Capítulo 20: Entre la culpa y la obsesión

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El área subterránea de la sede del Departamento de Policía Metropolitana de Tokio tenía dos niveles. S1 era el nivel más alto, y contenía el campo de tipo, el gimnasio y las duchas. Era frecuentado por varios oficiales que querían practicar su puntería, hacer algo de ejercicio en el gimnasio, practicar algún deporte, o refrescarse luego de un largo turno. Siempre se veía a mucha gente por aquí a todas horas del día.

S2 era el fondo absoluto del edificio, y en comparación con el nivel superior, era un pueblo fantasma. Nadie bajaba allí. Y cuando alguien lo hacía, generalmente no significaba nada bueno. Lo llamábamos en broma "El Congelador" debido a las frías temperaturas que se mantenían allí por fines vitales. ¿Por qué?

Porque la morgue estaba allí abajo.

Habían pasado exactamente cinco días desde que el cadáver de Saito fue descubierto, y me informaron de que se le había realizado una autopsia. Shiba y yo nos dirigimos al lugar alrededor de las 3 de la tarde, y como era usual, no vimos una sola alma cuando salimos del ascensor.

S2 estaba levemente iluminado por unas pocas luces colgantes que iluminaban puntos circulares en el suelo por todo el pasillo, separadas las unas de las otras a una distancia considerable. Nuestros pasos resonaban de forma escalofriante, con el sonido rebotando en las paredes e induciendo un efecto desorientador para nuestros oídos.

Los monótonos pilares de concreto contrastaban fuertemente con la cristalina arquitectura que conformaba el espacio alrededor de nosotros. Había láminas de vidrio en lugar de paredes sólidas, lo que hacía que se pudiera ver el interior de cada cuarto. De casi cada cuarto, en realidad. Como resultaría obvio para cualquiera con un par de ojos, el área de almacenamiento de cuerpos se encontraba detrás de una puerta de acero de siete centímetros de espesor. Había hecho este viaje una buena cantidad de veces durante mi carrera temprana como detective, tantas como para desarrollar la memoria muscular para ir automáticamente a mi destino: el laboratorio forense situado en la parte posterior derecha.

Como cualquier otra sala, el laboratorio era una caja de cristal de tres lados, con los cimientos de concreto del sótano actuando como lado faltante. La única luz que había era la del observatorio médico que estaba suspendido sobre una mesa de plata, la cual tenía una lona blanca que cubría... algo. El laboratorio estaba impecable, no se veía una sola mota de polvo o suciedad en ningún lado, ni siquiera en el vidrio. Había un único hombre vistiendo una bata de laboratorio, el cual se encontraba encorvado sobre el mostrador de granito negro, con un bolígrafo hexagonal de aluminio en la mano.

Me acerqué a la puerta y la golpeé dos veces con mis nudillos. El sonido atrajo la atención del hombre, cuyo cuello se dobló hacia arriba y sus ojos se entrecerraron para mirar mi rostro. Por un segundo sus mejillas se tensaron por la sorpresa antes de adoptar una expresión de molestia que apenas se molestó en ocultar. Caminó hacia nosotros, abriendo violentamente la puerta hacia adentro.

—¿Qué demonios? —gruñó, mirándome de arriba a abajo—. ¿No que eras alérgico a los cadáveres?

—Llámalo "terapia de exposición". O tal vez "gusto adquirido". —Una sonrisa jocosa surgió en mi rostro—. Incluso, podrías llamarlo "condicionamiento", si te gusta eso.

Tuvo el efecto deseado, la frente del hombre se arrugó en exasperada confusión.

—¿Terapia de –? ¿El Jefe te dejó bajar aquí? No puede ser. Imposible. Vomitaste a la primera bocanada de formaldehído.

Les presento al Doctor Nagai Shuuji, nuestro residente experto científico forense en el Departamento de Policía Metropolitana de Tokio. Nagai era un hombre que no tenía filtro, así que me resultaba fácil tratar con él. No tenía reparos en hacer saber a todo el mundo que amaba estar solo y que odiaba a cualquier cosa o persona que lo molestara.

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