18. Disfraces

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—¿No te ducharás primero?

Su piel brillaba a la luz del sol, tenía la respiración irregular por la corrida y gotas de agua caían por su cabello escurriéndole hasta su cuello. Antes de eso, había bebido del agua de su botella para luego verter el poco que le quedaba en su cabeza. Déjenme mostrarle cómo lo vi yo. Piensen en que estaba en cámara lenta y con una canción candente de fondo. Entonces, alza la cabeza mientras el agua escurre por su cabello y cuello. Cuando se endereza se sacude, y luego enfoca sus ojos en lo míos. Es ahí cuando yo cierro la boca y me echo el pelo hacia atrás, fingiendo indiferencia. Pero eso no es cierto. Sexy. Se veía condenadamente sexy. Y eso que estaba sudado, pero no le demuestro lo que me causa. No, simplemente lo miro asqueada, fingiendo que apestaba.

—¿Huelo tan mal? —Se huele la camiseta.

Arrugo la nariz, acercándome con cautela. Olfateo, insegura.

Reprimo un suspiro de frustración. Hasta sudado huele bien. Era una combinación entre after shave, jabón y naturaleza, como a césped o a tierra.

—No —digo a regañadientes—. Hasta para sudar lo haces bien.

Me da una sonrisa arrogante.

—Entonces, vamos.

—¿Caminando?

El centro de la ciudad no quedaba cerca. Me negaba a caminar tanto rato. No tengo la resistencia de Jake.

—Iré por el auto —se da media vuelta y comienza a correr en dirección a su casa.

. . .

Resulta que sí se duchó, porque en el momento en que llega me percato de que su pelo mojado huele a champú y no a sudor. Lo miro de mala gana, pues me había hecho esperar más de la cuenta. Hasta hubo un momento en el que pensé que no regresaría, que me había dejado tirada en el parque. Estaba dispuesta a regresar a casa caminando pero, en el momento en que su auto se asoma por la esquina de la calle, me detengo, tirando maldiciones en mi mente.

—Lo siento. Lo siento —comienza cuando tomo asiento sin mirarlo—. Estar sudado no es lo mío.

Estiro mi brazo y enciendo la radio. Estaba puesta en la radio Rock & Soul. Papá suele escucharla los fines de semana o en su auto. Una radio con buena música y con clásicos indispensables.

—En todo caso, ¿por qué este cambio repentino? Creí que no te gustaban las fiestas —menciono después de un rato.

—No, pero a todos mis amigos sí.

Me encojo de hombros. La locutora de radio dice los grados de la ciudad antes de que empiece una nueva canción: Nikita de Elton John.

Con una emoción que me asombra, Jake comienza a cantar el coro. Colocando su mano en el centro de su pecho me mira brevemente, señalándome. Niego con la cabeza. Él insiste en que lo acompañe a cantar.

Pongo los ojos en blanco y abro la boca para unirme a la canción con Jake.

Me olvido de que estamos en el auto. Me olvido de que no estoy sola. Solo canto.

Y yo no tengo una gran voz.

Para nada.

Tanto a mí como a Jake nos hace sonreír esta situación. Era toda una novedad que cantáramos como un dúo. Muevo la cabeza al ritmo de la música.

Y entonces lo contemplo.

Al verlo, ahí relajado y cantando, dejo de tararear solo para oír su voz. Una voz suave y profunda. Por un momento cierro los ojos, y no los abro hasta que siento que paramos. Estábamos en un semáforo en rojo. Jake tamborilea con los dedos en el volante sin dejar de cantar. Cambio mi postura y la dirijo hacia afuera, todavía enfocándome en su voz. Estaba por proponerle que debería ir a The Voice cuando me doy cuenta de que el rojo cambió a verde y seguíamos sin movernos.

Tú, siempre (SIEMPRE #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora