Eleanor

80 12 4
                                    

Después de la cena, que tomamos en la cama en un voluptuoso desorden, Charles se levantó y despidiéndose apasionadamente de mí por unas horas, se marchó a la ciudad donde concertando sus intenciones con un astuto abogado joven, fueron juntos a lo de mi ex venerada matrona, de donde el día anterior me había fugado y con la que estaba decidido a arreglar cuentas de modo que yo no tuviese nada que temer por ese lado.

Con esta finalidad emprendieron el camino, pero entonces el Templario, su amigo, meditando acerca de las informaciones que le había proporcionado Charles, vio razones para encarar la visita de otro modo y, en vez de ofrecer satisfacciones, exigirlas.

Así, disfrutando al máximo del amor y de la vida, nos quedamos diez días en nuestro alojamiento; durante ese tiempo, Charles se cuidó de dar un aspecto favorable a sus salidas de casa y de mantener sus excelentes relaciones con su cariñosa abuela, de la que extraía constantemente provisiones suficientes para solventar la carga que yo constituía para él, una bagatela en comparación con sus más irregulares placeres anteriores.

Entonces, Charles me transportó a un alojamiento privado, amueblado, en la calle D..., en Manhattan, donde pagaba media guinea semanal por dos habitaciones y un gabinete en el segundo piso; lo había estado buscando durante algún tiempo y resultaba más conveniente para sus frecuentes visitas que el lugar donde me había alojado antes, una casa que dejé con pena, por haber sido escenario de la primera posesión de mi Charles y de la pérdida de esa joya que no puede perderse dos veces, me era muy querida.

El posadero no tuvo razones para quejarse más que por la generosidad de Charles hizo que lamentara perdernos.

La dueña de casa, señora Jones, nos condujo hasta nuestro apartamento y con gran volubilidad nos explicó cuán conveniente era: su propia doncella nos serviría... personas de la mayor calidad se habían alojado en su casa... el primer piso estaba alquilado a un duque, secretario de una embajada, y a su dama... yo parecía una dama de muy buen carácter... Ante la palabra dama me sonrojé, lisonjeada en mi vanidad; eso era demasiado fuerte para una chica de mi condición, ya que, aunque Charles había tenido la precaución de vestirme en un estilo menos chillón y ostentoso que el de las ropas que tenía cuando huí con él, y de hacerme pasar por su esposa con la que se había casado en secreto y que no exhibía a causa de sus amigos, la vieja historia, me atrevería a jurar que eso pareció apócrifo a una mujer que conocía la ciudad tan bien como ella; pero ése era el menor de sus cuidados.

Era imposible tener menos escrúpulos de los que ella tenía y como su única preocupación era alquilar sus habitaciones, la verdad hubiese estado lejos de escandalizarla o hacer que rompiera el pacto.

Un esbozo de su aspecto y su historia personal os dispondrá a comprender el papel que iba a desempeñar en mi vida.

Cuando vio que una pareja tan joven llegaba bajo su techo, sin duda pensó inmediatamente en cómo podía ganar el máximo con nosotros, por todos los medios que existen de ganar dinero, los cuales quedarían a su alcance, según juzgó correctamente, a causa de nuestra situación e inexperiencia.

No sería muy interesante para vos ni agradable para mí entrar en los detalles de los medios mezquinos de que se valía para trasquilarnos; indolentemente, Charles prefería soportarlos antes que tomarse la molestia de mudarse, ya que las diferencias en nuestros gastos eran poco importantes para un joven caballero que no pensaba en límites ni en economías y una campesina que lo ignoraba todo.

Allí, sin embargo, bajo el ala de mi bienamado pasé las horas más deliciosas de mi vida; tenía a mi Charles y, en él, todo lo que mi tierno corazón podía desear o anhelar. Me llevaba al teatro, a la ópera, a bailes de disfraz, a todas las diversiones de la ciudad, las que sin duda me complacían.

Cuando descansábamos de nuestros activos placeres, Charles se complacía instruyéndome, de acuerdo a sus propias luces, en muchos detalles de la vida que yo ignoraba totalmente, a consecuencia de mi nula educación; y no permití que una sola palabra cayera en vano de la boca de mi encantador maestro; quedaba suspendida de cada sílaba y recibía como oráculos todo lo que decía; los besos eran la única interrupción que no me rehusaba a admitir, de unos labios que respiraban todos los perfumes de Francia.

Mi acento campesino y la rusticidad de mi paso, mis modales y mi porte comenzaron a desaparecer, tan rápidas eran mis observaciones y tan eficaces mis deseos de volverme cada día más digna de su amor.

No pasó mucho tiempo sin que se descubriera, con poco esfuerzo, que nos habíamos saltado la ceremonia en la iglesia y se supiera cuáles eran los términos en que se basaba nuestra unión.

A la dueña la circunstancia no la disgustó, considerando los designios que tenía para conmigo, designios que ¡ay! pronto podría ejecutar.
Pero mientras tanto, su propia experiencia de la vida le permitía ver que cualquier intento, por indirecto o disfrazado que fuera, de distraer o romper los lazos que unían nuestros corazones, sólo serviría para que perdiera dos inquilinos de los que sacaba buenas ventajas y que harían humo su comisión, ya que uno de sus clientes le había ofrecido una comisión si me corrompía o lograba, por lo menos, separarme de mi amante.
Pero la brutalidad de mi destino le ahorró rápidamente la tarea de separarnos. Ya había pasado once meses con esta vida de mi vida, meses que habían transcurrido en una rápida corriente de delicias; pero una cosa tan sublime nunca puede durar.

Había pasado dos días interminables sin saber de él, yo que no respiraba, que no existía más que por él, y nunca había pasado veinticuatro horas sin verle o tener noticias suyas.
Al tercer día mi impaciencia era tan fuerte, mi alarma tan severa que me sentí enferma; siendo incapaz de soportar más tiempo mi desazón, me derrumbé en la cama y mandé por la señora Jones, que siempre había colmado mis desasosiegos.
Apenas tuve las fuerzas y el ánimo necesarios para hallar las palabras y suplicarle, si quería salvarme la vida, que encontrara alguna forma de saber qué había sido de su único sostén.
Me compadeció de una forma que aumentó mi aflicción, en vez de disimularla, y salió a cumplir mi encargo.

No tuvo que ir muy lejos para llegar a casa del padre de Charles que vivía cerca, en una de las calles que desembocan en Garden. Allí fue a una taberna y desde ella envió por una doncella cuyo nombre le había dado yo, como el de la más adecuada para informarla.
La doncella acudió rápidamente y, con la misma rapidez, cuando la señora Jones le preguntó qué había sido del señorito Charles, la familiarizó con el destino del hijo de su amo que, al día siguiente de ocurrir, ya no era un secreto para los sirvientes.

Había tomado medidas muy seguras para castigar cruelmente a su hijo
emprendiendo el viaje que había concertado para él.

El pretexto fue que era indispensable asegurarse una considerable herencia que recaía sobre él a causa de la muerte de un rico comerciante, su hermano. Y efectivamente que mientras su hijo creía que recorrería el río durante unas horas, fue detenido a bordo del barco, se le prohibió escribir cartas y se le vigiló más estrechamente que si hubiese sido un criminal.

Así me fue arrebatado el ídolo de mi corazón, obligado a emprender un largo viaje, sin llevar consigo un amigo ni recibir una línea de consuelo, excepto una seca explicación e instrucciones de su padre acerca de cómo debía proceder cuando llegara al puerto de destino, que incluían unas cartas de recomendación para un agente que estaba allí; todos estos detalles no los supe hasta algún tiempo después.

Apenas había terminado su informe cuando me desvanecí y después de varias convulsiones sufridas mientras estaba sin sentido, perdí un bebé que ni siquiera sabía de su existencia . Pero los condenados nunca mueren cuando deben hacerlo y es proverbial la fortaleza de las mujeres.

Los crueles e interesados cuidados que se tomaron para salvarme, preservaron una vida odiosa que, la mía, en vez de la felicidad y los gozos que la habían llenado, súbitamente no presentaba más perspectivas que el más profundo dolor, horror y la más aguda aflicción.

Tú, Mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora