elegancia y buen gusto hasta en la última esquina... digna de un Ardlay... camino con su maleta pero no la abrió al descubrir un elegante y abrigador camisón, lo tomo entre sus manos sintiendo sus suavidad y se lo llevo al rostro tratando de que sus lágrimas no se derramaran... tres años sin ver aquel tipo de prendas... dignas de una delicada dama, las gotas saladas corrieron por su rostro aun en contra de su esfuerzo por evitarlo... lloro en silencio.
— ¿lograste hacer lo que te pedí?- pregunto Albert mirando a George que dirigía a los hombres que llevarían su equipaje a la habitación.
— Por supuesto... adquirí el mejor vestuario de Londres, el de última moda y de mejor calidad... ¡digno de una princesa! — con una amable sonrisa pero sin volverse a mirarlo a la cara el moreno seguía dando instrucciones a los hombres que cargaban los enormes baúles de madera labrada y que portaban el equipaje del que hablaban, unas sencillas maletas no habrían servido de nada para la cantidad de ropa y accesorios que había importado en las mejores tiendas de Londres... incluida la casa de modas de Madame Loui Vuiton.
—Gracias, Hasta mañana George.
—Hasta mañana William.
Cuándo vio que todos se habían retirado a sus habitaciones, Albert entró a la habitación que George le había dado a Candy.
— ¿Duermes? — Susurró mientras volviera a tomar uno de sus rizos entre sus dedos.
—Aún no.
—Vamos, ¡esta no es tu habitación! — la levantó y cargando con ella llegó hasta su cama y la depositó lentamente del lado izquierdo.
Después de cambiarse a su pijama, entró dentro de la sábanas y le dio un beso en los labios susurrando — desde hoy eres mi mujer — la abrazó, besó su frente y se quedó dormido.
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Tú, Mi hermano
FanficEn todas las historias hay enseñanzas, aunque puede ser que, en algunas, nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es...