Capítulo 3: Blancanieves

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Luego de que el ladrón de la librería, Ouma Daichi, acabara muerto tras una confrontación armada en un café del centro de la ciudad, el mes que le siguió fue bastante tranquilo en comparación. Principalmente porque ni siquiera vi un pelo de Yukinoshita Haruno.

Bueno, digo tranquilo, pero se sentía más como la calma antes de la tormenta.

La posterior investigación sobre Ouma nos llevó a registrar su residencia y sus objetos personales. Lo que encontramos no auguraba nada bueno. Paquetes de opiáceos sellados al vacío se encontraron por todo el lugar, así como en su habitación. Empaquetados individualmente, idénticos en peso, y listos para ser vendidos al momento. Al parecer, de un día para otro, el último tramo de una investigación sobre un robo evolucionó a un caso de tráfico de drogas. Ya podía sentir las reasignaciones llegando. Qué maravilla.

En medio de todo esto, Shiba había aprovechado la oportunidad para pedir sus días libres pagados.

Tch.

Siempre he odiado la cultura corporativa. Hacían trabajar a sus esclavos durante largas horas, quitándoles la posibilidad de ver a sus amigos y a sus familias (mis equivalentes eran la cama y el teléfono). Un sistema cruel, creado para enfrentar a los camaradas entre sí.

Las vacaciones eran la cúspide de tales castigos. El trabajo le era quitado a los pocos afortunados que conseguían ganar algo de libertad por una semana y era entregado a los restantes. El proletariado era explotado mientras la burguesía se divertía.

¡Exijo justicia!

Una tarde, el Jefe Tsurumi entró en mi oficina. Mi escritorio se encontraba situado cerca de la entrada, pero junto a la pared más lejana, así que siempre era el primero en notar cuando alguien entraba. El Jefe no me miraba a mí, sino que mantuvo su vista estaba fijada en el suelo mientras se me acercaba. Su semblante sombrío me llenó de pavor.

—¿Otro asesinato? —pregunté de forma precavida, con aprensión en mi voz.

—No... no, no es eso. —Sacudió la cabeza y me miró a los ojos—... Oye, ¿Hikigaya?

—¿Sí, Jefe?... Jefe, no luce muy bien.

—¿Recuerdas a Ouma?

Se me vino a la mente la imagen de un hombre joven sosteniendo un cuchillo contra el cuello de aquel novelista.

—No lo he olvidado, si eso es lo que pregunta.

—Su familia te está demandando.

—...

—...

—¿Perdón? —Debí haber oído mal. O ésta era una rutina cómica bastante jodida. El jefe no era del tipo bromista, pero todos teníamos nuestros momentos.

¿Verdad?

—Ojalá fuera una broma —suspiró, mientras me entregaba un sobre abierto—. Su familia te está demandando en serio. Acabo de recibir la carta de su abogado esta mañana.

Mis ojos recorrieron la carta tan rápido como pudieron. Era un denso muro de texto repleto de jerga legal, pero pude entender lo esencial. Estaba dirigida al Departamento de Policía Metropolitana de Tokio y tenía la intención de informarles de que uno de sus detectives (o sea yo) estaba siendo demandado por la familia del fallecido en un tribunal judicial. Todo bajo los cargos de asesinato, fuerza excesiva y homicidio sin premeditación.

Me quedé sin habla.

—No tienes de qué preocuparte. —El Jefe puso una mano sobre mi hombro de forma reconfortante—. La policía te cubre las espaldas en esto. El Departamento pagará tus honorarios legales.

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