Gala 2

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Candy busco a George para que la acompañara de regreso ya que se vería muy mal que ella regresara sola y sin dama de compañía... algo que los demás no tenían por qué saber, seria más adecuado que el la acompañara ya que habían dejado más que claro que eran familiares en las diversas conversaciones que habían mantenido a lo largo de la velada. En cuanto el moreno la escucho decidió que era hora de descansar para el también.

La obscuridad dentro del automóvil era profunda, no había un una sola luz alumbrando, al cerrar la puerta Candy se quitó los zapatillos de tacón y se inclinó para poder visualizar si Albert estaba con alguna mujer... por supuesto que lo reconocería en la oscuridad y eso la hacía sentirse aún más celosa..., tratando de hacer el menor movimiento posible... fijo la vista a la gruesa ventanilla... espero algunos segundos y no veia nada... ¿se habría quedado con alguien con el fin de satisfacer su deseo? y entonces una ráfaga de viento la hiso estremecer y el ruido de una puerta cerrándose la hiso brincar al mismo tiempo.

— ¿cansada de la velada?— la voz de Albert era tan fría como la ráfaga que había entrado por la puerta sentándose del lado contrario.

—un poco...— respondió recomponiéndose de prisa y acomodándose al centro del vehículo junto donde él se había sentado —veo que te gusta más disfrutar a solas... — afirmo indiferente ocultando su ira.

—Algunas veces es preferible— respondió el agitando un poco el vaso con licor que mantenía en su mano y del cual no había podido tomar siquiera un sorbo

—creo que será mejor que vayamos a descansar... veo que no estás en condiciones de conversar...— al llegar bajo rápido del automóvil, saliendo con rapidez y caminó a su habitación nerviosa y antes de que el pudiese responderle, llevaba en su corazón un propósito, Albert no había estado con nadie... y eso la lleno de alegría... y aunque no podía decir lo mismo de la bebida, pensó que sería mejor, ya que al parecer los hombres se relajaban con el alcohol.

Albert vio como la figura de Candy desaparecía detrás de la puerta de su habitación, sintió rabia de su propia estupidez, el sufriendo por ella y ella ni siquiera había notado que él estaba muriendo de celos... pero claro cómo podía siquiera saberlo si siempre se habían comportado como dos hermanos... aunque la noche anterior no se comportó como su hermanita... entonces ¿porque actuó de aquella manera?... se estaba volviendo loco, se despidió de George y con rabia se encamino a la habitación detrás de Candy, entro cerrando la puerta con ira, la muy ingrata seguro se la paso de maravilla bailando y aceptando los halagos de todos los que la miraban.... Podía verlos con la boca abierta deseándola y acercándose a ella en busca de una oportunidad y el, de muy... Se había ido detrás del imberbe de Terrence dejándola a la merced de esos sinvergüenzas, maldita sea...

Cuando vio salir del baño a Candy, le dio la espalda mientras se llevaba la copa a los labios y la vaciaba de un solo trago. Fue a uno de los sillones que había frente a la chimenea y se sentó en él, estirando las piernas.

—Llama para que traigan más brandy y luego vete a dormir — Su voz era poco más que un áspero susurro mientras miraba el fuego. Candy vaciló, pero luego se dirigió hasta la cocina a buscar al mayordomo y luego volvió se quedó cerca de la puerta para que Albert no recordara su presencia y no volviera a ordenarle que se marchara. Cuando el mayordomo reapareció con el licor y dos copas, ella le cogió la bandeja con una sonrisa tranquilizadora en respuesta a su ansiosa mirada.

Candy llevó la bandeja a la mesita que tenía al lado y él se incorporó lo suficiente para mirarla mientras ella le servía una copa. Por el brillo de sus enrojecidos ojos y la descoordinación de sus movimientos, resultaba evidente que ya había bebido demasiado.

— Creía haberte dicho que te durmieras — dijo, más cansado que enfadado.

—Así es. Toma, coge esto — Candy le pasó la copa y luego sirvió la otra hasta la mitad, se puso de rodillas junto al sillón y se sentó sobre los talones.

—¿Tú también bebes? —Él lanzó una mirada de reojo a la copa medio llena — Estás pensando en hacerme compañía, ¿verdad? Te aseguro que prefiero estar solo. — Tomó un largo trago de su copa y luego otro; entonces volvió a mirar el fuego — Tienes el corazón muy tierno, ¿verdad? — Él debía de haber notado su silenciosa compasión, porque posó los ojos en ella con una fea mueca de desagrado. — Primero Anthony y ahora yo. ¿Por qué no vas a buscar unos gatitos perdidos o algo así en los que puedas derrochar toda tu compasión? — El necesitaba hablar, ella lo sabía, le hacía falta librarse de todo el dolor que tenía encajado en su interior. Pero ella desconocía las palabras que le permitirían llegar al lugar donde lo había ocultado durante tanto tiempo — Maldita sea, deja de mirarme como si fuera un estúpido animal herido.

— Albert, tienes que hablar sobre lo que paso esta noche — no sabía qué más decir, y esperaba que su tono amable apaciguara su ira. Él se quedó en silencio durante un momento mientras ella lo observaba con sus grandes ojos verdes y el cabello suelto y cayéndole en cascada sobre la fina seda de la bata.

— Así que crees que tengo que hablar, ¿no? Lo que necesito no es hablar — Soltó una risa áspera. Los ojos le brillaron con una luz intensa y extraña mientras su mirada caía sobre ella.

Candy notó que se le aceleraba el corazón cuando esa mirada le rozó el cuerpo, que, como él sabía sin duda, estaba desnuda bajo la fina bata y el camisón. Si cualquier otro hombre la hubiera mirado así, Candy habría tenido miedo. Pero a pesar de todo, él no la asustaba.

— Háblame por favor, Albert.

— Estoy harto de hablar — Y luego, antes de que ella pudiera imaginar su intención, él dejó caer la copa con un golpe seco y la cogió por el brazo y la arrastró hacia arriba, de forma que ella quedó apretada a su pecho.

— Albert...

Lo inesperado de su acción la sorprendió. Su rostro estaba sonrojado por la bebida y algo más. su mano le apretaba con fuerza los brazos.

— Me estás haciendo daño — susurró ella e hizo una mueca de dolor cuando él apretó los dedos

Él sonrió con una sonrisa cazadora que la inquietó.

—Bien, quiero hacerte daño.

Candy se revolvió y trató de soltarse el brazo. En el lugar de Albert había un hombre mortal, torturado y retorcido, que sufría y era capaz de hacer sufrir.

—Disfrutaré haciéndote daño.

Dijo antes de bajar la cabeza y apoderarse de sus labios.

Tú, Mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora