Capítulo 16: El día es tuyo para tomarlo

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Nuestro escuadrón estaba formado por ocho personas. Todos hombres. Y el hecho de que fuéramos hombres a su vez significaba que éramos humanos. Y el hecho de que fuéramos humanos a su vez significaba que estábamos vagamente familiarizados con el proceso conocido como "parto". Pero también, éramos hombres, así que no teníamos que preocuparnos por ello realmente, a menos que fuera nuestro ser querido quien llevara nuestra descendencia.

Aún así, los hombres nunca han experimentado la lucha que es el parto: el dolor, el agotamiento, la fuerza pura de la vida abriéndose paso.

Era casi medianoche.

Probablemente.

Era difícil saber la hora exacta, la única persona lo suficientemente sofisticada como para tener un reloj era nuestro compañero británico, el cabo Benson. Por desgracia, la imitación china del Rolex que tenía quedó hecha pedazos cuando Benson tropezó tratando de evitar a un francotirador.

Cinco de nosotros nos encontrábamos acurrucados alrededor de una pequeña fogata. La atmósfera era tensa, y se notaba en los ojos de todos.

¿Encontraste algo bueno, Sargento? —me preguntó Takuya.

Cerré de golpe el libro en mis manos. Era pequeño, de unos cuatro centímetros de ancho y cinco de alto. Era un grueso libro de bolsillo con letras pequeñas, en inglés. En este país, ésta era la única fuente de literatura que había encontrado. Por lo que pude oír, todo lo demás había sido quemado por censura, o usado para mantener el fuego encendido en las aldeas más pobres.

Bueno, esta Biblia cristiana no me está dando precisamente una guía paso a paso para la obstetricia. Me arriesgaría a decir que no sirve como sustituto para un libro de medicina —dije con sarcasmo.

Había leído este libro más de cien veces ya. Las marcas de carbón en la contraportada registraban cada lectura completa. También me mantenía cuerdo al mantenerme al tanto del paso de los días.

También estaba empezando a recordar pasajes enteros en inglés. Otra ventaja más, supongo.

Aunque sí es un gran drama —añadí.

Pues claro —concordó Benson, asintiendo lentamente—. ¿Cómo podemos olvidar a los mejores actores de la civilización occidental? El Padre, el Hijo, y el MacGuffin santo. [1]

Ehh... —Danny, quien estaba sentado a mi lado, parecía nervioso—. Bajemos un poco el tono. Necesitamos toda la suerte que podamos conseguir. No quiero arriesgarme en caso de que Dios de verdad exista. No es que sea religioso o supersticioso ni nada, pero...

¿Eres estúpido entonces? Me alegra saber que estás aprendiendo a ser consciente de ti mismo, Danny —bromeé, causando risas entre el grupo.

Dejamos de reírnos cuando escuchamos un chillido. No fue fuerte, pero sí fue claro.

Dios —susurró Danny mientras se limpiaba el sudor de la frente, a pesar de lo fría que estaba la noche—. Siento como si mi estómago estuviera dando vueltas. ¡Y ni siquiera es mío!

¿Dónde está el marido? —preguntó uno de nuestros fusileros, Abid, un soldado de Bangladesh que había venido de servicio con las Fuerzas de Paz de la ONU.

Con la madre, y el Doc —dije, inclinando mi cabeza hacia una pequeña cabaña de paja. Tenía algunas ventanas delgadas que dejaban salir una luz naranja, producida por las pocas luces químicas que teníamos. No se escatimaron en gastos para lo que se avecinaba.

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