En el castillo Ratz se vivía un ambiente de stress y desesperación. Criados y mucamas corrían por todas partes arreglando el ambiente y detalles por el famoso evento que se llevaria a cabo esa noche. Candy se encontraba sumergida en la bañera de su habitación, no tenia deseos de salir , ni de ver a nadie. La rubia sumergió su cabeza por completo aguantando la respiración en el fondo de aquella tina de porcelana, por un momento la idea de no salir a tomar aire cruzo por su cabeza
—¡Dios mio Candice White Ardlay! — Se dijo así misma regañándose por aquel terrible pensamiento y saliendo del agua de golpe.
— Albert, si tu estuvieras aquí , ¡no permitirías nada de esto! ... ¡Albert por favor mándame una señal! — Invoco desesperada la joven ante el terrible porvenir que la esperaba.
Luego Candy se colocó ante el espejo de cuerpo entero que se encontraba en el rincón de la habitación y miró su reflejo mientras la doncella le abrochaba las docenas de botoncitos que cerraban el vestido por la espalda. Candy acabó con los botones y dio un paso atrás. Echó una larga mirada al reflejo de la señorita en el espejo y suspiró meneando la cabeza.
— Sin duda parece salida de un cuadro, señorita Candy. Va a ser la dama más bonita de todo el baile.
— Muchas gracias — repuso ella, sonriente, con auténtico afecto.
—De nada, señorita Candy. le devolvió la sonrisa, y su rostro se iluminó.
Justo entonces, llamaron a la puerta.
—El Sr Daniel está abajo, señorita Candy . Luego se oyeron pasos apresurados, que seguramente iban a informar a Eliza y a la tía Elroy.
Eran casi las diez y el baile había empezado a las nueve y media. Por supuesto, a nadie que fuera alguien se le ocurriría llegar puntual, pero tampoco era de buena educación llegar demasiado tarde
Daniel sería su esposo dentro de seis meses, para ser exactos, y la formalidad era una cualidad excelente en un marido. Si le decía qué hacer como cuando la había llevado a pasear en el carruaje, la tarde después de su visita le había dicho que sería mejor que se fuera acostumbrando.
El esposo tenía el poder absoluto sobre la vida de su esposa y era el precio que tendría que pagar por ser la suya, con todo lo que eso implicaba, era el de ser propiedad de Daniel Ritz. Todo indicaba que era generoso y Candy no temía que la tratara mal. Así que, sin duda, aguantar sus modales, a veces tan presumidos, no debería resultarle muy difícil. Si pudiera dejar de comparar su deliberada consideración en todo con la confianza y el descuido con que podía comportarse con Albert.
Y no lo haría. A Daniel se le veía distinguido, con un elegante traje negro. Resultaba evidente que tenía influencia, y ella debería estar orgullosa de él.
— Estás muy elegante, Daniel — dijo ella, animada, desde la escalera. El pelirrojo alzó la vista mientras ella descendía, con las doradas faldas rodeándole los pies. Él abrió los ojos al verla para, acto seguido, esbozar una de sus sonrisas perturbadoras.
— Y tú estás deslumbrante — respondió él, recorriéndola con la mirada. Parecía que quería decir algo más, pero entonces su mirada fue más allá de ella y su sonrisa se volvió simplemente educada.
— Usted también está encantadora, señorita Eliza. Al igual que usted, como siempre, señora Ardlay. Candy llegó al final de la escalera y miró hacia arriba para ver a la madre. La duquesa sonrió con cariño a Daniel, a quien aprobaba, mientras que su mirada pasó sobre Candy con una malicia que casi ni se molestó en ocultar. Candy no había olvidado la mirada de Eleanor, y esa la hizo estremecerse.
ESTÁS LEYENDO
Tú, Mi hermano
FanficEn todas las historias hay enseñanzas, aunque puede ser que, en algunas, nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es...