Rojo 2

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Señorita Elisa dese prisa por favor.

—¿Qué es lo que sucede?

—Recibió un Telegrama, es del Duque el Sr. Grandchester.

Sin desearlo su corazón latió a mil por horas, tenía muchos meses que no sabía nada de él nunca se había dignado a escribirle nada, y ahora allí estaba un mensaje por parte de él.

—Déjame ver eso.

Tomo la pequeña nota con manos temblorosas en ella no había saludo de cortesía ni nada solo unas breves líneas.

Deseo que vengas a la Londres mandare por ti.

T. G.

Ni una despedida, no preguntaba cómo estaba. nada, solo que deseaba que fuera a Londres, a pesar de que quiso hacer todo lo contrario y no ir — ¡como se atrevía a darme ordenes después de meses de no saber de él, y esperar que lo deje todo y salir corriendo! — pues eso era exactamente lo que iba a hacer, sino lo hacía iba a vivir con la incertidumbre de porque la había mandado a llamar.

—Arregla todo, nos vamos a Londres.

La dama de compañía no pudo evitar dar saltos de alegría, jamás había salido sola de Lakewood además no dejaba de repetir a Elisa, que el Sr. Terry la quería, cosa que ella dudaba mucho.

Con ella como única compañía, pronto comenzó a pensar que se volvería loca. La muchacha, emocionada por su primera escapada fuera de los confines de Lakewood, parloteaba sin descanso y se alborozaba por casi todo lo que veía. Como Elisa había experimentado algo parecido, aunque a la inversa, cuando, después de haber pasado toda su vida en la ciudad, Terry la había llevado al campo, trataba de ser comprensiva. Pero ni la más profunda comprensión podía acallar las ganas que sentía de decirle que se callara al menos cinco minutos. Como la amabilidad le prohibía hacerlo, Elisa se pasó la mayor parte del viaje rogando para que acabara.

Cuando llegaron a su destino, Elisa deseó de repente que ese viaje no acabara nunca. La idea de Terry de nuevo la llenaba de bilis el estómago revuelto por los nervios pero insistía en que se había mareado por el viaje. Sorprendida, cuando llego a su destino una pequeña casa no muy grande para los lujos de un duque pero era un lugar encantador, pero no parecía que allí pudiera vivir. Al mirar aquella casa se empezó a preocupar porque al leer su mensaje, había notado que la dirección en la que se le decía que se presentarán no era la de la Castillo de Terry en la ciudad. Estar ahí parada, preguntándose de quién sería la casa, era sólo otra forma de ganar tiempo. Tarde o temprano tendría que entrar... y ver a Terrence.

¿Estaría dentro en ese momento? Ésa era la pregunta que le hizo olvidar cualquier otra consideración. Se quedó vacilante al pie de los escalones que conducían a la entrada principal, respiró hondo para calmar el cosquilleo que le recorría el estómago y subió los escalones, seguida de una Silvia por una vez silenciosa. La puerta se abrió al acercarse. Había un hombre allí, pero no era

Terry.

—¿Señora Ardlay? La voz del hombre era extremadamente educada.

Elisa pensó que quizá se hubiera imaginado su desagradable mirada.

Solo asintió con la cabeza que aquel sirviente la llamara con el apellido Ardlay, la hizo sentir incomoda todavía no se acostumbraba. El hombre inclinó la cabeza cuando ella pasó ante él para entrar en el vestíbulo.

— Me llamo Tomas, señora. Por favor, llámeme para cualquier cosa que necesite. Aquí hay muy poco personal de servicio, sólo una cocinera y un ama de llaves.

Elisa no pudo resistir más el suspenso.

-¿Está el Duque de Grandchester aquí?

—Su señoría dejó órdenes de que se le avisara en cuanto usted llegara. Sin duda se reunirá con usted en breve.

Tú, Mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora