Capítulo 19: Lo único que queda

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—¿Orden número 655? —llamó la camarera en medio de una cafetería moderadamente llena, con sus ojos escudriñando por los clientes reunidos en el puesto de recogida. Levanté una mano para mostrarle los números impresos en negrita "655".

—Aquí tiene, ¿un americano, sin crema ni azúcar, y un frappé de vainilla? —recitó la orden en sus manos.

—Sí —respondí de una manera podría pasar por comunicación Neandertal. Recibí con cuidado las bebidas que me ofrecía, una por una.

No se me pasó por alto la dulce sonrisa que la camarera me dirigió, cosa que me hizo sentir aún más incómodo. Bajé rápidamente la vista hacia las tazas en mis manos, causando que los anteojos se deslizaran por mi nariz. Bajé mi café expreso torpemente y empujé el puente de los lentes de vuelta a su lugar para que no siguieran obstruyendo mi visión.

La camarera dejó salir una pequeña risita, y yo tomé aquello como señal de retirada para salvarme de más humillación, dirigiéndome rápidamente a la parte trasera de la cafetería, donde mi acompañante de la tarde estaba sentada en una mesa de la esquina. Rumi alzó la mirada mientras me acercaba, con su cara en su habitual estado de desgana.

—Sé que no es un gran consuelo... —comencé a disculparme mientras colocaba el frappé frente a Rumi—... pero aquí tienes.

—Hachiman, está bien. Es trabajo, lo entiendo —dijo Rumi bruscamente, recibiendo la bebida y bebiendo un sorbo. Casi pude verla relajarse un poco. Una bebida fría como esa era más que apropiada para el calor horrible de hoy. Y hablando de hoy...

Sentí una punzada de culpabilidad cuando recordé la clase de día que hoy debió haber sido. Una nueva tienda de dulces llamada "Mishichi" había abierto en Ginza, y rápidamente apareció en los titulares con la historia detrás de su creación. El pastelero japonés que había abierto la tienda había viajado por todo el mundo, y aprendió los secretos para la creación de dulces tradicionales en Turquía, India, Pakistán y Bangladesh. Al regresar a Japón, modificó las recetas para ajustarlas a los paladares japoneses. Las golosinas exóticas rápidamente se ganaron un culto de seguidores.

Un dulce en particular que llamó mi atención y la de Rumi fue este pequeño orbe blanco llamado "rosh gholla". Según el post en sus redes sociales, provenía de la región Indio-Bengala y se preparaba cuajando la leche. Luego de quitar el suero, los sólidos restantes eran amasados en pequeñas esferas antes de ser cocinados en almíbar hasta que quedaran ligeros y esponjosos.

La mirada de fascinación en el rostro de Rumi me llevó a preguntarle si quería ir, preferiblemente un día en el que yo no tuviera trabajo y ella no tuviera escuela. Ella aceptó con entusiasmo y me hizo prometérselo. Luego de una semana, el plan era reunirnos en esta cafetería después de que ella terminara de hacer sus recados en la zona, y entonces, ir en mi auto hacia Ginza para probar aquella delicadeza que ambos esperábamos con impaciencia.

Ese se suponía que era el plan, de todos modos.

Tan pronto como Rumi llegó, recibí una llamada de Min-san, haciéndome saber que Saito había conseguido la "prueba" que habíamos acordado. La hora y el lugar fueron determinados, así que ahora era mi turno de cumplir. Desafortunadamente para Rumi, esto era algo que no podía posponer. Intenté explicarle todo lo mejor que pude, pero pude notar que estaba decepcionada, a pesar de que ella trató de restarle importancia con una cara inexpresiva.

Esto me hizo sentir aún peor, porque sabía lo mucho que ella había esperado esto. Rumi era una persona comprensiva y muy emocionalmente madura para su edad. Esto probablemente se debía a que su padre y su tío estaban ausentes largos periodos de tiempo debido a responsabilidades que no estaban en condiciones de dejar de lado. Rumi no resentía a ninguno de ellos por esto, e incluso estaba orgullosa.

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