Tú, siempre (SIEMPRE #1)

22. No molestar a los muertos

Hoy era el día de mamá.

En cada aniversario de su muerte, Archer, papá y yo, vamos al cementerio. Sin rosas, sin lilas, o cualquier tipo de flores porque a mamá no le gustaban. Siempre nos decía que le daba tristeza que cortaran las flores porque terminaban muriéndose más rápido de lo normal. Así que simplemente íbamos con sus cosas favoritas. Como nosotros y su canción favorita, una canción de Phil Collins. La poníamos a un volumen demasiado bajo junto a su lápida para no molestar a los otros muertos, palabras de Archer.

También nos poníamos la ropa que a ella le gustaba. Yo vestía con el vestido de mamá de color verde botella que me llegaban a las rodillas, con un escote en V y las mangas englobadas y ajustadas en las muñecas. Era mi favorito de todos sus vestidos y ella me había dicho que, cuando tuviera cuerpo suficiente, me lo dejaría para mí. Archer llevaba puesto un chaleco de lana color azul oscuro que le regaló la abuela. A él nunca le gustó, pero siempre decidía ponérselo porque sabía que a mamá le encantaba. Y papá iba de traje. Sí, de traje. A mamá le encantaba ver a papá con ropa elegante. Siempre le decía que eso lo hacía ver más atractivo y más varonil.

Y mientras yacíamos junto a la lápida, hablábamos de lo qué había pasado últimamente en nuestras vidas, y como no la hemos visitado desde que Jake llegó de nuevo a nuestras vidas —eso ya hace bastante tiempo—, le cuento sobre eso, también en cómo me ha ayudado con las notas en la escuela y que ahora mágicamente somos amigos. Archer le cuenta sobre sus juegos de básquetbol y de sus groupies (que sólo las nombró como "mis seguidoras"). Cuando acabamos, los dos miramos a papá. Sé que se siente incómodo por el hecho de que está con otra mujer mientras la visitamos. Yo le agarro del brazo y le digo que eso es lo que mamá querría. Una mirada con Archer bastó para irnos en dirección al auto y darle privacidad.

Es raro porque, a pesar de que vinimos hasta acá, le hablamos a veces. En diferentes lugares. Como en casa, en la mente o a nuestro corazón, a las estrellas o a las nubes. Bueno, por lo menos yo. Algunas personas le hablan a Dios diciendo «Dios, mándame una señal si...» «Dios, si me escuchas...». Yo hacía lo mismo, pero nombrando a mamá. Ella era mi ángel.

De vuelta a casa preparábamos su almuerzo favorito. En realidad, eso lo hacía la abuela. La abuela prefería visitarla antes y luego de eso venía a casa. Yo digo que es porque quiere verse fuerte. La abuela es bastante ruda cuando quiere, pero es la abuela y la amamos.

Y como iba diciendo, estaba la abuela en casa. Lo que significa que Bola de Pelos ya sé fue a su "segunda casa" como le llama Jake a su habitación.

—¿Quién es ese muchacho tan guapo? —la abuela enarca una ceja canosa y levanta su cabeza para ver mejor. Estábamos en la mesa jugando a las cartas. Era su turno de tirar.

—Es Jake, el sobrino del vecino.

Ella me da un puntapié por debajo. Muerdo mis labios para no quejarme en voz alta. Mis cartas casi salen volando del impacto. La miro asustada cuando se inclina con los ojos bien abiertos.

—¿Qué haces aquí sentada con tu abuela? Deberías estar en los brazos de ese bello jovencito.

Ignoro ese comentario y sin sacar mis ojos de las cartas tiro una a la mesa.

—Abuela, a él lo veo todos los días. A ti no.

Jake al fin entra en su campo de visión y nada más ni nada menos que con Bola de Pelos en sus brazos. El gato estaba encantado de estar ahí. Creo que después de todo, es gay. De pronto, detiene su ronroneo cuando abre los ojos y depara que la abuela está frente a él. Bola de Pelos gruñe y se escapa de los brazos de Jake para salir pitando hacia las escaleras.

La abuela finge no ver eso y se centra en Jake quien la estaba saludando.

—Buenas tardes, señora Duval. Soy Jake, amigo de sus nietos —le da una sonrisa espléndida.