Capítulo 26: Todos nosotros

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En realidad, antes nunca fui muy fanático de los autos.

Mis interacciones con la conducción comenzaron y terminaron con mi vehículo actual, e incluso entonces, no fue por intención mía. A Shizuka, un día, se le metió a la cabeza la idea de que necesitaba endosarme su Aston Martin.

¡Hachiman! ¡Aún eres joven! ¡Tienes que experimentar el conducir un auto deportivo durante la flor de tu vida! ¡Es la definición misma de "juventud"!

Oh, así que por fin admites que estás vie – ¡OW!

Tras ser sometido a una... poderosa persuasión, accedí (a regañadientes), a pesar de que mis instintos encontraban la oferta sospechosamente generosa. Y así era, resultó que Shizuka utilizó el auto deportivo como medida de deducción fiscal, alegando que estaba dando caridad a un veterano.

Sí, no estoy muy seguro de cómo me sentí al respecto. Bastante inteligente, eso sí.

Me puso en un dilema, ya que, a pesar de que ya tenía licencia de conducir, no tenía idea de cómo manejar un auto con cambio manual. Mi antigua profesora hizo surgir su antigua personalidad y se encargó de enseñarme lo básico. Y por el camino, hizo todo lo posible para transmitirme su amor por los autos. No lo comprendía al principio, pero mientras más hablaba ella, más lo entendía yo. Ahora, no puedo imaginarme viviendo en Tokio sin mi auto, con su ostentación y todo.

A veces, de todos modos.

Era el comienzo de un nuevo día. El sol de la mañana golpeaba las calles, bañando el interior del autobús con luz y sombra de manera alternada. El autobús se detuvo ante un semáforo en una intersección vacía. Todavía era demasiado temprano para que el tráfico de Tokio saliera con toda su fuerza. Mis únicos compañeros de viaje eran una pareja de ancianos, que charlaban tranquilamente, y un hombre de negocios dormido en su asiento, que parecía haber estado colgando boca abajo durante horas.

Supongo que no llegó a casa anoche luego del izakaya. [1]

El autobús volvió a la vida cuando las luces del semáforo cambiaron de color. Una ligera sensación de vértigo me golpeó cuando el vehículo giró a la izquierda, directamente hacia el sol naciente. Entrecerré los ojos cuando el horizonte de Tokio se hizo visible contra el cielo azul. Noté un cartel indicador mientras pasaba, registré el nombre, y rápidamente presioné un botón. El intercomunicador sonó con el nombre de mi parada.

—Gracias —le dije al conductor, quien se limitó a asentir con la cabeza. Si fue por deber o por aprecio, lo ignoro.

Salí a la acera y mis pulmones se llenaron con el aire fresco. El otoño había llegado más tarde de lo habitual este año, pero pasar del calor abrasador a esto era refrescante. No noté una sola alma mientras caminaba por el camino de cemento. Mi destino se hizo visible varios minutos después. Estuve aquí hace como treinta horas, antes de que Yukinoshita recogiera a un no-muy-sobrio yo y se lo llevara a casa. Pero había olvidado algo: cierto objeto rojo como el vino, con cuatro ruedas y que pesaba unos 1.600 kilos.

De las cosas que no resultan ser lo que se supone que son, diría que la posesión de un auto está entre ellas. Cuando era más joven, veía a los autos como simples medios de transporte. Un vagón metálico que nos llevaba del punto A al punto B con relativa comodidad. Con el 70% de la población japonesa teniendo un auto, lo veía como un accesorio para la adultez. No como pagar impuestos o comer pan integral, sino del buen lado de la adultez. El lado de la "libertad", que iba en la misma línea de fijar tu propia hora para dormir o poder comer cereales para la cena.

Lástima que nadie te diga que los autos son grandes asteriscos en este juego de la vida.

Al final, me acabé dando cuenta de que poseer un auto podía resumirse en una sola palabra: inconveniente. Era menos una herramienta y más un niño pequeño mecánico. Tienes que alimentarlo (con gasolina), limpiarlo (lavar el auto), revisar que esté bien de salud (mecánico), ¡y pagar el seguro! Además, de vez en cuando, tenías que sacarlo de problemas...

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